Una jornada intensiva de concienciación. De las que te encogen el corazón al escuchar cómo un accidente de tráfico te cambia o te destroza la vida en cuestión de segundos. Eso es lo que han vivido este jueves alrededor de 200 militares de El Empecinado ... en una sesión de seguridad vial, impulsada por el grupo de Caballería Villaviciosa, y en la que han tenido especial protagonismo los testimonios de Aitor Martínez y Mari Paz González, dos personas que conviven con las secuelas de haber padecido un accidente de tráfico que les dejó al borde de la muerte.
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Dos historias conocidas ya en Valladolid al formar parte de continuas charlas, principalmente en centros escolares, y que este jueves acercaron al personal de la base militar. Su testimonio es desgarrador, sobre todo, cuando se escucha en la propia voz de los protagonistas y con un silencio poderoso de acompañante.
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Agente de la Policía Local de Valladolid, Aitor Martínez tiene grabado el 25 de febrero de 2016. Hace siete años de ese fatídico día en el que salió a la carretera en bici y fue arrollado por un camión que sesgó la vida de su compañero de escapadas, Jesús Negro.
Martínez logró salir adelante. A día de hoy aún le cuesta creer que siga vivo. Arrastra enormes secuelas al no poder ni saltar ni correr ni recordar partes de su vida como consecuencia de un coágulo tras el accidente o con el miedo a subirse a una bicicleta por la calzada porque «no quiero que mis padres vuelvan a pasar por lo mismo» (solo disfruta de la bici por montes y zonas verdes). Y todo eso lo detalló ante la atenta mirada de los militares. «Ese día, se quedó todo en la carretera», apunta.
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Aitor Martínez
Víctima de accidente de tráfico
Porque siete años después Aitor sigue con pesadillas que le trasladan a ese punto de la calzada, donde «lo peor fue no perder la consciencia». «Escuché cómo decían que estaba reventado por dentro o frases como si quería ver a mis padres porque tenía un 85% de no salir con vida de la operación». Ahora, este policía local es «otro» y se siente «afortunado» cada vez que se despierta por la mañana.
Testimonio similar ofreció Mari Paz González, coordinadora en Castilla y León de la Asociación Española de Lesionados Medulares y parapléjica a raíz del accidente de coche que sufrió hace 27 años en el Camino Viejo de Simancas, cuando aún era una adolescente. Estuvo dos meses en coma para pasar por el centro de tetrapléjicos de Toledo después. Quiso tirar la toalla en muchas ocasiones por «perder la libertad y estar anclada toda la vida a una silla de ruedas». Siguió adelante, a pesar de que la vida le siguió golpeando con las muertes de su hermano (la persona que iba al volante el día del accidente) por leucemia o de su padre por un cáncer colon. Y pese a todo lo sufrido, cada día se levanta dispuesta a ayudar a que quienes se ponen al volante de un vehículo lo hagan con responsabilidad. «Estoy sola en la vida, pero soy consciente de que estos accidentes destruyen a familias», recalca a la par que incide en la añoranza que le produce no volver a subir escaleras o bailar. «Es lo que más echo de menos», concluye.
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Mari Paz González
Víctima de accidente de tráfico
Dos testimonios que dejaron la sala con un silencio solo roto por aplausos mientras algún militar se secaba las lágrimas. Acto seguido, las declaraciones dieron paso a la teoría con pruebas de alcohol en militares. Prácticas en test, que se efectuaron después de que tres personas tomaran cuatro cervezas para someterse a los análisis con los resultados de cómo afecta más a las mujeres que a los hombres y con una tendencia alcista en los resultados después de una hora. En todo momento se superaron los niveles permitidos, pues uno de los objetivos de esta sesión, en colaboración con la Policía Local, era concienciar a los militares del cero alcohol fuera de la base (con el uniforme tienen que arrojar resultados de 0,0). Resultados que ponían «contentillos» a los militares, que intentaron rebajar esas cifras con un buen bocadillo y un café. Ni por esas, se reducían los datos. «Hoy volvemos en autobús», añadían.
El acto en El Empecinado se cerró con un simulador de vuelco, a cargo de Rafael Soto, en el que los militares se enfrentaron a la gravedad de un coche al revés a una velocidad de giro reducida.
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