«Para mí es muy especial regresar cada año a Gallegos y que mis hijas disfruten de esta libertad»

Iñaki, que nunca ha tenido pueblo, se siente «felizmente adoptado», en el de su mujer. «Aquí tenemos muchos amigos y llevamos una vida muy tranquila. Por la mañana salgo a correr temprano y también hago bici. Nos acostamos tarde para aprovechar el fresquito nocturno. La semana que viene, que deberían celebrarse las fiestas, aunque no habrá por la pandemia, el pueblo estará lleno de gente. Nos juntaremos unos 12 matrimonios con los niños y lo pasamos estupendamente. Todo al aire libre. Aquí estamos muy a gusto y nos olvidamos del estrés laboral de todo el año», explica él.

Sus hijas Maider (11) y Aroa (9) y su amiguita Noa, que pasa las vacaciones con ellos, están encantadas con la sensación de libertad y tranquilidad que les da Gallegos de Hornija. «Para ellas es una auténtica maravilla alejarse de la rutina urbanita. Prácticamente no entran en casa. Vienen a comer y cenar y su única preocupación es estar en la calle con sus amigos. Juegan con las bicis, al escondite, al bote y también les encanta descubrir animalitos. Y cuando hace calor, se dan un chapuzón en la piscina del patio», cuenta Paz.

Los Hernández García son profesores y tienen un largo descanso estival, muy bien organizado. «Las vacaciones playeras las hacemos en julio y las vacaciones rurales en agosto. Así tenemos de todo. Y si nos toca trabajar, sacamos la mesa y el ordenador a la calle. Esa es la mejor oficina», dice este matrimonio mientras preparan la bolsa para ir a pasar la tarde a la piscina de Bercero.