![Cuando el Cid de Charlton Heston campeó en Valladolid junto al castillo de Torrelobatón](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/19/media/Imagen%20Rodaje%20del%20Cid%20fotos%20de%20Miguel%20San%20M%20(63030891).jpg)
![Cuando el Cid de Charlton Heston campeó en Valladolid junto al castillo de Torrelobatón](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/19/media/Imagen%20Rodaje%20del%20Cid%20fotos%20de%20Miguel%20San%20M%20(63030891).jpg)
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Rodrigo Díaz de Vivar es, sin duda, uno de los personajes más emblemáticos de la historia de España, como también «El Cid» es una de las grandes cintas épicas de la historia del cine internacional. Fue dirigida por Anthony Mann, producida por Samuel Bronston y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren. Su rodaje arrancó un 14 de noviembre de 1960 y una de sus escenas más importantes, fue filmada en Torrelobatón, concretamente entre los días 22 y 24 de marzo de 1961. Hoy 60 años después de aquel acontecimiento que revolucionó esta pequeña villa vallisoletana, sus vecinos rememoran las mejores anécdotas de aquel rodaje, que a la voz de «acción», sumergió a Torrelobatón en pleno siglo XI, convirtiéndolo en Vivar, cuna de un héroe de leyenda.
Los 5 minutos que dura la escena en la cinta, necesitaron de 3 días de rodaje más otros 6 días de preparación. Samuel Bronston estaba empeñado en construir en España el set más grande que se haya levantado jamás para su particular homenaje a la historia de España. Para ello necesitó 7.000 extras, 10.000 trajes, 35 barcos, 50 máquinas medievales de guerra y el uso de cuatro castillos, el de Ampudia, el de Belmonte, el de Peñíscola y, por supuesto, el de Torrelobatón. Invirtió más de 40.000 dólares en alquiler coronas, anillos y cetros y 150.000 dólares para recrear candelabros, tapices y otro material de atrezzo medieval. El presupuesto total de la cinta ascendió a 6 millones de dólares de la época. Tan sólo en Estados Unidos se recaudaron 26 millones y la cinta contribuyó a popularizar la gran gesta del Cid Campeador y a despertar el interés turístico por la España de interior.
En Torrelobatón, el escenario elegido para rodar la escena, fue la arboleda junto a la ermita del Cristo de las Angustias, con el castillo de fondo. Un emblemático lugar que en 1521 servía para despedir a las huestes comuneras que partieron hacia Villalar. La secuencia recoge a Rodrigo Díaz, interpretado por Charlton Heston, llegando a su Vivar natal con varios emires prisioneros. Es entonces cuando el pueblo insiste una y otra vez en que debe condenárseles a muerte; el protagonista, inflexible, se niega a tal sacrificio por ser contraproducente para la paz. El emir Moutamin (Douglas Wilmer), le brinda amistad eterna, y por primera vez, suena la palabra 'Cid', que significa «mi señor», en boca de un sarraceno.
No eran muchas las oportunidades en la época de ver convertido un pueblo de Valladolid en un gran plató de Hollywood, por eso, El Norte de Castilla, hizo un seguimiento especial de la noticia, enviando al municipio al crítico cinematográfico Antonio Hernández Higuera, que describió todos los pormenores del rodaje. En sus crónicas, Hernández Higuera detalló que el reclutamiento de los figurantes fue tarea complicada. Contó que se seleccionaron 600 extras, de los cuales, 180 hombres, 120 mujeres, 30 niñas y 26 niños eran de Torrelobatón y pueblos de los alrededores. En cuanto a la infraestructura utilizada, detalló que instalaron 4 grandes tiendas en una era, 2 para el vestuario y otras dos para ser usadas como cuadras con capacidad para 104 caballos cada una. El equipo de producción también desplazó al lugar 8 turismos, 5 furgonetas de sastrería, 3 generadores de energía, 3 camiones eléctricos, 3 de material, uno de efectos especiales, 3 para caballos y uno para el pienso. También 2 remolques, un jeep de enlace, 2 camiones de repuesto, un tanque de agua, un camión grúa, un autobús de maquillaje, otro de peluquería, un coche para el jefe de transportes, un camión sección prensa y 2 autobuses con personal técnico.
