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En el corazón de la España vaciada ha germinado la semilla de la solidaridad con los más desfavorecidos. En este caso ha sido con los refugiados de Ucrania. Se estima que alrededor de 500 personas ya han solicitado protección y asilo en la provincia, y muchas de ellas han reanudado sus vidas en el mundo rural, donde han hallado un mar de solidaridad.
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Lo que se vive estas semanas en Mayorga, Villalón, Viana de Cega y Serrada son solo ejemplos de los muchos que inundan la provincia. Se han adherido a programas de la Diputación o a ONGs para dar un remanso de paz a estas familias. Y lo han querido hacer con una acogida cálida. No traer por traer refugiados, pues lo que buscan es un proyecto de futuro con el objetivo de olvidar la guerra y, si quieren, asentarse para siempre en el mundo rural vallisoletano.
Solo piensan en volver. A la que fue casa en Ucrania, por mucho que se hayan adaptado a su nueva vida en Viana. En el municipio vallisoletano se congratulan por no escuchar bombas ni muerte. Llevan otro ritmo de vida, pero en su mente solo está el regresar. «Esperemos que la guerra se detenga. Nunca olvidaremos el tiempo que estemos aquí, porque hemos sido bien recibidos», agradece Ruslana, madre de los bebés Eric y Mark.
Precisamente esa es su mayor preocupación, la de sus hijos. «El camino, interminable en muchos momentos, para huir de la guerra fue muy duro por viajar con dos niños, pero aguantaron muy bien», relata Ruslana, que agradece toda la dedicación de sus nuevos vecinos tras el drama de su familia de seis miembros.
«Fuimos bien recibidos, se nos proporcionó de todo. España es un país muy hermoso. Ya podemos decir que somos amigos de los vecinos, aunque todavía no hemos tenido tiempo de conocer a todos. Caminamos por el pueblo, nos comunicamos con la gente y poco a poco aprendemos el idioma», afirma Ruslana, quien lamenta los dos contrastes que le ha tocado vivir en escasas semanas.
«En nuestro país la situación es realmente muy mala en este momento. En cambio, aquí se vive muy bien», agrega la madre de familia mientras mira al alcalde de Viana, Alberto Collantes, y le agradece la labor que están llevando a cabo en las últimas semanas con sus compatriotas, al igual que a todos los voluntarios implicados en su particular huida de la guerra.
«Queremos que las personas que están viniendo estén integradas en la sociedad», apunta el alcalde de Villalón, José Ángel Pérez.
Con esa premisa y con la colaboración del Ayuntamiento de Paredes de Nava en Palencia, uno de los pioneros en estos proyectos, se volcaron con lo que tenían. Tanto el Ayuntamiento de Villalón como la sociedad. «Está implicado todo el pueblo con decenas de voluntarios. Todo lo que tienen son donaciones. La parroquia, por ejemplo, ha abierto una cuenta para los gastos básicos de la familia. Se intenta que estas familias no dependan de nadie», afirma el alcalde sobre las dos familias ucranianas que residen actualmente en el municipio de Tierra de Campos.
Alberto Collantes, alcalde de Viana
«Estamos abiertos a que vengan más personas, pero en una acogida cálida. Queremos una integración total, así que cuando estas familias ya estén como unas más en la sociedad, volveremos a abrir las puertas del municipio», agrega.
La vida en Villalón de Anastasya, Alina y Yaroslav ya ha empezado. Y lo han hecho con una sonrisa por la felicidad que produce jugar en el parque, ir al instituto o no saber que su vida no corre peligro. Todo eso con una inquietud, que su marido esté en la guerra a más de 3.000 kilómetros. Se conectan todos los días alrededor de una hora para saber, simplemente, que su ser querido sigue vivo.
Lo que viene después de esa llamada es una tranquilidad edulcorada en el día a día. «En Villalón son todos muy agradables, es un municipio muy bonito y estamos a gusto, pero yo, por ejemplo, quiero ir a mi país a iniciar los estudios en la universidad», apunta Anastasya.
