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«Era una escena espeluznante, con el cuerpo de una víctima seccionado en mitad de la calzada y un montón de fallecidos y vehículos por todas partes. Nunca he vivido nada parecido en mis cuarenta años de servicio», recuerda el veterano guardia civil de Tráfico, ahora jubilado, Jesús Bermejo, quien estuvo hace 40 años, aquel fatídico 29 de octubre de 1984, en el escenario del peor accidente de circulación registrado en la historia de Valladolid. Ocurrió en Simancas en la entonces denominada, y por algo, 'carretera de la muerte'.
La colisión múltiple ocurrió en el mediodía del último lunes del mes de octubre de hace 40 años en el kilómetro 138 de la Nacional 620 en una larga recta con un cambio de rasante en la que un autobús que circulaba hacia la capital invadió el carril contrario y colisionó contra un camión militar para dar inicio a un rosario de choques en el que se vieron implicados dos furgonetas y un turismo.
La calzada de la vieja nacional acogió un reguero de muertes. En el siniestro perdieron la vida los cinco ocupantes de un Renault 14, todos ellos naturales de Santiago de Compostela; cinco militares canarios que estaban haciendo la mili en el cuartel de San Quintín (hoy de San Isidro); dos pasajeros del autobús, que cubría la línea Coria-Irún, naturales de la localidad cacereña de Coria; y el conductor portugués de una de las furgonetas siniestradas.
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«Fue algo horrible», incide el agente que fue testigo de aquel siniestro, el peor registrado en Valladolid, como mínimo, en los últimos cuarenta años. Y tuvo consecuencias penales, algo poco habitual en aquella época, para el conductor del autobús, que siempre negó su responsabilidad, pero que sería finalmente condenado en 1990 a un año de prisión menor y a la retirada del carné durante doce meses como responsable del siniestro mortal por un delito de conducción temeraria con resultado de víctimas mortales -así se llamaba entonces al actual delito contra la seguridad vial-, ocurrido cuando su autocar invadió el carril contrario y golpeó inicialmente al camión militar para dar paso al resto de colisiones de los otros tres vehículos implicados.
Jesús Bermejo
Guardia Civil de Tráfico jubilado
El accidente dejó trece fallecidos y treinta heridos entre los ocupantes de los cinco vehículos implicados. «Al principio recuerdo que hubo versiones contradictorias sobre lo ocurrido, pero finalmente los compañeros (de Atestados) pudieron determinar que fue el autobús el que invadió el carril contrario y golpeó al camión militar», relata el veterano agente antes de incidir que en aquellos años, con carreteras de un único carril en cada sentido que soportaban un tráfico muy intenso, «el volumen de accidentes y de muertes, con más de cien al año, era terrible».
No en vano, solo en aquel 1984, y en la misma 'carretera de la muerte', aunque en el tramo entre Burgos y Valladolid, en el término de Cabezón, se registró otro terrible accidente que dejó diez fallecidos al colisionar un autobús y un camión el 6 de julio. Apenas un mes antes, también en la N-620, en Salamanca, otro siniestro con un autocar implicado, que chocó contra una furgoneta, había dejado once víctimas mortales.
«Era el pan nuestro de cada día, por desgracia, especialmente en esta carretera hasta que se abrió la autovía debido a la alta densidad de la circulación con mucho camión y mucho vehículo que realizaba largos trayectos hacia o desde Portugal», relata el guardia civil, que estuvo en activo entre 1977 y 2019, con el grueso de su dilatada carrera (42 años) destinado en Tráfico.
El 29 de octubre de 1984 se marcaría a fuego entre los agentes que acudieron al lugar de la colisión múltiple. «Por entonces había cuatro equipos de atestados con dos de servicio siempre y aquel día fuimos todos», explica antes de recordar que cuando llegaron se encontraron «con un campo de batalla». El tramo en el que ocurrió la colisión múltiple «estaba entre Simancas y Las Ventas de Geria, a la salida de un cambio de rasante y aquel día con buena visibilidad a la hora del accidente (12:30), aunque sí había habido niebla horas antes».
