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Hubo el jueves por la noche un disputado torneo infantil de peonza en Castrodeza. Muchos participantes, más público aún.Imposible ver algo así en el pueblo, por ejemplo, un lunes de noviembre. No por falta de ganas, sino de competidores. «Aquí tenemos cuatro niños ... durante el curso. Cuando llega el verano, son más de sesenta. Y me gusta cuidar a la juventud, que haya actividades para ellos y sus familias.Si un niño se aburre en el pueblo, cuando sea mayor no volverá. Si se lo pasa bien, recordará estos veranos para siempre y regresará cuando sea adulto».
Habla José Antonio GonzálezGerbolés, alcalde de Castrodeza (158 vecinos en el padrón oficial, el doble de habitantes durante el verano), localidad que ha programado ludotecas, cine al aire libre, mojadas, excursiones a la playa o chocolatadas (los peques se la sirven a los abuelos)para entretener a a la extensa población que se reúne allí todos los veranos. Ycomo su caso, el de todos los municipios de la provincia. Todos. Los pueblos entran en ebullición durante julio y agosto. Se levantan persianas. Se riegan geranios. Las casas que estuvieron cerradas a cal y canto durante el invierno tienen ahora ocupantes que abren ventanas y pisen el felpudo de bienvenida.
El Gobierno acaba de actualizar la Encuesta de Infraestucturas y Equipamientos Locales, un documento que compara las cifras oficiales del padrón (y atención, porque no todos los empadronados viven el año completo en el municipio) con la estimación que hacen los ayuntamientos sobre el número de personas que llegan a recibir en los picos del verano. ¿Cuántas? El informe que elabora el Ministerio de Política Territorial dice que son 141.979. O sea, casi 142.000 personas que se acercan a pasar los meses de calor al pueblo.
El máximo de cada localidad se sitúa en torno a las fiestas patronales, si es que caen en verano, pero el incremento de vecinos se percibe desde que acaba el curso escolar «hasta que empieza el frío». «Las familias con hijos se van a finales de agosto, pero las personas mayores que pasan el invierno, por ejemplo, en Valladolid, se quedan en el pueblo hasta casi octubre», explica Luis Chico, alcalde de Benafarces (71 vecinos empadronados).
«La población se triplica, sin duda, pero el problema es que no lo hacen los servicios», asegura Chico, quien reclama más implicación de las autoridades para atender a la población estacional que llena durante el verano los pueblos.«Se nota sobre todo en la sanidad. Hay mucha más gente para los mismos médicos y enfermeros. Yeso, si no cogen vacaciones y su baja se queda sin cubrir», dice Chico. Los sindicatos (CC OO, UGT, Satse) han alertado de esta situación. «Cuando la España vaciada triplica su población, no solo no ha sido reforzada la plantilla de Atención Primaria, sino que se recurre a la doble cobertura, en la que un solo médico o enfermera tiene que asumir el trabajo que de forma habitual realizan dos», critica la Agrupación de Médicos y Enfermeros de Área de Castilla y León.
Pero esto no afecta solo a la Sanidad. Está también por ejemplo, la recogida de basuras. Amuchos más vecinos, contenedores más llenos. Hay mancomunidades, como la de Torozos, que refuerzan durante estos meses su servicio de limpieza, con el reparto de más depósitos y más frecuencia en la recogida de los deshechos. «Se concentra mucha población y eso afecta en todos los ámbitos», asegura Chico, quien dice que su pueblo pase de apenas 70 a más de doscientos en verano. «El año pasado llegamos incluso a los 270. Nos hicimos una foto de familia después de misa en las fiestas y éramos más de 140», asegura. Esto también tiene su vertiente positiva para negocios (bares, quioscos, fruterías, tiendas de alimentación...) que hacen su agosto con el incremento de población.
De hecho, «la pervivencia de municipios escasamente poblados difícilmente se explicaría en virtud de su propia dinámica interna» si no fuera por esa «economía de temporada» vinculada con la llegada de «residentes no empadronados durante periodos vacacionales». Es lo que defienden José María Delgado Urrecho y Luis Carlos Martínez, profesores de Geografía de la Universidad de Valladolid, en su estudio 'La importancia de la población flotante en los municipios rurales de la interior peninsular'. Este fenómeno se acrecienta, explican, en comunidades que tradicionalmente han sido «emigrantes», como Castilla yLeón, que vivió importantes sangrías por el éxodo rural experimentado a mediados del siglo pasado, con destino, especialmente, a Madrid, el País Vasco o la capital vallisoletana. Muchos de esos emigrantes mantienen en el pueblo la casa familiar. Y a estos vecinos con raíces se unen «las pernoctaciones de turismo rural». «En términos relativos, son los municipios menos poblados quienes se ven más beneficiados por el aporte estacional, llegando a triplicar el número de sus habitantes», concluye el estudio. En Valladolid, las localidades que (en términos relativos) más incrementan su población son Valdearcos de la Vega, Tamariz y Santa Eufemia.
«A los dos años me metieron en un avión en Barcelona, me trajeron aquí durante cuatro meses y desde entonces no he parado de venir: por la gente, por los amigos, porque es parte de mi vida. Estás deseando dejar de trabajar para venir aquí», explica Alberto de la Fuente –41 años, masajista–, catalán de nacimiento y bilbaíno de residencia. Su padre, natural de Torre de Peñafiel, emigró en los años 60. «Ver a la familia, estar con los amigos y la tranquilidad» son los principales motivos que esgrimen otros dos miembros de la cuadrilla, Javier Cano, madrileño (42 años, policía), y David Pérez, también madrileño, de la misma edad que Javier y agente de seguros. La cuadrilla la completa Enrique Román, profesor de Educación Física en Valladolid y Paula Vicente, con orígenes en Tudela de Duero.
