Patricia González
Pozaldez
Miércoles, 9 de diciembre 2020, 07:15
El pasado 15 de marzo se despidió de todos los residentes. Visitó por última vez a las gallinas que tienen en el patio y pasó, mesa por mesa, para comer cualquier cosa que los abueletes le dieran a escondidas. El miedo y la incertidumbre ... en la que se sumieron las residencias con la llegada de la covid hizo que la dirección del centro de mayores Fundación Social Virgen de los Remedios de Pozaldez decidiera que Sena, la golden retriever de once años que vive de manera continua –«su jornada laboral es de ocho de la mañana a nueve y media de la noche», apuntan– en el geriátrico para hacer terapias asistidas, se confinará en su hogar como un ciudadano más. «Al principio teníamos miedo y desconocimiento sobre si los animales podrían ser portadores del virus y entonces decidimos que era mejor no traerla hasta que todo se pasara un poco y hasta tener más información», explica el director del centro, Guillermo Rodríguez García, quien recuerda cómo, desde que empezó la pandemia, fueron muchos los residentes que preguntaban por Sena y «nos decían que tenía que venir y confinarse con ellos, ya que la echaban de menos».
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Especiales coronavirus
Pasó la primera ola y este centro resistió de manera estoica limpio de coronavirus. En verano, los ancianos reclamaron a Sena ya que «en cierto modo, el perro les hace sentir que viven en una cotidianidad y en una normalidad», pero a finales de septiembre, cuando la golden iba a retomar su jornada intensiva, un brote con 21 usuarios positivos, dos fallecieron por la covid, y cinco trabajadores dejó en un gran interrogante su regreso. Ahora, dos meses después, Sena vuelve entre achuchones, caricias y piropos de «¡bonita!» a la residencia que la ha visto crecer.
Hace once años, el director vio en televisión un reportaje sobre los beneficios que los animales tienen en las terapias asistidas como recurso terapéutico, pues «mejoran la calidad de vida del ser humano, aumenta la longevidad, ayuda a asumir responsabilidades, mejora la autoestima y, sobre todo, el intercambio afectivo con el animal incluye en el estado emocional de una persona, que se siente acompañada, y se mantiene activo». Sin pensarlo dos veces, decidió aplicar este tipo de tratamiento alternativo con los internos y se desplazó hasta Pamplona para comprar a Sena a un criador especializado.
Con dos meses llegó a Pozaldez y se convirtió en la 'niña bonita' de todos los abuelos. Como buen cachorro, correteaba por las salas comunes, subía a las habitaciones de los residentes y escondía algunas zapatillas, recuerda Rodríguez. Asimismo, contactaron con el experto Iván Pardo, que durante un año y medio adiestró al can para que pudiera desarrollar su cometido: las terapias con los mayores.
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Aprendió a atender las órdenes básicas de sentarse, dar la patita, tumbarse o hacerse el muerto cuando algún usuario quería jugar. Desde que tenía cuatro meses, su entrenador inició a la perra en la aventura de tratar con ancianos con enfermedades como el alzhéimer o la senilidad. «Está demostrado que la compañía de Sena les beneficia porque fortalece muchas funciones vitales, como la física, la emocional y también la psicosocial y cognitiva». afirma el director, quien recuerda que durante los dos años siguientes a la llegada de la golden retriever no hubo que lamentar ningún fallecimiento. La terapia con este perro es intensiva ya que «llega por la mañana, a primera hora, y es la última que se marcha, por lo que son más de ocho horas diarias de convivencia».
La cara de Julia Alegre, a sus 80 años, después de vivir ocho meses aislada y superar el coronavirus, se ha vuelto a iluminar. Desde su silla de ruedas llama de manera incesante a Sena para que se acerque y poder acariciarla. Mientras tanto, su compañero Ángel Esteban intenta rascar la oreja a Sena. Tiene 93 años y es otro de los supervivientes al 'codorniu' (nombre con el que han bautizado al coronovirus). Este ferroviario jubilado dice que lo han pasado muy mal: «Ha sido un tiempo complicado, por lo que saber que volvía Sena con nosotros ha sido una alegría, parece que todo es como antes».
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Esta nueva normalidad, la del regreso de la mascota y compañera de vida de los residentes, es la que también destaca Felicita Vidal, de 84 años. Al igual que Julia y Ángel, también ha superado la covid: «Estoy muy contenta de poder ver a Sena de nuevo y poder darle galletas y pan, que es lo que más le gusta». Tras saludar uno a uno a sus compañeros y «comer todo lo que le damos», como aseguran estos tres abuelos, Sena ya ha regresado a su vida de juegos y mimos tras el parón sanitario provocado por la covid.
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