En el centro de Varsovia, el último remanso de paz ante la guerra
El Norte de CAstilla, en la frontera con la guerra ·
La expedición de voluntarios, acompañada por El Norte, llega a la capital de Polonia después de otra jornada maratonianaEl Norte de CAstilla, en la frontera con la guerra ·
La expedición de voluntarios, acompañada por El Norte, llega a la capital de Polonia después de otra jornada maratonianaLas medicinas y el material donado durmieron anoche en Varsovia. No en los dominios de la ONG apalabrada el día anterior, pero sí en la capital de Polonia. La expedición de los tres voluntarios que partieron de Valladolid y León, acompañados por El Norte de Castilla, se quedó a escasos minutos de entregar el material. Un atasco, en Frankfurt, fue el causante de que el proyecto solidario no completara este viernes el primer objetivo.
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Todo lo narrado hasta el momento fue por la tarde, cuando el sol se empezaba a meter entre la frontera de Alemania y Polonia. En esa división geopolítica, al oeste del país polaco, no hay drama, no hay llantos, no hay guerra. Al otro lado, al este, existe todo eso y cada vez se acrecienta más.
Desde primera hora se volvieron a consumir kilómetros. Un trayecto más simple que el de la jornada anterior, pero literalmente se vive en el coche. Fueron catorce horas de viaje, interrumpidas solo por dos paradas y por exigencias del cuerpo humano. ¿Dónde se encuentran esas sugerencias de la DGT y de los traumatólogos de parar para estirar las piernas cada dos horas? Había que intentar llegar por todos los medios, aunque la vejiga apretara.
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Salir de Charleroi y de Bélgica fue un suspiro. Casi no se había descongelado el coche de Desguaces Cano cuando los carteles de Colonia ya se empezaron a atisbar. Los letreros y la catedral. Desde la autovía se intuyó la impresionante seo, para seguir un trayecto por todo territorio germano. Coches y camiones –aquí no hay huelga– dejaban todos los carriles colapsados. Eso sí, en este viaje fuimos siguiendo la estela de Felipe Sánchez, Fernando Pérez y Vicente Garrido.
Las ciudades de Alemania se sorteaban a la par que seguíamos los últimos avances de la guerra. Nos enterábamos de que Rusia ya había atacado Leópolis, la ciudad más al oeste de Ucrania y a escasos kilómetros de territorio polaco, o de los emparejamientos de la Champions.
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Era otra maratoniana etapa de 1.400 kilómetros y tan solo superar la barrera de bajar de los 1.000 era casi motivo de celebración, pero sin poner pie a tierra. En una mañana soleada, el primer tramo simplemente fue eterno. Se empezó a las 8:00 horas y se terminó sobre las 13:30 horas, amenizado tan solo por un convoy de bomberos alemanes con banderas ucranianas. El resto fueron cinco horas de contar coches y de apagar y de encender la radio. Solo faltaba jugar al 'veo, veo'.
Tras prácticamente quedarnos a las puertas de Berlín, en Brandeburgo, llegó la primera parada del día. Vino a ser una parada técnica, lo suficiente para ingerir una salchicha con curry, ir al baño y repostar. Es decir, al nivel de Fernando Alonso y Carlos Sainz en algún 'pit stop' en la Fórmula 1.
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Se reanudó el trayecto, se dejó a un lado Berlín y llegó el caos. Kilómetros y kilómetros de coches parados en Fránfort. Unas obras reducían a un solo carril de circulación y allí se embotellaban camiones, coches y conos naranjas. Tiempo de espera para repetir la misma acción durante alrededor de una hora: embrague, primera y freno. Y así hasta cruzar la frontera con Polonia.
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Un segmento, hasta Poznan más o menos, en el que la caravana solidaria nos empezaba a desvelar los primeros pasos a dar este sábado. Se descartaba finalmente la opción de dejar el material donado y las medicinas recolectadas entre León y Valladolid, pero la ilusión no decaía.
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Los contactos con los representantes de la ONG seguían desvelando encuentros. Se concertaba la cita a primera hora para dejar absolutamente todo hoy. «Después de descargar, nos iremos directamente al supermercado. Traemos más de 10.000 euros en donaciones de particulares, por lo que aprovecharemos que la vida en Polonia es más barata para comprar en Varsovia y dejarlo en el mismo punto», recalcaba Fernando Pérez. Eso será hoy sábado.
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En la carretera, según nos acercábamos a Varsovia, no había la sensación de que una guerra se estuviera desarrollando a escasas dos horas en coche. No había revuelo, no había preguntas, aunque a Fernando ya le avisaban de que Varsovia era un mar de personas que se querían alejar. «Que haya atacado Leópolis ha propiciado que muchos refugiados se alejen aún más de la frontera», añade Fernando en la última parada antes de afrontar el tramo final.
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Precisamente, el ambiente hostil entre Rusia y Ucrania se palpaba más en Varsovia. La ciudad intenta latir con normalidad, pero no es ajena al drama humanitario. Solo entrar en la capital fue farragoso. Ahora es cuestión de esperar, hoy se entregará el material, se comprará más comida y se contactará con las primeras familias de refugiados que vengan a España. Todas ellas se encuentran ya en Varsovia, alojadas, según nos afirman, en pabellones y recintos amplios.
Si todo va bien, muy bien, la expedición, ampliada por los refugiados ucranianos, dormiría en Poznan hoy. Lo lógico y probable es que se haga de noche en la capital polaca, para emprender el camino de vuelta mañana, domingo.
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Fue hace escasos días cuando Vicente Garrido, uno de los tres voluntarios que viaja desde Valladolid hasta la frontera entre Polonia y Ucrania, decidió cruzarse media Europa y venir a echar una mano. Lo hizo tras escuchar el desgarrador testimonio de su hijo Vicente, residente en Austria. «Venía en un tren nocturno, en el que había muchos refugiados. Me contó el horror que había visto: las caras de las madres y el cansancio de los hijos», un relato que le dejó tocado.
Fue un punto de inflexión y buscó la forma de echar una mano. «En el primer convoy que ha salido, aquí estoy. Pero aquí yo no soy el protagonista, soy el último mono», concluye.
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