Víctor Vela y miguel garcía marbán
Valladolid | Medina de Rioseco
Domingo, 18 de abril 2021, 08:08
Lo que para ciertas miradas son papeles, papelines, papelajos –ciertas hojas que hoy perdieron valor, que molestan por casa, en el desván, en el cajón– para otros ojos son un tesoro, una reliquia histórica que merece la pena conservar. Viejos programas de fiestas, facturas, anotaciones ... personales, reglamentos de asociaciones ya perdidas. Este es el viaje de unos legajos que durante años custodió una figura insigne de Medina de Rioseco y que ahora, después de que la familia pusiera unos lotes a la venta por Internet, están en manos del coleccionista Luis Posadas Lubeiro, quien ha rastreado en la historia riosecana para desentrañar los secretos impresos en un tesoro de papel.
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Todo comienza hace casi siglo y medio de la mano de Valentín Alonso Carbajosa, uno de aquellos intrépidos indianos decimonónicos que marchó a La Habana y Florida para tentar a la suerte y, tras conquistarla, amasar una fortuna. A su regreso a Medina de Rioseco abrió un negocio allí, frente al muelle del Canal de Castilla, en el número 33 de la calle San Juan.
Una ferretería que bautizó como Americana en recuerdo de aquellos prósperos años al otro lado del Atlántico, pero también como síntoma importador de donde llegaban algunas de las novedades que vendía. Con el tiempo –y aquí es donde llega el verdadero protagonista de esta historia– el establecimiento pasó a manos de Tomás Alonso Serrano, el único de los ocho hijos de Valentín que decidió seguir adelante con el negocio familiar. Un floreciente comercio que llegó a comercializar la más moderna maquinaria agrícola del momento, llegada desde Inglaterra o Estados Unidos y que penetró con gran éxito y repercusión técnica en la agricultura de entonces. Pero en sus almacenes podía comprarse de todo. Un bazar de la época, todo un centro comercial.
«Camas, baúles, pinturas, papel para habitaciones, hierros de todas clases, herramientas para diferentes oficios, arados y máquinas agrícolas de los mejores sistemas, carbones de todas clases, objetos de escritorios», enumeraban los anuncios que publicó en la prensa de aquellos años (como en el medio local 'El Moclín') y recogían algunos de los folletos que forman parte de esa colección rescatada del olvido. Y más, porque el surtido seguía:«Piezas de reposición para segadoras, cuchillas o secciones de excelente clase, el libro de poesías castellanas 'Espigas y racimos' de César Medina Bocos, baldosilla de la fábrica Silió y azulejos blancos y de color».
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Un referente en la vida comercial riosecana que convirtió a Tomás en uno de los vecinos más conocidos de finales del siglo XIX y el primer tercio del XX. Y no solo por su visión en los negocios, sino por su gran compromiso político y social. Fue alcalde entre 1908 y 1909, presidente del Círculo de Recreo y Casino, juez municipal o secretario de la Hermandad del Ecce Homo (conserva los recibos de pago de la cuota mensual:dos reales en 1918).
Su pasión cofrade le llevó en 1901 a donar, al paso titular, la escultura de Poncio Pilato, del escultor vallisoletano Claudio Tordera. Esta generosidad tuvo otro gesto, ya que sufragó al hijo de uno de sus empleados los estudios para el oficio de panadero, a la vez que lo ayudó a instalar un horno propio. En agradecimiento, en los años de carestía de la Guerra Civil, aquel panadero hizo pan blanco para la familia de su benefactor, en especial para su esposa, Justina Alcalde, muy delicada de salud en esos momentos, después de que su esposo falleciera, a los 61 años, el 29 de diciembre de 1931.
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La muerte de Tomás Alonso hizo que su hijo Valentín Alonso Alcalde tuviera que dejar sus estudios en Madrid para encargarse del negocio familiar hasta el estallido de la Guerra Civil en la que fue llamado a filas. Todavía en la calle San Juan se levanta la gran casona que en 1875 terminó de construir Valentín Alonso Carbajosa, y en cuyos bajos abriría sus puertas la Ferretería Americana. La calle San Juan, con la cercanía de la llegada de las aguas del Canal de Castilla y al lado de la carretera general, se había convertido en el verdadero ensanche urbano y comercial de la Ciudad de los Almirantes. Además de tener una importante explotación agrícola, Valentín y Tomás regentaron hasta tres fábricas de harina, una de ellas en Tiedra (la colección conserva facturas de los pedidas), de donde procedía el padre, y el teatro principal de Rioseco.
