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A la izquierda, Luis Ángel Laguna a las puertas de la antigua fragua en Mota del Marqués. A la derecha, parte de su colección de aperos de labranza. Fotos y vídeo: Rodrigo Ucero

Pueblos de Valladolid que esconden joyas de coleccionista

Eustaquio Pérez, Luis Luengo y Luis Ángel Laguna son tres vecinos de los Torozos que atesoran enseres antiguos que merecen ser expuestos en los mejores museos

Laura Negro

Valladolid

Lunes, 25 de abril 2022, 00:10

Si alguien vacila ante un objeto y se pregunta, ¿necesito esto? Eso es porque no es un coleccionista de verdad. Hacer una colección supone ser feliz teniendo más de lo necesario. Puede convertirse en una pasión de por vida, con todo lo que esto implica. Eustaquio, Luis y Luis Ángel, lo saben bien. Ellos son coleccionistas de los de verdad. Son buscadores de tesoros cotidianos. Son curiosos y nostálgicos y hacen ojitos a cualquier antigüedad.

En una vieja panera de Peñaflor de Hornija se abre una ventana al pasado de la comarca de Torozos. En ella guarda Eustaquio Pérez su colección privada de aperos de labranza y enseres antiguos. Cuenta con más de 800 piezas que ha recopilado, restaurado y colocado con mimo durante los últimos 20 años. Muchas de ellas las conoció en su infancia y esos recuerdos son los que le dan la ilusión por seguir coleccionando. Esa panera etnográfica, es su pequeña locura. La que le mantiene ilusionado, entretenido y le hace sentirse joven. «Iba a jubilarme y me tenía que entretener en algo. Empecé a recopilar cosas. Unas me las daban, otras las arreglaba y así he llegado hasta ahora. Hay gente del pueblo que cuando tira casas viejas, me avisa para que coja lo que quiera», cuenta Eustaquio.

Las paredes de esta panera sirven para hacer un recorrido por la historia del campo. Están repletas de horcas, tornaderas, bieldos, trillos, arados, vertederas y otros muchos utensilios que, por la mecanización de las labores agrarias, quedaron relegados al olvido. Eustaquio no concibe que joyas, como pueden ser las aventadoras, arados o sembradoras, permanezcan abandonadas en las eras a merced de la intemperie. En su panera ocupan un lugar privilegiado. «Mi pieza favorita es el arado romano. Era de mi padre, y antes fue de mi abuelo. Y así durante generaciones. ¡Vete tú a saber cuántos años tendrá!», exclama este agricultor jubilado. «Parece mentira que con un aparato con cuatro palos enlazados se puedan hacer tantas cosas. Se labra la tierra, se arica, se escarda, se siembra… hace de todo. Antaño trabajábamos con lo poco que teníamos y con todas esas cosas, al final hemos logrado evolucionar hasta los tractores», cuenta este apasionado coleccionista.

A la izquierda, Luis Luengo muestra un calentador de cama antiguo. A la derecha, su tractor antiguo modelo Lanz Bulldog. Rodrigo Ucero

También tiene aperos para el tiro con animales, como colleras, yugos y horcates. Pero es que, además, colecciona otros muchos utensilios antiguos de la vida diaria, como braseros, máquinas de coser, artesas, palanganeros, madreñas, romanas, adoberas y escriños. «Si se tiene ilusión, nada es caro. Voy a menudo al Rastro en Valladolid. Allí he comprado bastantes cosas. Otras, las he sacado del contenedor de la basura, todo hay que decirlo, pero yo… es que lo aprecio todo», dice este peñaflorino, que tiene apuntado en un cuaderno un listado con sus tesoros. «Los tengo enumerados, y cada cosa, con su nombre», cuenta orgulloso. Entre las piezas más curiosas de su colección, Eustaquio destaca una muy especial. «Todos los utensilios, por sencillos que parezcan, tenían su utilidad y su porqué. La más llamativa es una secadora de ropa que se compone de cuatro aros de madera superpuestos. Se colocaba encima del brasero para que las prendas escurrieran». Para Eustaquio, no hay mejor lugar en el mundo que su pequeño rincón etnográfico. «Esto lo riego y hace fresquísimo. Aquí me paso el verano como Dios. Mi colección es mi orgullo, es mi vida. No vivo de ello, pero me entretiene mucho», afirma este coleccionista.

