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Dos veces al mes, ignorando el intenso frío o el sofocante calor, Herminia Gato, natural de Tiedra, acude puntual rozando el mediodía a la plaza del Ayuntamiento. El recorrido no le lleva mucho tiempo y sus 91 años no suponen ningún impedimento para salir con sus revistas de costura bajo el brazo dispuesta a hacer un nuevo intercambio. Nunca falta el pequeño obsequio que atesora en su bolsillo como forma de agradecimiento: dos caramelos de café, uno para el conductor y otro para el bibliotecario. Herminia acude, sí o sí, a su cita quincenal con la lectura gracias al servicio de Bibliobús, que se encarga, desde hace 35 años, de acercar la cultura a 153 pueblos de la provincia con las 36 rutas que recorren cuatro autobuses cargados de historias. En concreto, 3.200, repartidas en libros, revistas, publicaciones periódicas y material audiovisual, que esperan pacientemente en los estantes de cada vehículo a ser elegidos en cada parada.
No es ninguna novedad, la Diputación puso en marcha este servicio en 1986 con dos autobuses en una época en la que se hacían unos 80.000 préstamos al año, los mismos que hoy en día hacen en total los cuatro vehículos, porque entre 1992 y 1998 se unieron otros dos buses ante la alta demanda de usuarios. Desde hace unos años, este servicio ha notado un claro cambio de tendencia debido al aumento del cierre de colegios en pequeños pueblos y a la progresiva despoblación que experimentan cada año los núcleos rurales de la provincia. «Siempre ha sido un servicio orientado a los colegios de los pueblos, porque antes en todos había escuelas y se hacían una barbaridad de préstamos a los escolares, pero desde hace unos años se nota el cierre de muchos colegios y el cambio de tendencia entre los usuarios, cada vez hay una mayor proporción de adultos y mayores que hacen uso del Bibliobús, cerca del 35%, seguramente sea el mayor porcentaje que hemos tenido», explica Fernando Freyre, coordinador de este servicio de biblioteca móvil.
El pasado miércoles uno de los cuatro bibliobuses hizo la última parada coincidiendo con el curso lectivo en Herrera de Duero. Varios escolares cogieron libros para el verano y puntual a su cita ambulante con la lectura acudía Francisco Javier Serrano. «Suelo venir con regularidad y escojo libros para mi mujer, principalmente novela de intriga e interactivos para mi hija de nueve años, nos gusta leer y siempre tienen una oferta interesante o te asesoran muy bien», explica este vecino de 50 años, que agradece y valora el servicio «porque te trae a la puerta de casa todo lo que necesitas sin necesidad de coger el coche».
Herminia Gato(91 años). Tiedra
Julia Rey (77 años). Herrín de Campos
Emerenciano de la Rosa (76 años). Villardefrades
El Bibliobús está abierto a todo el mundo y se adapta a los nuevos tiempos. «Si sigue creciendo la proporción de adultos porque cierran más colegios se irán sumando ejemplares orientados a este público, lo que intentamos es tener una colección equilibrada que se renueva constantemente para que todo el mundo viva donde viva esté satisfecho», apunta Freyre, quien empezó con 28 años en el Bibliobús y ahora, a punto de jubilarse, confiesa que ha creado una segunda familia tras más de tres décadas entre libros y carreteras secundarias.
El año pasado el avance de la pandemia obligó a aparcar el servicio de marzo a junio y el Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas de Valladolid, organismo que gestiona el Bibliobús, registró un notable descenso en cuanto a visitantes y préstamos tanto en público infantil como adulto. «Al estar parados esos meses y con el miedo que había al principio, se registraron unas cifras inusuales en cuanto al uso de este servicio, aunque poco a poco se ha ido recuperando la normalidad».
Según el balance del pasado 2020, se realizaron un total de 25.672 préstamos de libros (muy lejos de los más de 75.000 de media que tienen cada año) y 1.441 de publicaciones periódicas, que en su mayoría fueron adquiridas por personas adultas y de la tercera edad. Este servicio, según comenta Freyre, encuentra también la vertiente más personal, «ya que mantuvimos el contacto con muchos usuarios para ver qué tal estaban en los momentos más duros de la covid. Con muchos estoy en permanente contacto, porque somos un servicio que va más allá de la lectura; para muchas personas mayores que viven solas en el medio rural es un estímulo que puedan venir y hablar con nosotros. Después de 35 años, este trabajo me ha puesto en el camino a mucha gente y al final forjas relaciones que con el paso de los años se han convertido en tu segunda familia».
Para los 32 alumnos del Colegio Rural Agrupado (CRA) El Páramo, ubicado en la localidad de Ciguñuela, la llegada del Bibliobús al patio dos veces al mes es sinónimo de fiesta. Después del recreo, los niños de entre tres y doce años, de educación Infantil y Primaria, disfrutan con ilusión de la sabia experiencia de la lectura. «Les encanta escoger libros, comentarlos y dejarse asesorar por Fernando. Tenemos la suerte de tener un bibliotecario tan dinámico que tiene muy buena relación con los chavales y los anima mucho. A nivel escolar el Bibliobús es una herramienta fabulosa para la animación a la lectura», explica la educadora.