Ahora, la familia ha vendido la casa. Y también, una parte de la documentación que allí se custodiaba, de esos papeles, papelines, papelajos que durante años, con afán de documentalista, recopiló Tomás Alonso y que ahora –adquiridos por el coleccionista Luis Posadas– permiten armar parte de la memoria local.
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Allí se encuentra por ejemplo el reglamento que a partir del 1 de enero de 1893 unificó el Casino y el Círculo de Recreo en una única entidad. Sus salones eran de acceso exclusivo para socios y «solamente cuando se celebren bailes u otros espectáculos análogos, o en determinadas solemnidades», podían acudir sus familias.
Es posible ver también el reglamento «para la organización del cuerpo de agentes municipales y vigilantes nocturnos», impreso en 1888, y que establecía las normas que debían seguir y hacer guardar. Así, los agentes, a los que se les exigía saber leer y escribir, tenían prohibido (por el artículo 11) entrar en «cantinas, tabernas, bodegones y demás establecimientos públicos» –si lo hacían, corrían el riesgo de «privación de destino»– a no ser, eso sí, que en alguno de estos espacios de juerga «se promueva cuestión o su presencia sea exigida por el buen servicio». Debían además recorrer «constantemente la vereda que se le destine, justificando debidamente la ausencia, sin esperar a excitación extraña».
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Entre sus obligaciones estaba la de no excederse «jamás ni en palabra ni en obra, tratando con consideración a todo vecino, sin distinción de clase ni apreciando el estado de fortuna en que se halle el que falte». El servicio constaba de seis hombres. Dos de ellos y un cabo patrullaban por el día. El turno de noche se extendía de 22:00 a 4:00 horas. Y los agentes siempre debían llevar encima una cartilla con una «relación detallada de la gente de mal vivir que haya en la vecindad». A ellos tenían que prestar especial vigilancia, «así como a aquellos que se distingan por dar escándalos repetidos». Si tenían que «corregir algún abuso o falta» debían evitar la violencia «porque la autoridad, a quien representa, debe mostrarse digna y comedida en todas las ocasiones». Eso sí, se abría la mano a «emplear la fuerza y hacer uso de las armas, tratando siempre de no excederse» si esa autoridad fuera «menospreciada».
También hay folletos de negocios locales, como el comercio de paños de FelipeCapa (en la calle Lázaro Alonso, 59). O la casa textil Fuentes Hermanos, «la que más novedades presenta y más barato vende». Ola fábrica de sombreros y gorras Anselmo Morellón, en la Rúa, 25. La colección se completa con una felicitación de Pascuas del capataz y los mozos de la estación de tren, las aportaciones periódicas a los asilos benéficos, un título de socio (en 1920)de la Asociación Nacional Española de Cazadores, Pescadores y Agricultores o un listado con los integrantes de la Sociedad Cinegética del monte El Tenadillo, que Tomás Alonso compartía con otros vecinos y amigos, como GregorioChico, León Diez, Ventura Herrero, Lorenzo García, Pedro Collazos o Lorenzo González.
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Otro Tomás –el bisnieto del americano, el nieto del alcalde, el hijo de Valentín– recuerda con nostalgia aquella casa llena de historia que «era tan grande que te perdías». Y no olvida los años de infancia en los que, junto a algunos de sus hermanos, vistió la túnica negra de paño castellano el Jueves Santo con la cofradía del Ecce Homo, en la que su abuelo fue secretario y benefactor, y la blanca, el Viernes Santo, con la cofradía de La Soledad, gracias a Jesús Manso, marido de su tía Felisa Alonso. Por el apellido de su madre Florentina Serrano, Tomás Alonso Serrano entraba en relación familiar con la gran familia de cargos políticos y amplia influencia social, con nombres como el senador José Serrano o los alcaldes Luis Rodríguez, Saturnino Díez, José Díez o Rafael Herrero.
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