Es media tarde en Santa Eufemia del último y frío día del mes de enero. Cuando la noche ha caído, de repente empiezan a sonar las campanas de la única iglesia del pueblo. No tocan a misa ni a funeral ni a ninguna celebración religiosa. ... Tampoco suenan para alertar de un fuego, como se hizo en otros tiempos. Algún visitante de paso o quien circule por la carretera CL 612 a esa hora se pregunta por qué tocan las campanas. Sin embargo, todos los vecinos del terracampino pueblo sí que lo saben. Un año más renuevan en la noche de Santa Brígida (1 de febrero), este pasado lunes, una de sus tradiciones más queridas al subir a la torre de la iglesia a tocar las campanas para ahuyentar las temidas tormentas por intercesión de la santa. La tradición está ligada a la creencia de que durante esa noche los diablos tormenteros preparaban las tormentas que iban destinadas a arruinar las cosechas con su pedrisco durante el resto del año.
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Una vez más, como cada año, un grupo de vecinos subió a la torre. El primero en tocar fue el cronista de la localidad, Miguel Ángel Cañibano, con muchas ganas de participar en la tradición al no haberse acercado al pueblo el pasado año por motivo de la pandemia. El historiador, que en estos momentos se encuentra realizando un estudio sobre los apellidos del pueblo, tras haber finalizado recientemente uno sobre sus calles, volvió a recordar que «con este toque singular de campanas, Santa Brígida nos protegerá todo el año de las tormentas de pedrisco, aunque este no es el único santo protector de Santa Eufemia, pues por sendos votos de la villa encomendamos a Santa Bárbara que nos protegiera de las riadas, tan frecuente en nuestro pueblo, y a San Gregorio que nos protegiera de las plagas de insectos», porque «nosotros celebramos sus fiestas y ellos nos amparan, esta es nuestra creencia y tradición».
El veterano Félix Fernández, a sus casi 80 años, también repicó las campanas con unos toques característicos que, una y otra vez, recordaban el conjuro «Tente nube, tente tú, que solo Dios puede más que tú, si eres lluvia, ven acá, si eres piedra, tente allá». El fuerte y frío viento fue también protagonista en lo alto de la torre, porque «por san Vicente se van las nieblas y vienen los vientos», en el refrán que fue recordado por Félix Fernández. A escasos metros de la torre, la vecina Raimunda González, a sus 95 años, madre del cronista, salió a las puertas para seguir con atención desde su casa los populares toques, quizás en la creencia del dicho tradicional de que al escucharlos «este año, por lo menos, ya no me muero».
La velada acabó en el bar del pueblo con una invitación por parte del Ayuntamiento a degustar sabrosas viandas para reponerse del viento helado de la torre. Fue el momento de recordar otros tiempos de la tradición, como lo bien que tocaba Bonifacio Martín y que eran varias horas las que sonaban las campanas, según rememoró Joaquín Santos, de 75 años, quien ya vivía la noche de Santa Brígida con sus abuelos y con sus padres. Aquellos lejanos años, en los que el pueblo tenía 600 habitantes y también se escuchaba «las mulas que oyen Santa Brígida seguro que no se mueren ese año». Por su parte, la teniente de alcalde, Lydia Uña, destacó de nuevo «el valor de revivir estas tradiciones como un motivo para el encuentro de los vecinos».
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