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Javier Burgos Díez lo pudo todo en la vida, menos evitar que familiares, amigos y pacientes lloraran su muerte. Hace tiempo les advirtió: «No me lloréis, recordadme siempre sonriendo». Porque Javier, natural de Benavente (Zamora), residente en Valladolid y «adoptado profesionalmente por Íscar» (era practicante en su centro de salud desde hacía 30 años), sabía que el cáncer que padecía desde hacía dos años podía dejarle en fuera de juego «en cualquier momento», como reconoce su hermano Carlos.
Pero hizo del positivismo su mejor aliado y del lema «siempre contento», una forma de vida. Se antoja imposible recordar a Javier Burgos, de 57 años, sin una sonrisa de oreja a oreja. Quería, ante todo, transmitir seguridad y tranquilidad a familiares, amigos y también pacientes, esos por los que se desvivió a lo largo de su trayectoria profesional. «Era un luchador, nada le doblegaba. Además de con buen humor, ha estado frente a todo él solo, la familia no nos hemos enterado de muchas cosas. Él quería siempre dar el aspecto de que todo estaba bien, estaba siempre sonriendo, era la forma en la que él vivía», apunta.
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Hace unos meses, Javier, amante de los perros y de las motos, comenzó un tratamiento «muy agresivo». No le quedó más remedio que cogerse la baja médica «una temporada», pero la covid irrumpió en el país y él lo tuvo claro: «Quiero volver a trabajar para ayudar a mis compañeros», comentó a sus familiares. Era consciente del riesgo, pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras sus colegas de profesión estaban «saturados».
«El tratamiento le redujo las defensas al máximo, era de alto riesgo y la familia le decíamos que ampliara la baja médica por ese motivo, pero él no hizo caso y decidió no prorrogarla. Quería cogerse el alta y volver al centro de salud porque veía que la cosa se estaba poniendo muy complicada y no podía estar sin hacer nada», argumenta Carlos.
Un «detalle» que simboliza a la perfección cómo era Javier Burgos: «Generoso, dispuesto y un gran profesional». «Dice mucho de cómo era él. Era jugarse la vida, pero dijo que para adelante y así fue», continúa.
Durante ese tiempo, realizó «muchísimas» pruebas de detección del virus, aunque también continuó con sus labores previas a la pandemia, como curar a los enfermos. En definitiva, estuvo en «contacto permanente» con la covid-19. De hecho, dice Carlos, se contagió, aunque «por suerte no se enteró». «Cuando le hicieron la prueba se vio que tenía anticuerpos. Parece ser que lo pasó, pero no debió enterarse de nada», apostilla su familiar.
No obstante, hace unas semanas estuvo de nuevo de baja laboral por una intervención quirúrgica. Tenía previsto reincorporarse el pasado lunes 16 de noviembre, pero el miércoles anterior, el día 11, «cayó malo» y falleció al día siguiente en el hospital Clínico de Valladolid. «Se desplomó y no pudieron hacer nada por salvarle», se lamenta Carlos. «Ana, la compañera sanitaria que le atendió y trató de reanimarle antes de que llegara la ambulancia el día de su fallecimiento, nos decía que su manera de enfrentarse a los problemas y de quitar hierro al asunto delante de los demás era tan grande, que cuando ella trató de moverlo al interior de la casa tirando de los pies, mi hermano recobró en ese momento la consciencia un poco y le dijo con una media sonrisa: 'Eh, ¿pero qué haces conmigo?'», recuerda.
Testimonios sobre la pandemia
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El de Javier Burgos y los iscarienses era historia de mutua admiración. Sus vecinos inundaron las redes sociales con emotivos mensajes para agradecerle su labor profesional y el trato personal recibido durante todos estos años. «Nunca olvidaremos esa alegría que iba siempre contigo, la sonrisa que reflejaba la luz en tu cara, tu buen humor ni tus ganas de trabajar, siempre dispuesto a todo y trabajando hasta el final», rezaba una publicación compartida por sus compañeros del centro de salud del municipio.
Un cariño que la familia ha sentido «desde el primer momento» y que les está ayudando a asimilar la pérdida. «Nunca una despedida había sido tan bonita y menos pesada de llevar por esa manera tan sincera de abrir su corazón pacientes y amigos al hablarnos de Javier», sostiene Carlos, mientras resalta que «cientos de vecinos de Íscar quieren hacernos llegar a la familia unas condolencias sentidas y nos dicen que llevarán grabada eternamente su sonrisa y disposición a ayudar»
Llevaba con orgullo, como si de un título nobiliario se tratase, el calificativo de «practicante de pueblo». Le gustaba que le llamaran así. «Fue hijo de otro gran practicante, Gaspar Burgos, de quien tomó el ejemplo de vida al verle que salvó la vida a varias personas», concluye su hermano Carlos.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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