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Miguel García Marbán
Domingo, 26 de julio 2020, 09:15
La palabra vulnerabilidad se asocia etimológicamente al término latino 'vulnera', que significa herida. Junto a la enfermedad, el dolor, la hospitalización, el sufrimiento y la muerte, el coronavirus ha provocado, en especial en la sociedad más vulnerable, otras heridas como la pobreza, la necesidad y el desempleo, pero también la soledad, el silencio, la angustia, el miedo o la indefensión, que muchas veces pasan desapercibidos al resto de los ciudadanos. No así a personas que, desde sus puestos de trabajo, se han acercado a esas secretas realidades ayudando a curar algunas de esas heridas.
Es el caso de Silvia Baza Martín, autónoma de Medina de Rioseco, de 45 años, que se dedica a llevar los pedidos del supermercado Lupa a las casas. La demanda de este servicio se ha doblado y hasta triplicado en los últimos meses. Unas compras que en los días anteriores a la declaración del estado de alarma, el 14 de marzo, «fueron exageradas, pues la gente creyó que los supermercados se iban a quedar desabastecidos», explica esta emprendedora, quien tranquilizaba a las personas con la realidad de que «el camión llega todos los días».
Hasta el inicio del confinamiento Baza llevaba la compra de las personas mayores hasta la cocina, «pero lo dejé de hacer no por miedo a mi contagio, sino ante la posibilidad de que yo metiera en sus casas el virus con los zapatos, ya que piso por muchos portales». Por eso se lo dejaba en el descansillo o dentro de casa, desde la puerta, sin pisar el interior y guardando las distancias. Algunas personas, en especial con problemas de salud o matrimonios mayores, consiguieron su teléfono y le pidieron que ella misma les hiciera la compra no solo en el supermercado, sino también en otras tiendas. Algo que Silvia aceptó, recibiendo la lista de la compra por WhatsApp y adelantando el dinero, que le hacían llegar en una bolsa cuando les entregaba el pedido o por transferencia bancaria. Silvia ha dado asimismo la posibilidad de llevar la compra a los vecinos de otros municipios.
Algunas de esas personas no salieron nada a la calle durante el confinamiento, porque tenían mucho miedo. «Yo les he dicho siempre que no vieran tanto la tele, porque les come la cabeza», sentencia esta autónoma, que también les animaba. Son personas que viven solas y que estaban acostumbradas a salir a la compra, a tomar un café con los amigos o a ir a misa, y de repente se tuvieron que quedar en casa sin compañía y con temor al contagio. «La soledad es muy dura», hace ver Silvia Baza, quien indica que «ha habido personas que no han salido a la calle en todos estos meses de confinamiento y que la única cara que han visto ha sido la mía». Son ciudadanos de riesgo que para evitar el peligro decidieron no salir en ningún momento a la calle, en especial las personas mayores o enfermas. A todos ellos Silvia Baza les ha intentado ayudar en aquello que ha podido. En especial efectuando sus recados, siempre de forma desinteresada, pero también haciendo una parada entre una entrega y la siguiente para poder regalarles unos minutos de amena, necesaria y cercana conversación, «para que supieran que no estaban solos».
La solidaridad, como virtud que es, llega desde el hábito, como bien constató Aristóteles hace más de 2.000 años, pero también del ejemplo cercano desde la más tierna infancia. En su Cuenca de Campos natal Silvia Baza tuvo desde niña en su madre, Manolita Martín, el mejor ejemplo de esta cualidad. Su progenitora «tiró mucho por el pueblo», ayudando en todo lo que podía, limpiando la emita para la fiesta o recorriendo todas las casas del pueblo para pedir una colaboración para la compra del pendón de San Bernardino, que luce cada mes de mayo con motivo de su fiesta patronal.
No es de extrañar que, con tan buen ejemplo, Silvia desde siempre haya tenido en el horizonte de la vida ayudar a los demás. Por eso es catequista en la parroquia para los niños que van a hacer la Primera Comunión, está en la directiva del Ampa del colegio San Vicente de Paúl –al que van sus dos vástagos, Ana y Francisco– y ayuda en todo lo que puede en el grupo de danzas en el que baila su hija.
Durante el confinamiento, en los cumpleaños de los compañeros de curso de sus niños se encargó de recopilar vídeos de felicitación para realizar un montaje que fuera una sorpresa para el pequeño o la pequeña que cumplía años. Silvia Baza tiene claro que «es bueno que la gente sea solidaria, porque hay quien solo mira para él». En este sentido señala que «es una manera de ser, no tengo que hacer ningún esfuerzo, no me cuesta, como que no eres buena persona si no eres solidario», zanja.
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