Fue uno de los extras que participó en el filme junto a sus cuatro hermanos. Recuerda que entre todos ganaban 500 pesetas al día, «un dineral».
Fotografió el rodaje con su cámara a escondidas.
Formó parte del equipo de peones y movía las cámaras.
Recién licenciado del servicio militar, José María llegó al rodaje y pudo estar con su novia Candi durante tres días, mientras hacían de extras.
No participó en el filme por ayudar a su madre en la farmacia.
Incrementó en aquellos días las ventas en su gasolinera un 200%.
Justi recuerda aquellos días como «complicados» para su padre, el alcalde Teógenes Puerta, y Rosi no olvida lo «bien parecido» que era Charlton Heston.
Felisa se emociona al ver a su padre Inocencio en primera fila en el filme, y su marido Valentín recuerda que el campo quedó paralizado sin mano de obra.
El torreño Gonzalo Sandoval formó parte de las peonadas que el equipo de producción contrató para preparar el terreno. Su trabajo duró 9 días en total. «Yo tenía 20 años entonces», explica. «Nos contrataron a 8 chicos del pueblo, todos con tractor, y tuvimos que ir hasta Bercero a por arena para tapar la carretera. Resulta que llovió y al día siguiente nos tocó recoger todo lo que habíamos esparcido. También éramos los encargados de mover las cámaras entre toma y toma», añade este vecino.
Tomás Garrote participó como extra y recuerda bien el jornal que se llevó a casa por su actuación. «Nos pagaban 100 pesetas y nos íbamos a casa más contentos que unas castañuelas. Éramos 5 hermanos y llevar 500 pesetas todos los días, era un dineral. Lo único que teníamos que hacer era bajar corriendo desde el castillo hasta el puente. Íbamos disfrazados y llevábamos palos, horcas y tornaderas. Gritábamos a los moros: «matadles, matadles» mientras tirábamos piedras que en realidad eran de goma», relata.
Otros que también guardan buen recuerdo, son el matrimonio formado por José María Luengo y Candi Sandoval. Entonces eran novios. A ella, todavía se le escapa la risa nerviosa al recordarlo. «Nos lo pasamos muy bien, muy bien», recalca Candi. «Él llegó justo el día antes licenciado tras una larga mili en Zaragoza. Teníamos muchas ganas de vernos y el rodaje nos permitió pasar tres días juntos. Fue una maravilla», dice con brillo en los ojos. «Aprovechamos bien esa temporada» dice él con picardía. «¡Pero si fueron sólo tres días!», le corrige su mujer. «Bueno… pues una temporada de tres días», remata él.
En una era del pueblo, el equipo de producción colocó una enorme carpa, donde todos acudían por la mañana a por el vestuario. «Menudos disfraces traían. Íbamos hechos una birria. Nos arrastraban y los tuvimos que cortar para no pisarlos. Cómo sería de fea aquella ropa, que a mi padre no le dio tiempo a quitárselo antes de ir a la cuadra y asustó al ganado», dice Candi quien, a pesar de estar ensimismada con su entonces novio, tuvo ocasión de fijarse en Charlton Heston. «No era guapo, pero era muy cariñoso», aclara. «Era un hombre muy simpático y amable. Se paraba a hablar con toda la gente». Muchos de los vecinos que tenían carros, mulas o rebaños de ovejas, cobraban también en función de lo que aportaran al rodaje. «Mi padre, y el señor Raimundo, llevaron la mula y los aguaderos y a ellos le dieron 200 pesetas. Y al señor Teodoro, que puso a los bueyes atravesando el río, también le pagaron más», apostilla José Mari.
