Los biólogos toman datos de un ruiseñor al que anillan y sueltan para que siga su vuelo. Rodrigo Jiménez
Valladolid

Pájaros que vuelan desde Castronuño a Senegal

Un grupo de anilladores vallisoletanos catalogan entre enero y junio 1.500 aves de 45 especies en la reserva natural de las riberas del municipio

Patricia González

Lunes, 21 de junio 2021, 06:53

Los colores de su plumaje amarillo, negro, rojo y azul resaltan entre el frondoso verde de la flora que habita desde hace décadas la ribera del río Duero a su paso por la localidad de Castronuño. Su peso, de poco más de ocho gramos, no ... imposibilitará que este pequeño jilguero emprenda, a finales de este verano, su viaje hasta el delta del Salum, en Senegal. Hasta entonces sobrevolará por los parajes de esta reserva natural en la que ganará entre tres y cuatro gramos para recorrer en soledad el trayecto de casi 3.000 kilómetros hasta el país africano. Pero antes de emprender su paso migratorio portará en una de sus patas una anilla metálica con datos sobre su procedencia, especie, edad, peso y longitud de sus alas, entre otros datos.

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Esta técnica, la del marcaje de pájaros a través de una minúscula placa metálica, es una herramienta fundamental para los científicos, para conocer la biografía y las dinámicas, tanto poblacionales como migratorias de las aves. Esta actividad del anillaje, no remunerada, es un privilegio para todos los amantes de los pájaros como es el caso de los biólogos vallisoletanos Francisco Campos, Jesús Ucero y Patricia Casanueva que, en su afán de conservación del medio ambiente y de la flora y la fauna, se dedican en cuerpo y en alma a catalogar en Castronuño a muchos de los moradores de este paraíso ornitológico. En lo que va de año, estos tres especialistas han anillado más de 1.500 aves de 45 especies diferentes entre las que se encuentran los carriceros tordales, martines pescadores, jilgueros o ruiseñores.

Pero esta cifra no es la única, ya que gracias a la labor que realizan desde hace más de quince años, los anilladores de Castronuño han conseguido marcar a 10.000 aves de 75 especies diferentes y han localizado pájaros procedentes de 13 países como Inglaterra, República Checa, Suecia, Noruega o Mauritania, por lo que la importancia de Castronuño va a más, «ya que es un punto de paso migratorio de carácter internacional; nos encontramos con pájaros que realizan pasos migratorios de más de 6.000 kilómetros», explica Campos, quien señala que en épocas de mayor movilidad –al final de primavera y de verano–, su trabajo se puede extender a más de cinco horas anillando a casi medio centenar de aves al día.

Las jornadas de anillamiento arrancan con las primeras horas del día. Hasta un área protegida de la reserva natural, y a la que solo ellos tienen acceso, llegan los tres biólogos provistos de sus herramientas básicas de trabajo: balanzas de precisión, placas metálicas para las aves, alicates especiales, hojas de inscripción de los pájaros para identificarlos y bolsas de tela de diferentes tamaños. Una vez allí, y tras colocar la mesa y las sillas en las que procederán a la identificación y marcaje de cada una de las aves, estos amantes de la naturaleza rescatan con mucho mimo y cariño a todos los pájaros que se han trampeado en las redes japonesas, de algo más de seis metros de longitud, dispuestas en un paso natural del parque.

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«Lo importante es que el pájaro que está trampeado no sufra», comenta Ucero, quien destaca que este tipo de redes, también denominadas redes de niebla o neblina, son las que se utilizan de manera reglamentaria. Una vez que el pájaro está tranqueado en la red, es introducido en una pequeña bolsa de tela para después proceder a su identificación. «Los datos que vamos anotando después los volcamos en una base internacional a la que anilladores de cualquier parte del mundo tienen acceso», comenta Casanueva, que anota con todo detalle las características y especie del ave que una vez anillado es puesto en libertad.

Apenas ocho gramos de peso

Gracias a este sistema, en el que el bienestar de las aves es esencial, se conocen no solo nuevas especies que hasta ahora nunca antes habían sido vistas en Castronuño, sino que también se tiene una hoja de ruta, al detalle, de los pasos migratorios. «Aquí nos hemos encontrado ya pájaros anillados en otros países como Alemania ocho años antes, por lo que pueden llegar a hacer entre 48.000 y 50.000 kilómetros a lo largo de toda su vida», estima Campos, quien cifró en alrededor de 6.000 kilómetros la distancia que un ave anillada en Castronuño puede realizar en su paso migratorio hacía Senegal.

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Un biólogo prepara una red. Rodrigo JIménez

La Gran Florida del Duero por su biodiversidad

p. g.

Castronuño. Pocos imaginaron que la construcción del embalse de San José, en los años cuarenta, sería el origen de un ecosistema en el que conviven las garzas imperiales con el martinete, el águila pescadora o el avetoro. Este espacio natural, conocido por los amantes del medio ambiente como la 'Gran Florida del Duero' (en referencia al estado norteamericano rico por su biodiversidad), además de ser único en la provincia de Valladolid debido a su declaración como Zona de Especial Protección para las Aves (Zepa) en 1992 y reserva natural en 2002, constituye la gran columna vertebral de Castronuño.

En esta zona, la Junta de Castilla y León ha inventariado un total de 189 especies de aves, 24 de mamíferos, diez de reptiles, cinco de anfibios y nueve de peces.

De las aves catalogadas como reproductoras, migradoras o invernantes, el 60% pueden considerarse estrictamente acuáticas, presentando las restantes una dependencia variable de este humedal artificial. De ellas, 41 especies están en alguna de las categorías de 'Amenazadas' de la Lista Roja.

Las especies más significativas son el alcotán, halcón peregrino, zampullín cuellinegro y garza real –con tres colonias asentadas en el Espacio–, la escasísima garza imperial, garceta común, martinete, y los ocasionales avetorillo, espátula y águila pescadora, así como el aguilucho lagunero.

Durante su fonda en Castronuño, estas pequeñas aves, que llegan con ocho gramos de peso, se alimentan de los frutos y semillas de la ribera del Duero hasta alcanzar los 13 ó 14 gramos, cantidad suficiente para emprender su largo viaje. Con este reservorio de grasa, a finales de septiembre emprenden en soledad –«no suelen realizar los vuelos en grandes grupos, sino de manera individual o en pequeñas formaciones, casi mínimas»– su descenso hacia el continente africano, lugar en el que permanecerán hasta la primavera.

Entre el 60% y el 70% de las aves que comparten estos patrones de vuelos suelen morir antes de cumplir el año debido a las condiciones medioambientales y a cuestiones propias de supervivencia de las especies, pero si sobreviven a los primeros pasos migratorios pueden llegar a los cuatro años. Incluso estos tres vallisoletanos han encontrado pájaros anillados en Castronuño ocho o diez años después de su marcaje. Uno de los sueños de estos tres expertos es viajar hasta el delta senegalés del Salum y, quizás, reencontrarse con algún jilguero vallisoletano.

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