Castrobol: La dulce esencia de la tradición

Los vestigios encontrados bajo su suelo susurran que Castrobol ya estaba poblado en época tardorromana y que se elevó contra el tiempo durante el dominio visigodo en la zona. Luego llegaron las razias de Almanzor, alrededor del año 980, lo que se tradujo en una despoblación de la localidad y de los alrededores. Con la repoblación cristiana por parte de los reyes castellanos, Castrobol volvió a recuperar su antiguo esplendor.

Durante el siglo XI la localidad tomó protagonismo al convertirse en frontera entre los reinos de Castilla y de León. El asentamiento tuvo mucha importancia militar y sus campos vieron enfrentamientos a lo largo de los años. En los siglos X y XI, Castrobol pasó a pertenecer a Pelayo Rodríguez y a a sus sucesores. Hay constancia documental de que en el 1201 se incorpora como aldea a Mayorga. Ahí permanece durante más de dos siglos, hasta que el rey de Castilla tomó la decisión de confiscar los bienes de los Infantes de Aragón en 1430. Desde entonces, Castrobol ha tenido identidad propia, con sus características viviendas de adobe y tapial, con las bodegas subterráneas siempre vigilantes.

Como recuerdo de aquella época aparece la Iglesia de San Salvador, una construcción reciente con una clara influencia mudéjar. Los tesoros se encuentran en el interior, donde se esconde el retablo mayor, de estilo rococó, algo realmente insólito en medio de la provincia de Valladolid.

La madera policromada toma protagonismo en la penumbra, ya que los relieves y las esculturas exentas atrapan a los que allí se acercan.

Al lado del Evangelio se pueden admirar los relieves de San Antonio de Padua y San José, del siglo XVIII, mientras que el sacristía se encuentran dos imágenes de Vírgenes del siglo XV. El paseo por Castrobol va más allá de la Iglesia de San Salvador. Las escuelas merecen una visita para recordar que dejaron de funcionar en 1976. La caminata debe llevar hasta las afueras de la localidad para descubrir los tradicionales palomares, de los que aún quedan dos en pie. Hacia el Río Cea que baña los límites de Castrobol, se descubre el Bosque de Ribera, donde se puede pasear entre los álamos blancos. Con su pasado y su presente, la villa mantiene el orgullo de frontera y se mira en su patrimonio para encontrar su propia personalidad.

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