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Finca de Raso de Portillo. C. M.
Bautismo de fuego en Raso de Portillo

Valladolid

Bautismo de fuego en Raso de Portillo

La vacada, cuya titularidad ostenta la familia Gamazo, herró sus machos y hembras en una jornada laboriosa y de fiesta en sus predios ganaderos de lidia de Boecillo

Lunes, 18 de noviembre 2024, 17:32

Entre el rito ganadero y la obligación normativa, las vacadas de lidia celebran en estos meses su herradero. Aunque por imposición legal las jóvenes reses ya muestran sus llamativos pendientes de color naranja, los crotales, que los identifican y permiten comprobar su trazabilidad a efectos sanitarios, en las ganaderías bravas deben marcarse a fuego los animales de ambos sexos de cada camada, lo que ofrece los datos básicos de cada ejemplar cuando se lidian. El hierro de la ganadería, el número de camada, que aparece en los costillares, el guarismo referido al año ganadero (que va desde el 1 de julio hasta el 30 de junio del siguiente año) y la sigla de la entidad ganadera a la que pertenece la ganadería.

La vacada vallisoletana de Raso de Portillo, cuyos orígenes la sitúan como la de mayor antigüedad, ha celebrado el herradero de sus machos (61) y hembras (52) en su finca matriz, desde las que se divisa en Palacio de los Condes de Gamazo, en Boecillo, y el castillo de Portillo, dada su ubicación en la planicie que da nombre al propio hierro. Una camada abundante y que, además, habla muy bien de la fertilidad de sus vacas de vientre, que repartidas en diversos lotes suman un total de 130, así como de los sementales, siete, que cubren por lotes a las hembras reproductoras.

Mañana de cielo claro y temperatura templada, en un ambiente de respeto y atención al marcado de los ejemplares, cuya nitidez es necesaria para la identificación visual de las reses en el campo y, en su caso, en la plaza. La inmovilización en el cajón permite, con buen pulso, dejar impreso en la piel el dibujo del hierro, el número de camada y el guarismo. También, la tradición obliga, se marcaron algunas reses echadas en la tierra, sujetas por los más valerosos. Y siempre bajo la supervisión de Juan Antonio Agudo, mayoral de la ganadería, quien hace unos años sucedió en el cargo a su padre, Rafael.

La titularidad de Raso de Portillo ofrece una extensa nómina familiar, si bien en la actualidad son los hermanos Íñigo y Mauricio Gamazo quienes dirigen de modo inmediata y directo la gestión de la explotación de lidia, y sobre quienes recae la responsabilidad en las faenas de selección y las negociaciones con las empresas para la lidia de sus ejemplares, habitualmente utreros en novilladas con picadores en plazas y ferias toristas, con Francia como territorio más visitado. La lidia frustrada de sus ejemplares en la pasada feria de El Pilar en Zaragoza, de modo injusto, ha dejado un sinsabor que aún perdura, aunque se trata de una amarga lección que admite un aprendizaje positivo.

El veterinario Julián Escudero, quien interviene en representación de la Asociación de Ganadería de Lidia, entidad a la que está adscrito el hierro Raso de Portillo, rellena, meticuloso, el acta de machos y hembras, en las que queda reflejado el número de fuego con el que se marca a cada res, la descripción del pelo o capa, y el número de crotal. Datos que evitan errores y suspicacias.

Suelta de becerras

Lo que antes hacía la leña ahora lo hace el gas, que calienta los hierros que se colocan en un artefacto que logar el punto de calor idóneo en la parte final que quedará impresa en la piel de los animales. Menos romántico, más práctico y preciso en el reparto de temperatura en cada hierro.

La jornada, a modo de colofón, incluye una suelta de becerras en el vetusto ruedo de la plaza de tientas. Salen con la muleta los más iniciados en el arte taurómaco y con el capote los más jóvenes y precavido. Incluido algún vistoso alimón con el percal de quienes están llamados a ingresar en un futuro no muy lejano el listado de aficionados cabales.

Julián Escudero se despide de los ganaderos y parte hacia Salamanca, su tierra de origen, en la que él también es titular de una vacada de lidia, Escudero de Cortos. Los invitados, por goteo, en paralelo al descenso de la luz natural, van abandonando la finca. Unos predios que recobrar su íntima y discreta vida cotidiana. En dos cercados próximos, los machos y hembras recién marcados, ofrecen nítidamente en su costado derecho las marcas que los acompañarán e individualizan de por vida. Unos bóvidos, privilegiados, cuya existencia resulta más natural y prolongada gracias a su raza de lidia. Libres y sin pesebres. Imposible, por tanto, que Urtasun empatice.

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