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El dolor y la tristeza se hacen presentes en el tanatorio. Sobre el féretro están depositadas las medallas de las hermandades de Jesús Nazareno de ... Santiago y de la Crucifixión. Es el último adiós que familiares, amigos y vecinos rendían en Medina de Rioseco el pasado 2 de octubre a Victoria Mateo Bastardo, después de que el día anterior falleciera a los 93 años por covid-19 en el Hospital Río Hortega. Victoria había ingresado en la residencia Santo Toribio de Mayorga hacía siete años, donde recibía cada semana las visitas de sus hijos, Juana y Rafael Zarzuelo Mateo, con sus respectivas familias, y la presencia de sus nietos Víctor, Roberto, Ana y Nuria.
Hace dos semanas, los dos hermanos eran informados por la dirección del centro de que su madre había dado positivo en el virus, siendo asintomática. Sin embargo, el día 30 de septiembre empezó a encontrase mal, según le informaron a Juana, quien minutos después iba a entrar a quirófano para ser operada de varices. Al día siguiente, Victoria era ingresada en el Hospital del Río Hortega por haber sufrido un ictus, según indicaciones de la residencia.
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Desde el hospital, Juana recibía la llamada de una doctora para informarle de que su madre había sido ingresada por covid y que se estaba muriendo al haber llegado con insuficiencia respiratoria. En ese momento de nervios, Juana no pudo viajar al hospital vallisoletano al estar convaleciente de la operación, aunque sí lo hizo su hermano Rafael y uno de sus hijos, Roberto, aunque cuando llegaron ya había fallecido No obstante, les dieron todas las facilidades, «en un excelente trato», para ver a su madre y abuela, con todas las medidas de seguridad.
Con gran emoción, Juana lamenta el no haber podido ver a su madre por última vez en el hospital. Tampoco lo pudo hacer en el tanatorio al llegar el féretro precintado por protocolo de la covid. Sin embargo, se siente contenta de que sí la pudieran ver su hermano y su hijo, y de haberla velado y despedido con un entierro digno. Aunque no sabe en qué condiciones llegó su madre al hospital, «me tengo que consolar con lo que han dicho». Con emoción recuerda las últimas veces que la visitó en la residencia, «en el jardín, con las oportunas distancia, ya que detrás de la mampara se levantaba hacia nosotros».
Ahora, para los hermanos Zarzuelo Mateo ya solo queda el emotivo, necesario y consolador recuerdo de su madre, quien no tuvo una vida nada fácil. Victoria nació en Medina de Rioseco un 6 de marzo de un lejano 1927.
Hija de Ricardo Mateo y Rafaela Bastardo, su madre murió cuando tenía tan solo tres años, por lo que fue criada por su abuela Eusebia y su bisabuela Brígida. De joven, trabajo en Valladolid, asistiendo en una casa, hasta que regresó a su pueblo natal, donde se casó con Blas Zarzuelo, de quien enviudaría hace 23 años, viviendo sola en su casa hasta que la demencia se fue adueñando de su vida, pasando a vivir en casa de su hija durante ocho años, antes de que fuera ingresada en la residencia de Mayorga, donde su enfermedad la fue separando de sus seres queridos. De sus abuelos, Victoria heredó la tradición y devoción por las hermandades penitenciales de Jesús Nazareno de Santiago y de la Crucifixión, que sus hijos y nietos también han secundado.
Durante toda su vida, Victoria expresó no tener envidia de nada, solo de no poder decir 'madre', según recuerda Juana, quien explica que «todo lo que no le había podido dar su madre nos lo daba a nosotros, en especial mucho cariño». Ahora lamenta no haber podido hablar con ella en los últimos años, debido a su demencia, para haberle contado sus inquietudes, porque, según reconoce con gran emoción, «la verdad es que en esos años no la he tenido». Aun así, «aunque ya era mayor y me confundía con su madre, la podíamos haber tenido con nosotros algunos años más, era lo último que me quedaba de los pilares de mi familia». A pesar de su demencia, en un destello de lucidez, «lo primero que siempre me decía era: no dejes a los niños solos».
Por su parte, Rafael reconoce que no les ha dado tiempo a asimilarlo, «por eso, lo que más rabia me da es que no haya podido despedirme de ella. Yo era mucho de mi madre, era una mujer muy trabajadora, de una familia humilde, siempre luchando por todos nosotros». Un espíritu de lucha que mantuvo hasta el último momento, de tal forma que, según recuerda su hijo, «cuando ya no me reconocía decía 'vamos que vienen mi padre y mis hermanos y les tengo que dar de comer'. Porque mi madre era el motor de la casa, tanto de la de mis tíos como de la nuestra». A Rafael le hubiera gustado llegar despedirse de su madre, verla con los ojos abiertos, aún a sabiendas que son muchas las familias que no han llegado a ver a su ser querido, sin saber muchas veces quién iba en el ataúd». También le hubiera gustado expresarla su arrepentimiento por lo que pudo sufrir por su causa.
Reconoce que salió del hospital con cierta angustia al ver a médicos y enfermeros cómo podían trabajar con esos equipos tantas horas, tratando con tanto cariño a los enfermos mientras, «sabiendo que nosotros no somos responsables de hacer las cosas bien para evitar que la pandemia se extienda».
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