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Paseando entre tumbas, cruces, cipreses y epitafiosLa celebración del día de Todos los Santos el primer día de noviembre es la ocasión cada año para acercarse a los cementerios y recordar a los seres queridos, sin que falte un paseo por las calles flanqueadas de sepulturas. Una ocasión para leer sobre ... las lápidas funerarias los nombres, apellidos, edad o fecha del fallecimiento de los que están enterrados, de sus parentescos, pensando a qué familia pertenecían.
Es el momento de detenerse en la lectura de los epitafios, en especial en las zonas más antiguas de los cementerios, como el de Medina de Rioseco, que en abril cumplía 175 años. Por unos senderos, de aire romántico, bajo altos cipreses, se hace imprescindible llegar hasta los nichos, la mayoría del siglo XIX, que se encuentran bajo un tejado con postes de madera que recuerdan a los soportales de la riosecana calle Mayor. Allí el visitante conoce que Pabla Álvarez, de 69 años, estrenó el nuevo camposanto en 1849, cuando el anterior tuvo que ser trasladado hasta un nuevo emplazamiento junto al viejo camino de Palacios de Campos por la llegada de las aguas del Canal de Castilla. Leyendo aquellas fechas tan antiguas, al volver la vista ante el mar de cruces que llena la mirada, se descubre con emoción que en ese espacio de sentido recuerdo están los miles y miles de riosecanos que llenaron sus calles y plazas desde la mitad del siglo XIX hasta la más reciente actualidad.
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Ante aquellos nichos de tanta solera, la vista no tarda en situarse en las formas de una urna de madera incrustada en la pared, en la que, sin nombre ni fechas, solo se puede leer en letras negras los sentidos versos de «Ángeles de candor y de hermosura/ que al son dormís de cantos inmortales/ en brazos del Señor,/ ¡ojalá llegue a la gloriosa altura/ el eco de los llantos paternales/en alas del amor», que traen al presente el dolor de unos padres ante la pérdida de un hijo, como el de una esposa en el epitafio de un joven de 32 enterrado en 1858 que dice «Si detrás de esa lápida hay recuerdo, conságrale a tu esposa atribulada mientras ruega por ti al Dios poderoso y a la madre del Hijo inmaculada».
Otro de estos vetustos nichos que sin duda llama la atención es el del que fuera alcalde de Medina de Rioseco Antonio Martínez Salcedo (1817-1868). Bajo un fino relieve de un hombre y una mujer apesadumbrados junto a un túmulo donde está el nombre del difunto, aparece la leyenda: «Modelo de padres y esposos, su viuda e hijos le llorarán eternamente: ejemplar patricio, dotó a su pueblo de todas obras públicas que cuenta», en referencia a que durante su alcaldía se promovió la plaza de toros, la fuente del Príncipe, el mercado de la calle Carnicería o el parque Duque de Osuna.
La brevedad de la vida, junto al dolor y agradecimiento de unos hijos, subyacen en los versos «Nace fúlgido el sol en el Oriente/ para hundirse veloz en el ocaso/, después de dar su luz roja y luciente…/Así tú caminaste en raudo paso/ dejando el fruto de afanar prolijo/ a tus llorosos y queridos hijos». En otro de estos nichos antiguos de forma semicircular, llama la atención el relieve en yeso de un ángel tocando la trompeta sobre una sepultura con una cruz que alude al pasaje bíblico que cuenta que el sonido de siete trompetas anunciará el fin de los tiempos, el día del juicio final, en el que un sonido atronador despertará las almas de los muertos. Símbolos que, a lo largo del todo el cementerio, aparecen en sepulturas con las letras alfa y omega, primera y última del alfabeto griego, simbolizando el principio y el fin; una finitud del tiempo que también quiere expresar el reloj de arena, mientras que la bella escultura de un ángel depositando flores sobre la sepultura, como unión de lo terrenal y celestial, ofrece, con un «recuerdo a nuestro querido hijo», consuelo al recordar que el difunto está bajo la protección divina. Por su parte, la corona de laurel es símbolo de homenaje, pero también de victoria y gloria, mientras que el búho como animal nocturno está asociado a la muerte, y en especial con la guadaña. Sobre otra sepultura, se aprecia una escultura de la Fe, con los ojos vendados, en la idea de aceptar lo que no se ve.
En esta parte antigua llama la atención los enterramientos realizados en tierra, sin losa, rodeados por una reja de hierro en la que se distinguen los soporte donde el Día de Todos los Santos se colocarían unos faroles pequeños. A escasos metros de la puerta principal, bajo la cruz de los nombres del matrimonio titular de unas sepulturas, se descubren las palabras de amor más allá de la muerte: «En vida nos unión común morada, mansión de paz, de amor y alegría. Sigamos juntos en la tumba helada. La voz del cielo poderosa, un día a juicio despertando a los mortales levantará la inerte losa fría. Por tu misericordia ¡Dios clemente…¡ concédenos perdón y eterna gloria, donde juntos sigamos para siempre». Pegada a la pared de la fachada del cementerio, grabadas en una losa de piedra, están las palabras en latín Beati mortui qui in domino morintur, que significan Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor.
El paseo por el cementerio descubre una pirámide de piedra, donde se encuentra enterrada la insigne actriz María Luisa Ponte, que nació en el Teatro Principal de Medina de Rioseco en 1918. Justo a su lado, en una placa de gratino, se lee «1936. A los hombres y mujeres que perdieron la vida, la libertad y el nombre. A los padres, a las esposas, a los hijos, secos de lágrimas». Es la sepultura de un grupo de «paseados» en la Guerra Civil, cuyos restos recibieron enterramiento hace años tras ser sus restos exhumados.
Sobre algunas sepulturas más modernas se encuentra un libro abierto, de distintos materiales, en los que se pueden leer epitafios como «No lloréis por mí, porque lo que yo soy tu eres y lo que yo fui tu será», que recuerda lo inexorable de la muerte, que alcanza a todos. Otras veces son palabras del finado a sus seres cercanos: «A todos lo que me habéis querido, os pido oraciones, que es la mejor prueba de amor» o «Si me amáis no me lloréis buscadme en el reino de los cielos». En otras en cambio se anima a la vida, como en «Si lloras por lo que no tienes, sonríe por lo que te rodea», que finaliza con un cariñoso y cercano «Os quiero que te cagas».
En otros epitafios son los familiares los que se dirigen a su ser querido, como el de unos hijos al expresar «Mamá, pasaste como una estrella fugaz en nuestras vidas, pero tu luz brillará por siempre en nuestros corazones», pero también para no caigan en el olvido como «Dios nos dio memoria para recordar eternamente a las personas que amamos». Algunas sepulturas de hace unas decenas de años, presentan un relieve en bronce con la imagen de la cofradía titular de Semana Santa a la que pertenecía el difunto como importante seña identitaria, aunque también de otras devociones, como la Virgen de Castilviejo, patrona de la Ciudad de los Almirantes.
Antes de salir del cementerio, es obligada la entrada en la capilla y admirar el bello Cristo del siglo XVI atribuido a Juan de Valmaseda. Un espacio que abre al exterior dos grandes puertas cuando los féretros de los que van a ser enterrados suben por la cuesta que da al camposanto mientras suena la campana de la espadaña en lo alto de la capilla con unos tañidos tras lo que, según una leyenda popular, se creía escuchar «Ven para acá, vean para acá, ven para acá».
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