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«No es luz lo que necesitamos, sino fuego; no es la suave lluvia, sino el trueno. Necesitamos la tormenta, el torbellino, y el terremoto», acuñó el estadista, escritor…, estadounidense Frederick Douglass. Y aunque esta máxima se enfoque en algo tan profundo como es la ... activación del ser humano cuando las cosas se ponen difíciles, es decir, que parece que tiene que venir mal dadas para espabilados, estas sabias palabras también las podemos encontrar acomodo para definir el Chúndara de cada 15 de agosto, el primero de los tres de los festivos. Que los sabios y grandes pensadores perdonen la osadía, usurpación e intromisión en territorios tan ignotos y profundos del pensamiento humano más trascendente por parte de un humilde plumilla de pueblo.
Las encontramos acomodo y encaje a la medida, como traje hecho por sastre, o modista, no porque el pasacalles peñafielense de este día concreto sea una dificultad trascendental que devenga en la activación de los poderes de transformación del ser humano es capaz, sino porque en este primer Chúndara, lo que vienen buscando los cientos de participantes que a él acuden podría definirse con esa frase tan contundente de Douglass: «No es luz lo que necesitamos, sino fuego; no es la suave lluvia, sino el trueno. Necesitamos la tormenta, el torbellino, y el terremoto».
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Agapito Ojosnegros Lázaro
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Porque eso es lo que viene siendo en los últimos años este primer Chúndara, una combinación de elementos poderosos para alcanzar el éxtasis en el disfrute colectivo de este ritual marca de la casa: Peñafiel.
Con la dedicatoria al equipo de fútbol de la villa, escrita en tiza en los adoquines de salida del Chúndara –este año el club ha conseguido el ascenso–, daba comienzo, a las cinco de la tarde, un poderoso pasacalles, un multitudinario Chúndara que, de nuevo, atrajo a cientos de apasionados visitantes a disfrutar de dos horas al son del pasodoble La Entrada, mientras los cubos de agua y mangueras no paraban, desde los balcones, de refrescar el calor del reactor nuclear en el que se convierte el pasacalles del 15 de agosto. Porque, aunque más atenuado que en días anteriores, el calor no faltó a la cita con este primer pasacalles que cada tarde de las fiestas traslada a las autoridades a la plaza del Coso para que den comienzo los festejos taurinos.
Dos hora para recorrer los poco más de 500 metros que separa la Plaza de España de la del Coso. Una marcha cadenciosa tarareando «¡chúndara, tarata chúndara!»y «¡vivas al pijo del tío Bernardo!».
En algunos momentos, como sucediese el año pasado, se corearon cánticos desagradables por parte de algunos grupos, como insultos al presidente del Gobierno o el muy desgraciado eslogan de «¡que te vote Txapote!». Esto sobra en un ritual de confraternización y acogida como es este. Los que protagonizaron estos lamentables cánticos son ajenos a la tradición, jóvenes en gran medida de fuera de la villa que a saber qué desahogo encuentran con este comportamiento.
Esto al margen, este borrón no empañó la auténtica esencia del Chúndara, la que representan esos peñafielenses, sean de la localidad o no, vivan en ella o no, que se colocan delante de la Banda Municipal de Música a empujar del pasacalle para que este llegue en tiempo y forma a la plaza del Coso. Y mientras lo hacen, viven con devoción, pasión y comunión el gran ritual peñafielense, porque en él todo el mundo es bienvenido, por ello una flota de autobuses y vehículos particulares desplazan a multitud de jóvenes de toda la provincia y, también, de otros puntos de provincias limítrofes como la de Burgos o Segovia. Eso por no hablar de los que han desembarcado de muchos lugares de España para pasar todas las fiestas.
Con la típica cuenta atrás, coreada por ese grupo sobresaliente y bravo de peñafielenses –vivan o no, sean o no del pueblo– que llevan el Chúndara en volandas, y en las venas, se accionó la batuta de Alfredo Calvo, director de la Banda Municipal, y toda la energía e ilusión acumulada durante todo el año se activó a su máxima potencia a las cinco de la tarde.
Dos horas después la gran comitiva atravesaba el angosto pasadizo de acceso a la plaza del Coso, donde, merecidamente, se dio la vuelta de honor en loor de multitudes, una vuelta en honor a la Banda de Música, sin la cual el Chúndara no existiría, o, de existir, sin la Banda de Peñafiel no sería
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