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Almendariz, en su taller. Rodrigo Ucero

Más de 40 años de carpintería artesana en Tudela de Duero

José Miguel Almendariz desea transmitir su saber hacer a las nuevas generaciones

Laura Negro

Valladolid

Sábado, 14 de agosto 2021, 08:33

El suyo es uno de los oficios más antiguos del mundo, y, sin embargo, está en peligro de extinción. José Miguel Almendariz es carpintero y a través de sus muebles, del trato que da a la madera y de sus acabados, es capaz de contar ... historias. Vive con pasión la ebanistería en una época en la que se impone la producción en serie y los productos efímeros, pero él sigue apostando por los «muebles para siempre», personalizados y hechos con sumo cuidado, a golpe de gubia y de berbiquí, como se ha hecho toda la vida. Estudió electricidad naval en la marina, pero lo dejó para aprender el oficio de su padre que, a su vez, aprendió del suyo. Bonifacio, su experimentado progenitor, muy exigente, no se lo puso fácil, pero con los años, el alumno superó al maestro y su profesión es todo para él. Montó su taller con tan solo 20 años en Tudela de Duero. De eso ya hace más de 40. Allí siempre huele a serrín y cola caliente y hay ruido constante de máquinas cortando y martillos clavando. Es un taller vivo.

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Este veterano carpintero pone el alma en cada encargo, ya sea una gran escalera, un pórtico, un artesonado, una jarra de cerveza, una casa de muñecas o un bastón. Siempre busca el acabado perfecto. Entre sus trabajos más importantes hay que destacar las estructuras y tejados del Monasterio de La Mejorada, en Olmedo; los entarimados de la iglesia de Ledesma, en Trigueros del Valle; y los de San Pedro Regalado, en La Aguilera, Burgos. También varios miradores para la Fundación Jorge Guillén y un gran número de balconadas restauradas en las calles del centro de Valladolid. Proyectos, todos ellos, de los que guarda numerosos documentos gráficos. Son su orgullo.

José Miguel recorre su taller mientras hace alarde de su buen manejo de la herramienta. Así, muestra el berbiquí de pecho para taladrar, el cepillo acanalador que utiliza para abrir canales en las tarimas, la escopladora de cadena y la moldura de media caña, fabricada por él con ballestas de automóviles. «Muchos de los recambios de máquinas y herramientas los hago yo. Estas herramientas artesanales solo se encuentran en los talleres de carpintería de toda la vida», dice. «La carpintería no es tonta. Hay que tener un gran dominio de las matemáticas para saber sacar ángulos correctamente», afirma mientras hace cálculos con su lápiz sobre un tablón. Y otra cualidad que requiere este oficio es la paciencia. «Aunque parezca que siempre se hace lo mismo, ¡qué va!, cada día es totalmente diferente al anterior. La destreza de la cabeza te da la destreza de la mano», dice este apasionado carpintero.

La mejor madera, de nogal

Hay maderas que él considera prohibitivas, por su elevado precio en el mercado, como el sicomoro, el ébano o la caoba, pero para este entendido la más extraordinaria de todas es el nogal español. «Es bonita, a pesar de sus nudos. Tiene una dureza media y una elasticidad ideal para trabajar con ella. Es muy cotizada en carpintería para chapado, muebles macizos y piezas especiales», justifica.

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«El aliso aguanta bien la humedad y muy pocos carpinteros lo trabajan. A mí me gusta emplearlo en mis proyectos, y también el chopo», indica este profesional que colabora de forma habitual con otros expertos y artesanos del cuero, mimbre, pita y rejilla de bambú.

Su taller nunca descansa, aunque José Miguel ya se está haciendo a la idea de que en mayo de 2022 le tocará jubilarse y cerrar. «Las grandes cadenas de muebles económicos nunca me han hecho sombra. Todo aquel que quiera ser carpintero tendrá trabajo de sobra, porque hay una gran demanda y pocos profesionales para satisfacerla. Pero eso sí, hay que aprender de un buen profesional», afirma rotundo.

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Consciente de que el suyo es un oficio que puede desaparecer, José Miguel puso todo su empeño en transmitir su saber hacer a los demás y, por ello, en 2019 intentó poner en marcha una escuela de carpintería. Su intención era enseñar la práctica de una profesión casi perdida en el olvido. Finalmente, su sueño de enseñar su oficio no se ha podido cumplir por temas burocráticos, a pesar de haber realizado un gran esfuerzo y una gran inversión para conseguirlo.

«Es una pena que por la falta de relevo generacional se pierda toda esa sabiduría de tantos siglos. Tuve muchos alumnos interesados en aprender restauración y carpintería. Me llamaron de diferentes partes del país, incluso del extranjero, porque hoy en día no hay nadie que enseñe este oficio. Se ha dejado perder tanto que será difícil recuperarlo. Me he encontrado con muchas barreras y no me han permitido seguir adelante con mi academia», se lamenta.

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