Benedicta rodeada por miembros de su familia. c. c.

Benedicta Pérez Sangrador, la abuela de Olmedo, cumple 100 años

Nacida en Íscar, viuda desde los 47 años y madre de siete hijos, regentó hasta su jubilación un bar en la Villa del Caballero

Jueves, 30 de junio 2022, 13:03

Viuda de Ramón Luquero desde que tenía 47 años, con quien contrajo nupcias en 1949, Benedicta Pérez Sangrador, 'Bene' como es popularmente conocida, vino al mundo en la cercana localidad de Íscar un 29 de junio de 1922 siendo la primogénita de los seis hijos que tuvieron José Pérez 'Patines' e Isabel Sangrador.

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Madre de siete hijos -Jesús, Boni, Puri, José, Rosi, Josefina y Juani- que le han proporcionado cinco nietos y tres bisnietos, con apenas 14 años se trasladó a vivir a Olmedo con su tía Celestina -que acababa de quedarse viuda y sin hijos- junto con Marcos otro sobrino de su tía por parte de su marido, criándose como si fueran hermanos, ayudando a su tía tanto en el bar como en la tienda de ultramarinos que regentaba.

A los 27 años se casó y enviudó a los 47. Tuvo que sacar adelante a su numerosa prole, con edades comprendidas entre los 19 del mayor y los 4 de la pequeña, en aquellos difíciles finales de los años 60 y comienzos de los 70 del pasado siglo, haciéndose cargo del bar que la dejó su tía hasta que en 1989, al cumplir 67 años, se jubiló.

Con memoria y optimista

Vecina de la calle San Miguel, cerca de la iglesia del mismo nombre en cuyo camarín se venera a la patrona de la Villa y Tierra de Olmedo, con la movilidad algo limitada pero con una excelente memoria y gran dosis de optimismo, hace poco más de un mes recibía el homenaje de la Cofradía de la Virgen de la Soterraña, de la que desde su llegada a Olmedo ha sido y sigue siendo gran devota, nombrándola cofrade mayor.

El pasado miércoles Benedicta Pérez Sangrador se hacía acreedora por derecho propio de esa simbólica nominación que pocas alcanzan, la de abuela de Olmedo, celebrando su siglo de vida rodeada de todos sus familiares y soplando, ayudada de su adorado nieto Ramón, las velas que coronaban la tarta con la mágica cifra.

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