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La farmacia de Río Hortega en Portillo, la botica por la que no pasa el tiempoLa de Carlos Sanz del Río es una familia con una gran vocación por la salud. Una vocación que ha pasado de generación en generación. Su tío-abuelo fue el médico histólogo y científico Pío del Río Hortega, propuesto en dos ocasiones al Premio Nobel ... de Medicina. Su abuelo fue Julián del Río Hortega, hermano pequeño de aquel y quien fundó la farmacia de Portillo en 1918. Ahora la regenta, en otro local, la cuarta generación de farmacéuticos de esta familia, aunque siguen conservando la antigua, tal cual era cuando se fundó.
La botica fue inaugurada el 2 de septiembre de 1918 y es más que un simple establecimiento. Es un pedazo de la historia de Portillo y de la sanidad de la época. Un santuario del pasado en el que el tiempo parece haberse detenido. Sus inicios no estuvieron exentos de desafíos, pues apenas unos días después de su apertura, se desató con gran virulencia, el segundo brote de la temida gripe española. Julián del Río Hortega, su fundador, lo supo enfrentar con valentía y compromiso, convirtiéndose en el salvavidas de muchos, gracias a sus remedios.
Esta farmacia estuvo en activo hasta 1995. La familia, con la idea de musealizarla en un futuro, decidió trasladar el despacho a un nuevo local. «Llegó un momento en el que ya no era funcional y teníamos que informatizarla, pero no queríamos que perdiera su encanto. En 1918, el 99% de los medicamentos que se vendían, se elaboraban aquí, pero cuando las especialidades, empezaron a comercializarse ya preparadas y dosificadas, decidimos guardar todos los frascos, albarelos y el resto de antigüedades. Pero realmente no era un lugar cómodo para trabajar, por ello, mis hermanos y yo, decidimos que lo mejor era trasladar el despacho a otro local y mantener éste tal y como estaba antaño, así que volvimos a reponer todos viejos frasquitos. Hay farmacias más antiguas que ésta, pero dudo que las haya más completas en cuanto a utillaje, botamen y también en cuanto a documentación. Si se conserva todo tal cual, es porque siempre ha permanecido en manos de la familia», añade orgulloso este farmacéutico que se jubiló hace un año. Ahora es su hijo, también llamado Carlos, el que ha tomado el relevo de la farmacia de Portillo.
El local se divide en la zona de rebotica, la zona en la que se preparaban las fórmulas y ungüentos y el laboratorio galénico. Todo se mantiene como una cápsula del tiempo. Carlos Sanz y antes su madre, María Petra del Río, con un amor evidente por la historia de su familia, han dedicado esfuerzos incalculables para preservar cada rincón de este establecimiento centenario. En él encontramos seis colecciones de albarelos, esos frascos de cerámica que antaño albergaban medicinas y elixires, y que muestran unas etiquetas desgastadas por el tiempo, pero con una impoluta caligrafía. Vemos además, otros frascos como conserveras, licoreras, utillaje farmacéutico, como microscopios, morteros o balanzas de precisión. También son originales de la época productos medicinales, prescripciones, recetarios y documentación que incluye formulaciones. El mobiliario lo hizo el propio Julián, los pestillos de las puertas, los sacapuntas, los interruptores de la luz y hasta alguna que otra bombilla son de aquel entonces. En los frascos todavía hoy hay romero, sacarina (muy preciada en la época y de la cual se llevaba un control estricto), lúpulo, cilantro, mostaza, talco, escayola y hasta cal viva o plomo sublimado, que está identificado con una etiqueta especial con una calavera en la que pone 'veneno'. Alambiques, inhaladores, botellas de oxígeno y una colección de más de 400 libros de farmacia. Todo ha sido conservado con mimo por esta familia de boticarios.
Cada detalle nos permite conocer cómo era la práctica de este oficio en aquellos días tan lejanos. «El farmacéutico no sólo se encargaba de dispensar medicamentos. Lo más importante era su labor sanitaria. Era el encargado de controlar las aguas, los alimentos, inspeccionaba los establecimientos y realizaba los análisis técnicos de orina, de sangre, de esputos y heces. Todo ello se hacía en el laboratorio de la botica», comenta Carlos quien nos muestra algunos carteles que tiene guardados como oro en paño y en los que se puede leer: «Pago de específicos al contado» o «Prohibido escupir en el suelo». «En la época habría mucha costumbre de escupir, de hecho, mi abuelo se vio obligado a poner una escupidera en la entrada para aquellos que no pudieran contenerse», añade con una sonrisa.
Una de las muchas curiosidades que alberga esta joya farmacéutica es un mueble llamado 'Ojo boticario' donde se guardaban, siempre bajo llave, los materiales e ingredientes más caros y tóxicos. «Mi abuelo fue secretario y presidente del colegio de farmacéuticos de Valladolid y formó parte del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos de España. Era una persona muy implicada con su profesión y con su pueblo también. En 1964, cuando falleció, la titular pasó a ser mi madre, María Petra del Río. Curiosamente el título de licenciado en farmacia de mi abuelo, está firmado por el Rey Alfonso XIII, el de mi madre por Franco y el mío por el Rey Juan Carlos I. Cada uno hemos vivido una etapa histórica», apunta Carlos, quien también reivindica que a su tío-abuelo, Pío del Río Hortega, «se le debería reconocer más».
Con un respeto reverencial por su legado y por la historia que corre por sus venas, este farmacéutico ya jubilado sueña con la idea de musealizar esta maravillosa botica. Le gustaría poder compartir este tesoro con las futuras generaciones. De esta manera no sólo preservaría la memoria de su familia y el legado de Julián del Río Hortega, sino que serviría para poner en valor la historia farmacéutica. «El hecho de conservar toda la documentación e incluso las recetas de los pacientes, nos permite conocer cómo ha evolucionado la Sanidad y documentar la historia de la farmacia en Portillo y en Valladolid. Gracias a estos documentos sabemos qué medicamentos se utilizaban para combatir la gripe del 1918 o cuando entró la Penicilina en el pueblo, por ejemplo», concluye Carlos orgulloso de su legado.
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