Felisa Adalia, no puede reprimir las lágrimas cada vez que ve la escena de la película. Entre todos los figurantes, enseguida distingue en la primera fila, a su padre, Inocencio. «Fueron tres días de fiesta en Torrelobatón. Lo mejorcito que he visto en mi vida. Estaba lleno el pueblo. Mi padre estaba el primero. Les gustó tanto a los que dirigían que le pagaron el doble y le quisieron llevar para trabajar con ellos, pero él dijo que no, que tenía su trabajo aquí como capataz de carreteras. Era una maravilla cómo tiraba las piedras, ¡qué seriedad tenía! Yo en cambio estaba haciendo bulto, en el puente», cuenta esta torreña. Su marido, Valentín, recuerda que cuando vio desembarcar a todo el equipo, aquello le pareció «la guerra». «Estábamos asustados. Dio en venir gente y toda la caballería. Fue impresionante. Era la época de sembrar las hortalizas y esos días, el campo quedó paralizado. No trabajó nadie. Si llegan a estar más tiempo, hubiese quedado todo sin sembrar, pero hubieran hecho al pueblo rico. No nos pagaron más, porque el secretario del ayuntamiento dijo que 100 pesetas eran más que suficiente, y nos conformamos», recuerda.
También contrataron un grupo de 56 niños del pueblo. Entre ellos estaba Ambrosio Delgado, que tenía 9 años. «Me dieron unas sandalias con unas cuerdas hasta las rodillas y un pantalón que parecía de un pijama. El primer día de rodaje, volví a nacer. Cuando dijeron «acción», para que echáramos a correr, había un banzo de más de un metro de alto. Me caí y del golpe me quedé tieso, sin respiración. Me reanimaron dos estudiantes de medicina», cuenta. Berna Torres también era muy niña. Tenía 11 años pero lo recuerda bien. «Me picaba muchísimo la ropa. A nosotros nos pagaban 75 pesetas al día y teníamos prohibido llevar puestos relojes y los que tenían gafas, se las tenían que quitar. Charlton Heston era de aquí te espero. Estuve cerquísima de él», dice entre risas.
El Cid fue una importante inyección económica para Torrelobatón. Los vecinos estaban encantados con el sueldo de 100 pesetas diarias. «Todo un capital», cuando el salario medio era de unas 14 pesetas al día. Sin embargo, muchos pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que a los universitarios les pagaban 350 pesetas. El pago también incluía un bocadillo de chorizo, que muchos rechazaron por ser Cuaresma.
Aquel marzo los negocios hicieron el agosto. Luis Luengo, propietario de la gasolinera, incrementó sus ventas de combustible un 200%. «Tenían tres generadores para surtir de electricidad el set y las carpas, que consumían muchísimo. En esos días gané lo mismo que en un mes». Esta gran afluencia también le vino bien a Tomás Alonso, dueño del bar Plaza Mayor. Su hija Merche recuerda que vendían más de 300 bocadillos y copas de vino al día. «Hicimos más caja que nunca». La que no hizo tanto negocio fue Pepa, la farmacéutica. Su hija Pilar Sarmentero, que le ayudaba en la botica, recuerda que «en las fiestas nadie enferma, así que mi madre vendió poco en aquellos días». El Ayuntamiento, para dejar constancia del rodaje, inauguró en 2011 una exposición en el castillo con las fotografías de Martín San Miguel y con carteles de la película.