Es el testimonio de una joven de 15 años que ha iniciado recientemente el instituto en Villalón con el alivio que le da saber inglés y no tirar de móvil para traducir.
Más ajeno a la realidad se encuentra su hermanastro pequeño, Yaroslav, quien disfruta del parque y de la guardería municipal junto con otros 11 pequeños. La inocencia de un niño, que contrasta con la realidad que ha liderado la madre, Alina, en una travesía por la guerra hasta llegar a Villalón hace casi un mes.
«Somos del sur de Ucrania y después de dos meses de guerra vinieron los militares y nos dijeron que saliéramos de nuestros hogares. Cogimos nuestras cosas y nos montamos en un tren. No sabíamos ni el destino», traduce Anastasya el testimonio de su madre.
Pulularon por Ucrania hasta que emprendieron rumbo a Polonia. «No estábamos convencidos de seguir en nuestro país», continúa.
Sin tiempo para pensarlo, salieron rumbo a Alicante. Allí tenían a algunos conocidos, pero la estancia no fue del todo acogedora, por lo que tuvieron que preparar otra vez la maleta. «Hasta pasábamos frío en Alicante», añade la joven.
Y apareció la solidaridad de Villalón para trasladarse en lo que de momento es su último viaje. «Mi madre dice que está muy agradecida porque en España son muy majos», concluye Anastasya en su primer día de clase en Villalón.
Estas dos familias compartirán las clases intensivas de castellano con los 14 refugiados que llegarán hasta Mayorga. Con la misma pretensión, la localidad que se ha caracterizado siempre por su hospitalidad, ha cedido también todo lo que ha podido. «La idea es hacerles la vida lo más fácil posible para que sean independientes. Se busca una estabilidad. Queremos que se vayan asentando y normalizando la situación, si pasa por encontrar trabajo, que así sea. Los niños ya van a clase», explica el alcalde de Mayorga, Alberto Magdaleno.
La ayuda desde el mundo rural también se ha gestionado desde la Diputación de Valladolid. Se escenifica en los casos de Viana de Cega y Serrada. Una comunicación de la institución provincial dio paso a la solidaridad. Y al igual que en otros puntos, los vecinos se volcaron. «Nos pusimos a disposición de la Diputación al tener un alojamiento. A los pocos días nos llamaron diciendo que venía un autobús y que si podíamos acoger a alguien. Y a partir de ahí todos los vecinos se volcaron», añade el alcalde de Serrada, César López.
Llegó a Serrada hace 16 años, cuando tan solo tenía 14 años. Su acogida, como él relata, fue «excelente». Y ahora le ha tocado hacer algo similar con los compatriotas que llegaron hasta el municipio vallisoletano hace escasas semanas. Y se ha prestado tras ver los rostros de sufrimiento de los refugiados. «Reflejaban la dureza. Sus historias son muy tristes, les ha tocado salir de sus casas con muy poco y su viaje ha sido de miedo e incertidumbre. Pero su mal trago ya ha terminado, porque la acogida en Serrada ha sido más de lo ellas esperaban», relata el propio Arthur antes de que se le quiebre la voz al pensar en los familiares que aún residen en su país natal.«Viendo la historia de esas familias se me hace todo muy duro. Tengo allí a mi abuela y no pueden salir de los refugios. Están sobreviviendo como pueden. Mi primo, por ejemplo, no quiere salir de casa, porque si le ven en la calle, al ser mayor de edad, le reclutarían para luchar», concluye Arthur, uno de los pilares en la nueva vida de los refugia
«Vimos que había que hacer algo con la guerra. Desde la Diputación nos llegó una convocatoria urgente y pusimos a disposición una vivienda. Además, cada habitante ha donado un euro de forma anual», explica el alcalde de Viana, Alberto Collantes, sobre los 2.200 euros recaudados.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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