Algunas tradiciones tienen la sensación de lo primigenio, de lo autentico, de lo singular, de lo identitario. Es aquello que pudieron apreciar este viernes los miles de vecinos y visitantes que, un año más, presenciaron en Mayorga su centenaria Procesión Cívica del Vítor, que, como ... cada 27 de septiembre, volvió a recordar aquella lejana noche de 1752 en la que el pueblo recibió con teas y antorchas la segunda reliquia del patrón, santo Toribio de Mogrovejo. La coincidencia en viernes aumentó sin duda el número de participantes en la quema de pellejos y de espectadores.
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Tras una tarde en la que se procesionó a Santo Toribio, con su entrada por última vez en el convento de las dominicas, poco antes de las diez de la noche en una gran hoguera se prendían algunas decenas de pellejos anunciando el eminente inicio de la procesión. A escasos metros, no tardaba Ángel García Quirós, como hiciera su padre, también Ángel, y antes sus antepasados, en salir de la ermita del santo portando el Vítor, que se colocaba, junto a las insignias de la cofradía, detrás de los varales con los pellejos ardiendo para iniciar la procesión al son del pasodoble que dice «que es la enseña más gloriosa y es el timbre más honroso del santo patrón» convertido en un la, la, la muy pegadizo que no dejaría de sonar en toda la noche. Como pegadiza era la pez que iba tintando la calle de negro al caer de los pellejos, este año con el recuerdo de aquellos primeros que llegaron de Covarrubias hace 25 años para dar futuro a la tradición gracias a la voluntad de un grupo de mayorganos.
Una vez más destacaba, al frente de la procesión, un hombre con un paraguas abierto que sorprendía a los que le veían por primera vez. Era Mateo Fernández, que se protegía del fuego que desprendían los pequeños pellejos del grupo de niños a los que iba enseñando como verdadero maestro de la tradición. A sus 87 años, después de más de cuatro décadas, volvió a indicar a los más pequeños cómo agarrar el varal, cómo avanzar dos pasos adelante y uno atrás, cómo apoyarlo en el suelo junto al pie y no mirar hacia arriba para no quemarse o cómo tatarear la música. Mateo, que es un hombre sencillo, afable, de trato agradable y muy querido entre sus vecinos, reconoció que se siente recompensado con el saludo que los niños le dan durante el resto del año cuando le ven por la calle.
Entre los niños que acompañaban a Mateo iban las hermanas Lucía y Blanca Pérez Moro, de 8 y 6 años, que desde muy pequeñas no faltan a la tradición del pueblo natal de su madre, María Moro, que lleva quemando pellejos desde que era niña, primero con su padre, Francis, y, más tarde, junto a su novio y actual marido, José Ignacio Pérez, con el que cada septiembre regresa en familia desde Medina de Rioseco, donde viven, a Mayorga «haciendo lo imposible, porque es algo muy especial, muy nuestro».
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En la iglesia de Santa María del Mercado, la comitiva entraba por estrechas calles, que se llenaban de fuego y humo en un caos en el que se mezclaban las miles de personas que seguían la procesión. Los pies se iban quedando pegados a la calle por la pez que caía de los pellejos y la única forma de no ahogarse era echando de vez en cuando un trago de aguardiente o alguna bebida. Siguiendo muy de cerca los pellejos ardiendo se encontraba el escultor Roberto Manzano, que hacía fotos y tomaba buenas notas con el fin de plasmar lo mejor posible a la fiesta del Vítor en la escultura que tallará en piedra para ser ubicada en la plaza de Santa María.
Muchas miradas se dirigían también al Vítor, la tabla del estandarte que cuenta la vida de Santo Toribio en una imagen que presenta, bajo un color azul, una rama de olivo y una espada, en la parte superior, como símbolos de la Inquisición, ya que el santo patrón fue inquisidor en Granada; unos símbolos entre los que se aprecia una mitra, en su condición posterior de arzobispo. En el centro del estandarte se lee la leyenda de «Santo Torivio Alfonso de Mogrovejo, arzobispo de Lima, hijo y patrón de la ilustre y noble Villa de Mayorga», con esa singular «v» en Torivio. En la parte inferior, aparece el símbolo del vítor como emblema conmemorativo de quienes obtenían el título de doctor en la Universidad de Salamanca.
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Al llegar la procesión a la plaza, convertida en coso taurino durante las fiestas, con cientos de personas en sus tendidos, los pellejos en llamas se situaban en el centro. El Vítor subía al balcón de Ayuntamiento y los fuegos artificiales desvelaban la imagen del santo. Todo un pueblo entonaba al unísono el himno a su patrón, sucediéndose los vivas al santo. Pero aún sólo eran las 12 de la noche y la procesión debía de continuar. Por Cuatro Cantones a la calle Derecha, antes de llegar al arco, donde se encaraba la calle del Rollo. Algunos ya no tenían pellejos para quemar. Se tomaba la calle del Aseo, el paso era lento.
El gentío comenzaba a agolparse frente a la ermita cerrada. Eran las cuatro de la mañana, se abrían las puertas. En el interior reinaba el silencio, el respeto y el cansancio. Se entonaba de nuevo el himno al santo. Se sucedían los vivas a santo Toribio, a santa Rosa, al Vítor, a Mayorga. Una año más la procesión del Vítor había concluido. Las sopas de ajo esperaban. Ahora, como palabras escritas en un folio en blanco, las manchas de pez en el suelo de las calles, recordarán a los mayorganos que ya queda menos para el próximo 27 de septiembre.
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