La lotería no tiene forma de boleto en Torrecilla de la Torre. Ni siquiera de números aleatorios con los que entrar en un sorteo. A los 30 vecinos empadronados a tenor del INE de enero de 2017 (apenas siete casas habitadas) les toca por adjudicación directa, con un montante anual traducido en los 5.000 euros que abona en forma de impuestos, el único aerogenerador que pisó su término municipal dentro de uno de los parques eólicos de Torozos. «Es nuestra salvación, este molino y unas placas solares que también se instalaron aquí. Entre una cosa y otra ingresamos más de 6.000 euros, lo justo para sobrevivir». Eduardo Martín, alcalde del tercer pueblo más deshabitado de la provincia, narra casi de memoria las partidas que conforman los 67.500 euros del presupuesto anual de este ayuntamiento, entre los más bajos de la provincia. Casi 6.000 euros se corresponden con el gasto de personal, otros 5.500 para mantenimiento de edificios, 1.000 más para material de oficina y otros 1.500 en las fiestas patronales. Nada de grandes inversiones ni de ambiciosos proyectos. Y, si sobra algo, lo destinan al mantenimiento de la iglesia, «que es lo poco que nos queda». Lo justo para sobrevivir. «Solo pido tener el agua corriente, el alumbrado y las calles en condiciones», dice con un tono que suena al alimón entre conformismo y resignación.
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Aquí, a 33 kilómetros de Valladolid, el decreto ley por el que el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, permite a los Ayuntamientos gastar su superávit ni siquiera pasa de puntillas. «Bastante tenemos con sobrevivir, e incluso conseguimos ahorrar un poco, pero no para poder hacer todas esas obras que quieren hacer en otros ayuntamientos», se lamenta Eduardo Martín.
Nada de pistas cubiertas, de polideportivos, centros de ocio o, incluso, campos de rugby y fútbol –como ocurre en Arroyo de la Encomienda, con 1,1 millones de superávit y 18 millones de presupuesto–. En Torrecilla de la Torre no enarbolan la bandera del optimismo por conseguir dar salida a los ahorros que en los últimos años les obligó a acumular el Ministerio de Hacienda. No hubo capacidad de ahorro, más allá de los que recaban para poder afrontar obras urgentes y básicas. «Vamos con lo justo», incide el alcalde, Eduardo Martín, acostumbrado a gestionar siempre con unas partidas bajas –«no sé si más fácil o difícil que en ayuntamientos con dinero, porque nunca lo he podido comprobar»– dice risueño.
No hay tiendas, ni bares, ni edificios de gran envergadura. Ni siquiera tienen Casa Consistorial. Hace cuarenta años que se quemó la última y, desde entonces, tienen las dependencias municipales en una antigua casa del maestro a la que cada equis tiempo destinan una pequeña partida para reparos necesarios.
Ahí, en la Casa Consistorial, fija Eduardo Martín su mirada para poder emplear los ahorros si algún día logran «salir de pobres». «Nuestra principal financiación son los 30.000 euros que la Diputación nos da en Planes Provinciales. El año pasado, los destinamos a un desnitrificador en el depósito de agua, porque teníamos nitratos, y a hacer la caseta más grande», resume. El resto de ingresos, con los que afrontan el día a día, hay que buscarlos en los 6.000 euros del Impuesto de Bienes Inmuebles Urbano y Rústico (unos 60 euros de media por vivienda), otros 8.000 de tasas y 1.500 de una pradera.
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A la instalación de otros dos molinos eólicos que les ha «tocado» se encomiendan ahora. Con ellos, dice Eduardo Martín, quién sabe si en unos años Torrecilla volverá a tener Ayuntamiento. «O si no, al menos, que nos ayuden a sobrevivir».
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