Ruidos extraños, movimientos misteriosos, objetos que se caen, arcas que se abren y se cierran solas, libros que desaparecen, un bulto blanco que se mueve, devora comida y, en ocasiones, golpea y desmelena a hombres y mujeres. Todo esto y mucho más puede leerse en ... el pleito interpuesto el 23 de septiembre de 1589 por Lorenzo López contra Diego Bernal y su mujer, Ana de Gracia, con objeto de anular el contrato de compraventa de una vivienda en Peñafiel y recuperar el dinero abonado. El legajo, de 250 páginas, puede consultarse en el Archivo de la Real Chancillería (con la signatura PL CIVILES, VARELA (F), CAJA 3305,5) , que lo explica con todo detalle en su página web. Se trata, en efecto, de uno de tantos ejemplos «de casas que se creían encantadas o embrujadas, en las que moraban duendes o brujas, o bien el mismo diablo, siendo normal que en tales casos se acudiera a los curas párrocos u otras instancias eclesiales para tratar de remediar el asunto».
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Claro que en realidad el pleito escondía otra intención muy poco sobrenatural, como era la de librarse de cumplir el contrato estipulado, en virtud del cual Lorenzo debía pagar al propietario de la vivienda 500 ducados en dos plazos. El primero, de 250, ya lo había abonado. La casa en cuestión se encontraba en el barrio de Santa María de Mediavilla, denominación que hace referencia a la iglesia del mismo nombre, existente en la actualidad. Una casa misteriosa, presuntamente acechada por presencias malignas, que la filóloga y bibliotecaria de Cabezón de Pisuerga, Marisa Rivera Zarza, vinculada familiarmente a Peñafiel, ubica en la antigua calle del Puente, hoy del Capitán Rojas: «La calle del Puente es la actual Capitán Rojas, la que sube a la iglesia de Santa María. La casa hay que situarla en esa calle. No tengo ninguna duda», asevera Rivera, quien para corroborarlo ha consultado censos municipales de los años 20 y 30 del pasado siglo.
La historia es sin duda apropiada para fechas como la pasada Noche de Halloween o de Víspera de Difuntos, no en vano Lorenzo se las apañó para recopilar testimonios no ya de sus familiares, sino también de antiguos moradores de la casa que aseguraban haber sufrido la maligna presencia. Ese era el caso, por ejemplo, del zapatero Pedro López, quien confesaba haber oído una noche «gran ruido de hormas (...), las arcas abriéndolas y cerrándolas, y dando golpes en las cerraduras». Incluso decía haber visto un «bulto pequeño», al que persiguió sin suerte.
También Antonio Ruiz, que ocupó tiempo atrás la misma vivienda, aseguraba haber oído sonidos misteriosos que bajaban por la escalera situada junto al dormitorio, llegando a percibir el jadeo de una persona. Pero peor le fue a Diego López de Marquina, otro antiguo inquilino a quien el duende o diablo agredió mientras hacía «sus necesidades» en la zona alta de la vivienda; acto seguido, mientras bajaba espantado las escaleras, «le tiraron un adobe que le pasó por el hombro derecho».
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Eso por no hablar de lo que, según las probanzas recopiladas, le sucedió a Mariana López, hija de Lorenzo y Catalina Rodríguez, a quien un día encontraron en el suelo de la bodega, «boca abajo y desgreñada, y la llamaron, y dieron muchas voces, y no rrespondió». Así permaneció hasta que los allí presentes «la dieron garrotes y volvió en sí». La misma Catalina recordaba cómo a un oficial de su marido, que dormía en la casa, le tiraron una noche «muchas piñas locas a la cama donde estaba», a lo que reaccionó tomando su espada y clavándola en un bulo sospechoso; pero no hubo manera: cuando volvió a su lecho, se percató de que le habían quitado toda la ropa de cama y hasta le dieron «muchos porrazos».
En otra ocasión no fue un bulto extraño sino una «cosa blanca» que avanzaba «a raíz de la pared» lo que llamó la atención de la criada, María Sacristán, una turbadora presencia a quien responsabilizaba de haberla golpeado hasta dejarla «desmayada en la escalera». Violento, caprichoso y hasta comilón, al duende acusaban los moradores de hacer desaparecer libros, construir castillos de naipes en el suelo («muy puestos y muy concertados») y zamparse una apetitosa merienda a base de «pan, y vino, y queso (...) y otras viandas», pues, según las testificales, «de aya [sic] un rato que volvían lo hallaban comido y bebido el vino».
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Por todo ello, Lorenzo reclamaba la anulación del contrato de compraventa de la casa y la devolución del dinero abonado. Curiosamente, aunque el corregidor de Peñafiel -Daza Maldonado, según pesquisas de Rivera- desestimó la demanda en sentencia fechada el 9 de marzo de 1590, la apelación ante la Real Chancillería terminaría dándole la razón. Y es que, como puede leerse en la web del Archivo, «el alto grado de superstición popular existente en la Castilla del siglo XVI» fue la treta de la que se sirvió Lorenzo para sacar adelante sus pretensiones, cosa que logró, en este caso, gracias la escasa profesionalidad jurídica de los oidores de la Chancillería.
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