Además de los lugareños, también jugaron un papel destacado la caballería del Regimiento de Farnesio de la capital y un nutrido grupo de universitarios, la mayoría de las facultades de Derecho y Medicina, que actuaron como extras. Martín San Miguel, era uno de esos estudiantes. Un año antes había presenciado el rodaje de El Coloso de Rodas, en Laredo, por eso, sabiendo lo que le esperaba, cogió su cámara Kodak y se la llevó con un carrete sin estrenar a Torrelobatón. La escondió bajo los ropajes y hoy, gracias a él, existen unas fantásticas fotografías que dan fe de lo grandioso de aquel rodaje. En ellas se puede ver a Charlton Heston durmiendo la siesta o a los extras durante los descansos. «Yo estudiaba Comercio y fui con unos cuantos amigos. Salimos en autobús desde el hotel Felipe IV, que era donde estaban alojados los actores. A nosotros nos pagaban 350 pesetas diarias», cuenta este octogenario. «Yo era el único que llevaba cámara. En alguna ocasión me llamaron la atención por megafonía para que no la usara, sobre todo cuando estaban los focos encendidos. Aprovechaba para fotografiar en los descansos. Y como no tenía teleobjetivo, me tenía que meter casi encima de ellos. Me arriesgué mucho, pero pude fotografiar a Raf Vallone, Charlton Heston y Massimo Serato. Estas fotos son un recuerdo imborrable. De lo que me arrepiento es de no haber hecho fotos al hijo de Charlton Heston, que andaba por allí vestido de vaquero con dos pistolas, pero por no gastar el carrete no le tiré ninguna», añade.
En los descansos los estudiantes aprovechaban para jugar a las cartas y otros para tocar la guitarra. Martín, recuerda que se llevó un buen pellizco jugando al póker. «También gané dinero vendiendo copias de las fotos a mis amigos. Tenía que amortizar las 3.000 pesetas que me había costado la cámara», añade Martín, quien guarda, «como oro en paño», un escudo de tela que arrancó de sus ropajes. «¡Uy la que prepararon un día! Unos estudiantes se llevaron los trajes y los de producción pararon los autocares. Hasta que no devolvieron las vestimentas, no arrancaron», remata.
Esteban Sarmentero es un torreño, que en aquellos días estudiaba el selectivo de ciencias. Estaba en el pueblo, puesto que eran vacaciones de Semana Santa, fue a recibir a todos sus amigos, que llegaron en autobús. «Recuerdo el ambiente festivo del pueblo, con el castillo lleno de banderas y las calles repletas de caravanas. Mi padre entonces era el corresponsal de El Norte de Castilla en Torrelobatón y Miguel Delibes le dio un pase especial para que tuviera acceso al set. Pudo estar en contacto con todos los primeros actores. Aquello le pareció una experiencia única. A los estudiantes, como no teníamos la cara curtida del sol como la gente del campo, nos mandaban hacer bulto atrás del todo. Yo veía rodar las escenas desde la lejanía», recuerda.
Rosi Lorenzo, cuenta que los hombres tenían ciertos privilegios como figurantes frente a las mujeres. «A ellos les ponían delante del todo. Iban más preparados con horcas, guadañas, palos… a nosotras nos mandaban atrás. Yo estuve muy cerca de Charlton Heston. Era un señor muy alto y muy bien presentado», dice. Su amiga Justi era hija de Teógenes Puerta, el alcalde de la época. Cuenta que para él, aquellos días fueron «muy complicados». «Estaba muy preocupado y muy pendiente porque saliera todo bien. Él era el representante del pueblo y tenía que tener relación con los directores de la película. Era muy estresante para él estar pendiente de tanta gente. Mi padre alquiló al equipo de producción una era, para que guardaran los cientos y cientos de caballos que se usaban en la película».
El último día de rodaje, cuando todos los extras se fueron y los focos se apagaron, los peones se tuvieron que quedar hasta bien entrada la noche. Había que grabar otra escena con la que no contaban. «Nos mandaron trasladar los focos a la carretera de Mota. Allí esparcimos arena y sobre el asfalto, echamos unos plásticos. De repente, bajo unos focos muy potentes, Charlton Heston apareció a lomos de su caballo. Ninguno sabíamos qué era lo que se estaba grabando en realidad. Nos dimos cuenta cuando lo vimos en el cine. La última escena de la película, en la que aparece el Cid muerto en lo que se supone que era la playa de Valencia, era realmente, la carretera de nuestro pueblo. Todos lo comentamos», dice Alejandro Bruña, otro de los peones contratados para la película.