Todos sus progenitores emigraron entre los años 60 y principios de los 70. «El 99,9% de los que estamos en el pueblo, de los que venimos a menudo, tenemos casa familiar: de abuelos, de padres... Aunque también hay casas en las que se comparte espacio entre distintos miembros de la familia: hermanos principalmente», explica Román. Se dejan caer por el municipio los puentes más importantes, algún fin de semana y los meses de julio y agosto. «Es bastante tranquilo el tiempo que pasamos en el pueblo. Intentamos hacer muchas cosas, pero a todos nos gusta la sensación de no tener compromisos. ¿Qué nos apetece hacer algo concreto? Pues lo hacemos».
Lo que verdaderamente disfrutan, insisten, es «esa sensación de no tener obligaciones ni horario». Eso no es obstáculo, claro, para que que, cuando se tercie, bajen al río Duratón, disfruten de paseos caminado o en bicicleta, de la lectura, del bar, de ratos de fútbol con los niños…, «y meriendas, muchas meriendas». Enrique alterna las vacaciones en Torre con el municipio de su pareja. David, cuando la economía lo permite, lo acompaña con estancias en otros destinos, informa Agapito Ojosnegros.
Leandro, Amparo y Socorro Sahagún Valverde son los tres veteranos hermanos de Tamariz de Campos que cada verano regresan a la tranquilidad del pueblo que les vio nacer. Hace ya más de medio siglo que marcharon a Madrid junto a sus padres, Aurelio y Marciana, su abuela Paula y sus hermanos, Paula y Jesús, que ya han fallecido. Al principio eran solo los padres los que se daban una vuelta por el pueblo cada verano, ya que había que atender la tienda familiar de ultramarinos y la peluquería, pero, poco a poco, todos fueron regresando a Tamariz de Campos para disfrutar de las esperadas vacaciones. En la casa familiar, de más de un siglo de existencia, encuentran (de julio a septiembre) el silencio y las temperaturas más llevaderas que no hay en Madrid. Con largos paseos, sus vacaciones suponen el encuentro con los vecinos, a pesar de que muchos de los que convivieron en su juventud han fallecido. Es tanta la tranquilidad, que «hay días que no vemos a nadie pasar delante de nuestra casa». El pueblo es también el reencuentro con los recuerdos: los años de la escuela (con casi un centenar de niños), los trabajos del verano de tropar y pelar, el pastoreo con ovejas o la fabricación familiar de queso, que luego se vendía en Rioseco y en Villalón, informa Miguel G. Marbán.
No hay verano para Jovita Alonso lejos de su pueblo, Torrecilla de la Torre. Allí están sus orígenes y allí es feliz en julio y agosto. «No lo cambio por unas vacaciones en la playa de Torremolinos», dice. Su marido, José Rodríguez, también lo tiene claro. En Torrecilla es feliz, aunque reconoce que a veces echa de menos su pueblo, Gallegos de Hornija, que visita muy a menudo y del que «se siente muy orgulloso». Cuenta el matrimonio que se conoció en Torrelobatón durante un baile. Se casaron en 1977 y ahora, tras una larga vida laboral, ambos disfrutan de su merecida jubilación. Ella fue profesora, él agricultor. Pasan el verano aquí. El resto del año, en Valladolid.
«Vamos ocho días a la playa en junio y en cuanto regresamos, hacemos las maletas con destino a Torrecilla. En invierno venimos algún día suelto, pero la casa es demasiado fría para esa época», dicen. No se aburren. Tienen todo el día ocupado.
De buena mañana salen juntos de paseo, una hora, hasta la asomada de Torrelobatón. Después de comer, José baja al pueblo vecino a jugar al mus. Jovita sale al patio de su casa a tomar el sol mientras lee. «Es lo mejor que hay. Con lo que más disfruto», asegura. Sobre las ocho de la tarde, salen a la tertulia que se forma junto a la iglesia. «Nos reunimos y comentamos el día y luego yo doy otro paseo», añade ella. Y después de cenar, se divierten jugando a la brisca con sus vecinas Toña y Ana mientras toman un licor de café casero con pastas de Gallegos de Hornija. «Odio que me coman el 3, lo llevo muy mal», dice ella mirando a su marido. «Los que pierden durante la semana, pagan una leche merengada el domingo. Nos lo tomamos muy en serio», aclara él. La relajación y desconexión son totales en Torrecilla de la Torre. El pueblo les da tranquilidad. «Nos gusta despertarnos con el sonido de los pájaros. Además, aquí no pasamos calor. Estamos muy a gusto», recalca José. «Yo quiero mucho a este pueblo. Aquí soy la persona más feliz del mundo», concluye Jovita, informa N. Luengo.
Excepto Marina y Saúl López (hermanos de 11 y 14 años, respectivamente), que son de Valdearcos, los amigos que conforman la cuadrilla de verano son de fuera, de padres que un día marcharon del pueblo a trabajar a Barcelona, Valladolid, Burgos y Bilbao. No se aburren: el móvil, el parque, un poco de fútbol..., e incluso sus buenas partidas de cartas a las 19:30 horas les hacen disfrutar del que también es su pueblo. Pero no solo llegan niños. El matrimonio formado por Sira Gutiérrez (89 años) y por Félix Aguado (93) se aleja del calor del octavo piso en el que residen en Valladolid buscando las temperaturas más amables del valle del Cuco. Aquí pasan los tres meses de mayor rigor veraniego, pero también Navidad y Semana Santa. Sira es de Valdearcos y Félix, del vecino Bocos de Duero. Emigraron en 1964 a Valladolid donde él trabajaba en Saba y Sira, en el hogar familiar, informa Agapito Ojosnegros.
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