La intervención fue doblemente dura para los guardias civiles, por su condición de militares, ya que entre las víctimas «había cinco chicos canarios fallecidos que estaban destinados en el cuartel de San Quintín, al lado de nuestra Comandancia -en la avenida de Soria-, y que iban hacia Montelarreina (Zamora) en el camión para hacer unas maniobras. Fue muy duro para todos...».
Un despiste, quizás -él siempre negó su responsabilidad y atribuyó el siniestro al conductor del camión- , llevaría al chófer del autobús a invadir parcialmente el carril contrario para golpear al camión militar en el centro de la calzada antes de continuar su trayectoria y de causar el resto de colisiones entre los vehículos que circulaban en sentido a Salamanca. Así quedó demostrado en el juicio celebrado el 19 de abril de 1990 y en la condena al chófer dictada el 19 de octubre de ese mismo año. La compañía aseguradora del autobús consignaría una fianza de ochenta millones de pesetas (cerca de medio millón de euros) para indemnizar a las familias de los trece fallecidos y a los treinta heridos que dejó el siniestro.
Todo Valladolid, y numerosos puntos dispersos de la península (Santiago de Compostela, Canarias, Coria y Portugal), lloraron aquel día lo ocurrido en la 'carretera de la muerte'. La tragedia golpeó especialmente a la familia del entonces obispo de Osma-Soria, José Diéguez Reboredo, cinco de cuyos miembros regresaban aquel lunes en un R-14 de Osma de vuelta a Santiago después de asistir el domingo anterior a la toma de posesión del obispo. Los cinco murieron en el accidente.
«Hay que aceptar la providencia. Hay que aceptar lo agradable y lo desagradable, lo comprensible y lo incomprensible. Yo estoy tranquilo y he rezado por ellos. Es lo único que podemos hacer», lamentaba el obispo el mismo día del siniestro, en el que fallecieron dos de sus hermanos, un cuñado y dos sobrinos -tres hombres y dos mujeres-. La Catedral acogería al día siguiente, el 30 de octubre, un funeral por las trece víctimas mortales, cuyos cuerpos fueron trasladados después a sus localidades de origen.
«La situación ha cambiado mucho con la mejora de las carreteras y de los sistemas de seguridad de los propios vehículos y el número de fallecidos ha descendido muchísimo, por fortuna, en los últimos años», suspira el agente Jesús Bermejo. El año pasado, por ejemplo, fueron once las víctimas registradas en las vías interurbanas de Valladolid, dos menos que en el siniestro ocurrido hace 40 años.
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La elevada siniestralidad de la 'carretera de la muerte', como era tristemente conocida entonces por los conductores la N-620 (Burgos-Valladolid-Salamanca), especialmente en el segundo tramo, ya preocupaba desde comienzos de los años ochenta y, de hecho, en 1983 se recogió en el Plan General de Carreteras un primer proyecto para transformar en autovía, en principio, el tramo completo entre Burgos y Tordesillas.
La autovía de Castilla (A-62), sin embargo, tendría que esperar hasta el 28 de julio de 1999 para su inauguración en el tramo completo entre Valladolid y Salamanca. La provincia dijo entonces adiós a la 'carretera de la muerte'. Pero no a la siniestralidad. El 20 de marzo de 2002, de hecho, la nueva autovía, y en el mismo tramo en el que se registró el siniestro de 1984, aunque entonces ya de doble carril en cada sentido, se produjo una sucesión de colisiones múltiples con 47 vehículos implicados que dejaron ocho fallecidos en el siniestro más luctuoso registrado en el provincia en el siglo XXI. Aquel accidente ocurrió entre Simancas y Geria, en el kilómetro 137 de la A-62, a la altura prácticamente del punto de la vieja nacional en el que habían perdido la vida trece personas 17 años antes.
Este tramo de la autovía de Castilla, de hecho, continúa siendo escenario de alcances y retenciones de manera asidua. Las últimas, sin ir más lejos, se produjeron durante el pasado fin de semana. Tanto el sábado como el domingo se registraron distintas colisiones, por suerte, sin heridos, en torno a los fatídicos kilómetros 137 y 138 que colapsaron la A-62. Suma y sigue.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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