Andrea Bronston hace gala de su legendario apellido. Es hija de Samuel Bronston, mítico productor de grandes películas como «El Cid», «55 días en Pekín», «Rey de Reyes» o «La caída del Imperio romano», entre otras. Nació en Hollywood y en 1961, coincidiendo con el rodaje de El Cid, Andrea llegó a España. Su padre era un gran admirador de este país, de su geografía, su clima y sobre todo de su historia. Aquí asentó a su familia y construyó un gran imperio cinematográfico. En esta entrevista para El Norte, hace repaso de los éxitos de este genio del cine, coincidiendo con el 60 aniversario de su obra cumbre, El Cid.
Igual que la célebre película de Luis García Berlanga 'Bienvenido Mr. Marshall' recoge la emoción de los vecinos de Villar del Río ante la inminente visita de diplomáticos estadounidenses, el documental 'Bienvenido Mr. Heston' reconstruye lo que significaron para Torrelobatón y sus habitantes, aquellos tres días de rodaje de la película El Cid en 1961. Pedro Estepa Menéndez, licenciado en Comunicación Audiovisual, y Elena Ferrándiz Sanz, licenciada en Comunicación Audiovisual y Técnico Superior en Realización de Audiovisuales y Espectáculos, tenían un vínculo familiar con Torrelobatón y cautivados por la obra maestra de Samuel Bronston, quisieron llevar este acontecimiento a la gran pantalla, conjugando a la perfección el metacine con el documental.
A punto de cumplir 82 años, el madrileño Ricardo Huertas lleva con orgullo haber trabajado a las órdenes del productor americano Samuel Bronston en todas sus películas. Guarda recuerdos muy especiales de los días de rodaje en Torrelobatón, en 1961, cuando formaba parte del departamento de producción. Ricardo era el encargado de transportar cada día el negativo de la película desde Valladolid hasta Madrid. También asistió en Londres a la sincronización de los diálogos que, por cierto, todavía hoy se sabe de memoria.
La producción de Bronston fue recibida en Torrelobatón como el maná, ya que supuso una importante inyección económica para esta pequeña villa. Los torreños estaban encantados con los sueldos que cobraron por su trabajo como figurantes en la película. 100 pesetas de la época, era un gran capital, cuando el sueldo medio en el pueblo era de 14 ó 15 pesetas diarias. Sin embargo, muchos pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que a los universitarios les pagaban casi cuatro veces más, 350 pesetas. Hubo vecinos que, por llevar su rebaño de ovejas hasta el lugar de la escena para dar ambiente, cobraron 500 pesetas diarias, y aquellos que llevaban mulos, carros y otros aperos, también cobraban un plus. En el sueldo entraba además un bocadillo, que curiosamente era de chorizo y que muchos vecinos rechazaron, por ser días de cuaresma.
No escatimaron en gastos y si hacían algún desperfecto, lo abonaban bien. «Teníamos una tierra sembrada de lentejas que quedó completamente pisada cuando rodaron sobre ella la última escena de la película, en la que el Cid está muerto. Nos dieron una gran indemnización. Como estaba sembrada a cerro, mi padre lo aricó todo y al final cogimos buenas lentejas. Aquel año cobramos doble cosecha. Para ellos no era nada, pero para nosotros era un mundo», dice Gonzalo Sandoval.
