Valladolid

El Asador Mi Capricho baja su persiana tras décadas de servicio al cliente

A principio de los años 70 del siglo pasado, Asunción, tía materna de los Poncela Fernández regentaba un bar sin nombre pero con mucho arraigo en el pueblo. Cuando decidió emigrar al País Vasco en busca de un mejor porvenir, su hermana Regina se hizo cargo del negocio. Le ayudaba su marido Saturnino, que tan pronto estaba atendiendo su trabajo en el campo como poniendo chatos tras el mostrador. Allí se criaron sus tres hijos, correteando entre las mesas del bar y haciendo los deberes con el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas como sonido de fondo. Pronto los tres desarrollaron una gran habilidad para manejar las comandas, servir cañas y dar conversación a cada cliente. «Éramos muy pequeños cuando empezamos a echar una mano a nuestros padres. Yo entonces tenía 13 años, así que se puede decir que llevo toda la vida en esto«, dice Marisol con nostalgia.

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Los años pasaron y la familia decidió dar un paso más comprando otro local y montando el Bar Acuario, que más tarde se transformó en el Restaurante Malvavisco, especializado en comida casera y menús diarios, y que se ha mantenido en funcionamiento hasta hace tres años. Pero fue el Asador Mi Capricho, inaugurado en 2011 y especializado en asados de lechazo, cabrito, cochinillo y carne a la brasa, el que se convirtió en el buque insignia de la familia y en un pilar fundamental de la vida social de San Miguel del Pino.

Domingo, el marido de Marisol se jubila y ella ha decidido acompañarle en esta nueva etapa y adelantar también su retirada del mundo laboral. «Nos da pena cerrarlo, porque funciona muy bien y da muchísima vida al pueblo. Tenemos una clientela muy fiel, que nos ha acompañado desde siempre. La falta de mano de obra en el sector ha sido un obstáculo insalvable», reconoce Marisol quien, a pesar del cierre inminente, no pierde la esperanza de que el legado de su negocio continúe. El asador está actualmente en alquiler o venta, en busca de alguien que quiera tomar el relevo. «Es un negocio ideal para emprendedores, funciona muy bien, y tiene una buenísima clientela. Me encantaría que alguien, con ganas de trabajar, lo cogiera para que nosotros también lo podamos disfrutar desde fuera. Sería una alegría muy grande. Ha habido interés por parte de algunos posibles compradores, pero hasta ahora, nada se ha concretado», prosigue Marisol.

El 1 de septiembre será un día especialmente emotivo para los tres hermanos y para sus cinco empleados. Esa será la última jornada de trabajo en un lugar que ha sido testigo de innumerables anécdotas y momentos inolvidables. «Me voy muy orgullosa de todo lo que hemos logrado y de los buenos momentos aquí vividos. Cuando empezamos muchos nos decían que un restaurante en un pueblo no tenía futuro, pero nosotros teníamos claro que, con un buen servicio y producto, podíamos tener éxito. Así ha sido», dice esta hostelera, quien solo tiene palabras de agradecimiento para clientes, empleados y proveedores. «Sin ellos no hubiera sido posible estar tantos años. Agradezco muchísimo a mis hermanos, mi marido y mis hijas todo el apoyo que me han dado y también a Susana, Fati y Sira, y al resto de empleados que siempre han estado al pie del cañón«, destaca Marisol, quien mantiene la esperanza de que alguien tome las riendas del Asador Mi Capricho para seguir dando vida al pueblo y haciendo muy felices a sus clientes.