En pueblos pequeños como Ciguñuela (380 habitantes) la creciente y continuada despoblación de los últimos años «hace que, inevitablemente, se vaya perdiendo juventud, aunque en nuestro caso somos una excepción porque se ha puesto de moda la escuela rural y en solo tres años hemos conseguido triplicar el número de alumnos», explica López, quien lleva casi tres décadas impartiendo clase en el centro educativo, los mismos años que lleva acercándose el Bibliobús hasta la localidad. «También hace uso la gente mayor y los adultos, pues es una manera muy cómoda de poder acceder a una biblioteca, aunque tenemos una en el colegio, yo también utilizo este servicio con fines educativos según el temario que estén aprendiendo. Si se suprimiera, lo echaríamos mucho en falta».
Herminia Gato no iba a ser una excepción, echó «mucho» de menos el Bibliobús, a pesar de que nunca faltan libros en su casa. «Suelo escoger cosas prácticas, que me sirvan para algo o temas relacionados con la historia, revistas de costura, confección y de manualidades. De todas formas, Fernando me aconseja y siempre le dejo elegir a él. A mí no me gusta estar de brazos cruzados, por eso me apunto a todos los cursos que salen en el pueblo», comenta esta vecina de Tiedra, que con 91 años maneja a la perfección las redes sociales, las videollamadas y el ordenador.
Freyre recorre decenas de pequeños pueblos de forma quincenal, «curiosamente hacen más uso del Bibliobús las mujeres que los hombres, calculamos que ellas representan el 80% del total». Aunque siempre hay excepciones y entre el 20% restante destacan incondicionales como Emerenciano de la Rosa, vecino de Villardefrades (pueblo que roza los cien habitantes). Este jubilado confiesa que, cuando llega el autobús acude puntual al préstamo de libros. «Me pilla casi en la puerta de casa, aunque si estuviera más lejos también iría. Del pueblo solo acudimos el cartero y yo, en verano se anima alguna vecina más. Hago uso del Bibliobús desde hace once años, cuando dejé de trabajar en el campo, porque hay que emplear el tiempo en algo útil», explica. Amante de la novela histórica y policíaca, lee uno o dos libros por semana «y no bajan de las 400 páginas, realmente no sé por qué la gente deja de leer, con todo lo que se aprende en cada página», añade De la Rosa, de 76 años.
Uno de los primeros cambios que hizo Virginia Hernández nada más estrenar su cargo como alcaldesa en 2015 fue crear una pequeña biblioteca en el Ayuntamiento de San Pelayo, un pequeño pueblo en la comarca de los Montes Torozos que, con apenas cincuenta vecinos, apuesta por mantener viva su raíz cultural. «Solicitamos además el servicio de Bibliobús para fomentar el acceso a la lectura de los vecinos y desde 2016 disfrutan de los préstamos. Hay usuarios muy asiduos que no faltan a la hora de cambiar o coger sus libros cada quince días. Creemos que la lectura es un valor fundamental y que vivir en un pueblo no puede ser un obstáculo respecto al acceso a la cultura», explica Hernández.
San Pelayo es un ejemplo de esos pequeños pueblos esparcidos por la provincia de Valladolid que agradecen contar una biblioteca móvil que les acerca miles de libros, revistas, audiovisuales y publicaciones periódicas cada quince días. «El perfil de los usuarios es de entre 40 y 65 años y tras cinco años de servicio se muestra el compromiso que mantienen los vecinos de San Pelayo con la cultura. Es un pueblo que se implica mucho», cuenta su alcaldesa.
Cada uno de los cuatro autobuses hace un total de 22 paradas anuales para lograr que las personas que viven en el medio rural tengan las mismas posibilidades que los vecinos que se asientan en un pueblo con biblioteca permanente. «El perfil de pueblo al que solemos prestar servicio ronda los doscientos habitantes de media, aunque también hacemos parada en algunos con más vecinos como Villabrágima, Traspinedo o Villanubla», explica el coordinador.
La lista de pequeños municipios que esperan quincenalmente su parada es muy extensa, Bercero, Ceinos de Campos, Bahabón, Tordehumos, Villabrágima o Herrín de Campos, son solo un pequeño ejemplo de su hoja de ruta. En este último pueblo, Julia del Rey pone rostro al nuevo perfil de usuario, mujeres adultas o de la tercera edad. «Nos avisó hace doce años el alcalde y nos apuntamos todas las vecinas, me encanta ir y ver lo que traen. Mi favorito, Miguel Delibes, leo mucho de él», explica. Para ella y para sus siete vecinas la llegada del Bibliobús supone «una satisfacción muy grande, porque antes no teníamos la cultura que tiene hoy la juventud. Yo solo fui a la escuela hasta los catorce, después a coser y bordar, pero siempre fui feliz. Cuando cojo los libros que me recomienda Fernando tengo el diccionario a mano para buscar y aprender nuevas palabras», confiesa esta vecina de 77 años.
La media de edad de las usuarias de Herrín de Campos roza los ochenta años, «porque en el pueblo no hay juventud», lamenta Del Rey, a la vez que anima a todo el mundo «a leer siempre que se pueda» . En verano tendrán que conformarse con una visita mensual, pues las paradas siguen estando marcadas por el calendario escolar, y para entonces Herminia, Francisco Javier, Emerenciano y Julia, lo tienen claro, harán acopio y cogerán más ejemplares hasta la próxima visita de su biblioteca favorita, esa que supone una conexión periódica con la cultura, independientemente del censo o de los kilómetros que les separen de otros pueblos con más oportunidades.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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