La leyenda de los encierros más antiguos
Entre las peculiaridades de estos festejos taurinos que se viven en Peñafiel destaca la suelta simultánea de un toro por dentro y otro por fuera del coso
Según explica José María Díez Asensio en su obra `Peñafiel, Bosquejo Histórico´, el historiador Salvador Repiso «dice que, haciendo honor a la verdad, sobre los encierros de Peñafiel no ha encontrado ni una sola cita documental que hable de ellos durante la Edad Media, aunque sí pudo haberlos; pero en algunos libros se da la noticia de que don Fadrique, duque de Arjona, y tío de Juan II, en el año 1430, murió en el encierro de Peñafiel. Esta noticia comunicada por la crónicas es verdadera, pero no la interpretación de la palabra encierro, que -en este caso- significa prisión y no otra cosa».
No fueron toros, fueron «yerbas» las que acabaron con la existencia del duque durante su presidio en las mazmorras denominadas `ahí te pudras´ del castillo peñafielense, donde fue confinado «por mandato del rey». Murió envenenado «y no herido por asta de toro», como recoge y replica Díez Asensio del libro `Las Bienandanzas e Fortunas´, del historiador López de Salazar, contemporáneo del duque de Arjona.
Como bien dice Repiso, que no conste documentación al respecto no quiere decir que ya entonces no hubiese encierros en la villa. De hecho, la plaza del Coso es pionera y prototipo de otras plazas públicas -Madrid, Salamanca...- pensadas, diseñadas y destinadas a ser un espacio público para la realización de festejos, de juegos con toros y otros entretenimientos medievales, como el juego de cañas, una simulación del combate. En breve, en apenas seis años, esta plaza cumplirá seis siglos, manteniendo toda la esencia de su origen como lugar de celebración de grandes eventos como son los peculiares festejos taurinos de la villa, únicos si de las capeas hablamos.
Única también es la entrada del encierro, el cual accede al coso por un angosto pasadizo que se abre bajo una de las viviendas del conjunto urbanístico. Esa imagen, la de los toros entrando en la plaza del Coso con el fondo de las casas, que conservan su tipicidad, es una imagen para enmarcar, todo un viaje en el tiempo.
Como todo en esta vida, el encierro peñafielense ha sido motivo de debates, de cambios, y de piques, ya superados. Piques con otros municipios por demostrar cuál era el más antiguo, algo que, evidentemente, ha de hacerse documentalmente. Como
hemos visto, en Peñafiel esto no ha sido posible; hasta el momento, claro. Nunca se sabe cuando puede saltar la liebre en el archivo menos esperado.
Sean los de este municipio más o menos pretéritos que los de otros, en principio, esta circunstancia, solo supone un buen lema para el marketing de las fiestas, lo cual no es poco, la verdad sea dicha. Otra cosa es el valor histórico, ya que la datación de cualquier hecho o acontecimiento contextualizada y ayuda a comprender y a conocer mejor nuestra historia.
Las generaciones del presente han sido testigos de la evolución de este festejo taurino, y de las propias fiestas. El encierro pasó de ser campero a urbano al comienzo de los años 90 del siglo XX, un cambio condicionado por las continuas escapadas de los toros, muchas de ellas provocadas por inconscientes. Otra modificación es el número de encierros y días festivos, pues de los tres matinales tradicionales se pasó, ya en este siglo, a celebrar seis encierros -un más de mañana, otro de tarde y otro nocturno-, y a ampliar en un día más las fiestas al 18. Este año, al igual que el anterior, los encierros serán cuatro, de mañana.
De lo que no hay duda es que los encierros en Peñafiel vienen de muy antiguo. Los peñafielenses pueden presumir de que San Roque enseñó a San Fermín a hacer los suyos, como recoge un dicho popular del municipio.
Otra peculiaridad de estos festejos taurinos es la suelta simultanea de un toro por dentro y otro por fuera del ruedo, algo que surgió de la necesidad hecha virtud, o, mejor dicho, de la obligatoriedad normativa. En el primer cuarto del siglo XX se hizo de obligado cumplimiento la colocación de un ruedo para poder celebrar corridas de toros formales. Colocado el ruedo, una cosa llevó a la otra y, como el que no quiere la cosa, la costumbre del toro por dentro y por fuera va ya por el siglo de vida.
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