A pocos kilómetros de Peñaflor de Hornija está Torrelobatón, donde vive Luis Luengo, un mecánico jubilado que está cerca de cumplir 95 primaveras y que atesora un arsenal de piezas antiguas. Su colección es muy variada. Destaca una muestra de 300 aparatos de radio, fonógrafos y gramófonos antiguos. También varios proyectores de cine, teléfonos, máquinas de escribir y un arsenal de enseres antiguos. Relojes, bolígrafos, bastones, sombreros, televisores y herramientas, completan esta variopinta exposición. «Con 17 años hice un curso por correspondencia en la Escuela Radio Maymo, con sede en Barcelona. Quería ser radiotécnico. Y cuando lo superé, empecé a dedicarme a construir aparatos de radio y los venderlos por toda la comarca. Durante el día atendía mi gasolinera y mi taller y por la noche, construía radios. El dinero que obtenía lo invertía en equipamiento, repuestos y aparatos de medida. Vendí cientos de ellos», comenta este torreño.

«No vivo de ello, pero me entretiene mucho. Todos los utensilios, por sencillos que parezcan, tenían su utilidad»

eustaquio pérez

Coleccionista

Tiene radios de galena y de capilla. Unas son de caoba, otras de baquelita. La Voz de su Amo (HMV), Columbia, Edison, Ericsson, Philco, Nora, Philips o Marconi son algunas de las marcas que abundan en su exposición particular. Muchas las ha adquirido en el Rastro de Madrid. Otras en subastas, anticuarios y también a particulares. «Todas funcionan ¿eh?», advierte orgulloso. «La mayoría van a 125 voltios y necesitan un transformador. Lo complicado de esta afición es encontrar las piezas de repuesto. Hoy en día, es casi imposible, así que muchas de las piezas las he fabricado yo», prosigue. «El resto de cosas, las he ido coleccionando poco a poco. Heredé la afición de mi madre, que coleccionaba recortes de El Norte de Castilla. Esta pasión ha ocupado gran parte de mi vida», explica Luis.

Eustaquio Pérez en su panera y su colección de planchas. Rodrigo Ucero

Entre todas estas joyas, hay una que atesora con más cariño. Su Lanz Bulldog. Un tractor azul, de 1930, que fue el primero que hubo en Torrelobatón. Fue comprado por el acaudalado propietario Luis García en Alemania y hace unas décadas, Luis lo adquirió para su colección. «Estaba abandonado en una era. Sin ruedas, sin cabina, sin tubo de escape… fue un milagro hacerle funcionar. Yo le arranco todos los años en agosto. El día del encierro y mete tanto ruido que se escucha desde la otra punta del pueblo», dice orgulloso.

En Mota del Marqués, hay otro tenaz buscador de tesoros. Luis Ángel Laguna. Para él cada pieza del micromundo que ha creado en una vieja fragua, atesora un placer muy difícil de describir. Empezó de muy niño a coleccionar sellos, calendarios y llaveros. Aquella afición infantil, se desató con los años y hoy en día, su colección incluye una miscelánea de objetos de lo más variopinta. Las motos antiguas conviven con los aperos de labranza, con carteles publicitarios con más de un siglo de historia, con viejas matrículas y con cascos alemanes de la II Guerra Mundial.

Tiene botellas de gaseosa de todas las marcas y años. También de refrescos de cola y cerveza. «Siempre me ha gustado coleccionar rarezas. Voy mucho al mercadillo y también los vecinos, antes de tirar cosas viejas, me lo dan a mí, porque saben que yo lo guardo. La pieza más importante de todas las que tengo es el fuelle de la fragua. Lo construyó el antiguo dueño que se dedicaba a fabricar máquinas aventadoras y todavía funciona a la perfección. Es algo que llama mucho la atención. También es muy curiosa una baldosa que encontré en un derribo y tiene grabada la Estrella de David y es del año 1763», prosigue.

Su vieja fragua y sus tesoros son su lugar favorito del mundo. Allí organiza también fiestas con amigos, para disfrutar y compartir todos sus logros como coleccionista. «Me gusta compartir mi afición. Me encuentro bien coleccionando. Es mi mejor entretenimiento. Algunas veces hago trueques. La pieza más cara de todas fue este yunque. Estaba empeñado en tener uno y lo cambié por 1.000 ladrillos antiguos. Fue un mal cambio. A veces también me he arrepentido de haber vendido una moto que tenía de 1955», confiesa. «Ahora, con la Guerra de Ucrania, me he acordado de que tengo una cartilla de los años 60 sobre defensa y protección atómicas. Igual vendría bien darle un repaso por si acaso…. No tiro nada, porque tengo mucho sitio para guardarlo todo», concluye este cazatesoros.

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