Aquel mes de marzo, los negocios del pueblo hicieron su agosto. Luis Luengo, se perdió el rodaje, sin embargo, le mereció la pena. Él era el propietario de una pequeña gasolinera en el pueblo, y vio incrementar sus ventas un 200%. «A los productores de la película, les vino muy bien que les pudiera abastecer de combustible. No se esperaban que en un pueblo tan pequeño hubiese este servicio. Tenían tres generadores para surtir de electricidad el set de rodaje y las carpas. Hicieron muchísimo gasto. Entonces el litro de gasolina costaba a 5 pesetas y el gasoil estaba mucho más barato», cuenta este torreño de 93 años. «Se desplazó mucha gente hasta aquí y los coches ya no cabían en el pueblo, estaban todos aparcados por las eras. En pocos días, gané lo mismo que en todo un mes. No volveremos a ver nunca tanto personal en el pueblo como entonces», asegura.
Esta gran afluencia de visitantes también le vino bien a Tomás Alonso, el dueño del bar Plaza Mayor. Su hija Merche recuerda que vendieron «más de 300 bocadillos y copas de vino al día. Se hizo más caja que nunca», anota. Hubo vecinos que alquilaron habitaciones en sus casas para acoger a algunos miembros del rodaje y otros, como la modista Saturnina Díez, que ayudó a coser las banderas del decorado. «Me trajeron la tela y el hilo, aunque luego se les olvidó pagarme», se queja esta torreña de 104 años. No obstante, con el jornal que ganaron su marido Teófilo y sus hijos, tuvieron suficiente para arreglar la fachada y el tejado de su casa.
La que no hizo tanto negocio esos días, fue Pepa, la farmacéutica. Su hija Pilar, quien le ayudaba en la botica, lo recuerda así, «la gente sólo se pone mala cuando hay penurias. En los días de fiesta, nadie enferma, así que mi madre vendió poco en aquellos días. Yo, además, tengo una espinita clavada por no haber participado. No quise y ahora me arrepiento».
El ayuntamiento de la localidad, para dejar constancia del gran impacto que tuvo el rodaje en el pueblo, en 2011, coincidiendo con el 50 aniversario, inauguró una exposición en el castillo con las fotografías que hizo Martín San Miguel y con los carteles de la película de diferentes países del mundo. «Al castillo viene mucha gente atraída por El Cid. Cuando murió Charlton Heston en abril de 2008, vinieron varias personas al castillo para recordar el pueblo y el ambiente tan agradable que vivieron en el momento de la filmación», explica Lourdes Ortega, responsable de la oficina de turismo en el municipio.
La intrahistoria de aquel rodaje, da para otra película que, de hecho, se rodó en 2014. Bienvenido Mister Heston, es un documental, que concurrió a los Goya con 6 candidaturas, dirigido por Pedro Estepa y Elena Ferrándiz y que recoge las mejores anécdotas de marzo de 1961. «Nos atrajo el fuerte contraste entre la vida reposada de un pueblo castellano en los años 60 y el equipo de una superproducción de Hollywood, que llega hasta las calles de Torrelobatón, con un trepidante ritmo de trabajo y hablando en inglés. Nos pareció curioso», explican sus directores. En la cinta, aparecen decenas, entre otros la actriz, cantante e hija de Samuel Bronston, Andrea Bronston. «Mi padre hizo esta película sobre el Cid, como homenaje a la historia de este país», ha señalado en una entrevista para El Norte. También Ricardo Huertas, que trabajó en el departamento de producción de El Cid, aparece en el documental recordando las mejores anécdotas. Él era el encargado de llevar todos los días la cinta con la grabación, desde Valladolid hasta Madrid. «Un día me equivoqué de tren y me desperté en la frontera con Portugal. En Madrid me estaban esperando para enviar el negativo a Londres para revelarlo. Al final, me las apañé y pude llegar a Madrid a tiempo», ha contado.
No cabe duda, que los 60 años que han transcurrido desde el rodaje de El Cid en Torrelobatón, no ha borrado las sensaciones y emociones que vivieron los torreños y que todavía sienten, cada vez que tienen oportunidad de visionar la película.
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