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Quien nace intrépido, inquieto y aventurero no es capaz de parar quieto dos días seguidos. Eso le sucede a Juanjo Rodríguez, un vallisoletano ya jubilado que dedica todo su tiempo libre a sus dos pasiones, la solidaridad y los viajes. Recientemente su locura ha llegado a ser el primer vallisoletano en alcanzar Cabo Norte en un avión de construcción 'amateur', junto con varios amigos con características comunes con ese apasionado vecino de Mucientes que ha dedicado toda su vida profesional a la instalación de equipos climatizadores, paneles solares e instalaciones eléctricas.
Las últimas aventuras de Juanjo Rodríguez por el mundo le llevaron a montar placas solares en Dovala (Camerún), ayudar a instalar equipos en un centro de La Paz en Bolivia, o llevar luz a un poblado alejado de la civilización en Sierra Leona. Aquí en España, también dan fe de su labor y altruismo en la casa de acogida Pepe Bravo de la localidad malagueña de Alozaina, o cerca de Fuengirola, donde instaló gas y agua caliente en el comedor de indigentes de la Fundación Adintre. Recientemente ha partido hacia Gambia con todo el material necesario para instalar placas fotovoltaicas que vuelvan a dar luz a un poblado en el que las noches son mucho más largas de lo debido.
La última aventura, o quizá locura, llevó a Juanjo a alcanzar Cabo Norte en unas condiciones espaciales de vuelo. Han sido 8.670 kilómetros recorridos, 1.029 litros de combustible gastados en algo más de 31 horas de vuelo en un avión Vans RV7A con motor acrobático y diseño americano, con una velocidad de crucero de 300 kilómetros por hora, que consumió de media 77 litros cada hora.
Animados por la buena experiencia en un viaje que realizaron por Marruecos en el año 2018, un grupo de pilotos decidieron acometer en el 2019 una aventura en vuelo de distancia a Cabo Norte. Analizando la documentación de otros viajes vieron que el porcentaje de éxito era muy bajo y que no existía constancia alguna de que anteriores expediciones españolas terminasen con éxito debido a la complicada meteorología cambiante en latitudes al norte del Círculo Polar Ártico. Si a esto sumamos la dificultad para conseguir combustible en esas zonas del Ártico, muy despobladas, y que los aeropuertos no tienen 100LL, que es el combustible que se precisaba, la expedición parecía ser una mera utopía de imposible éxito.
La planificación, meticulosa, fue de Jorg Steyvers. Partieron del aeródromo de Matilla, en Valladolid, junto al copiloto y amigo Paco Viyuela, con destino al aeródromo de Igualada, en Barcelona. Allí se reunieron con el resto de la expedición, todos pilotos con experiencia en un total de cinco aviones. De Igualada volaron a Pont Sur Yonne (París), pero se encontraron con fuertes tormentas en la ruta, lo que les obligó a aterrizar en un aeródromo alternativo en Coltines, también en Francia. Los aviones que utilizaron no están preparados para volar sin visibilidad. De París volaron al norte de Alemania pasando por Bélgica y Holanda, con siguiente parada en Barsel-Siljansnas (Suecia), previa al asalto a Cabo Norte.
Ahí llegaron los problemas. «Volábamos por una zona de bosque cerrado y sin ninguna población, con fuerte viento y turbulencia y, faltándonos pocas millas para llegar a destino, cuando iba distraído viendo el paisaje, mi compañero Paco, alarmado, me dice que ha oído una pequeña explosión en la parte delantera del avión». Inmediatamente el motor perdió toda la potencia, comprobaron que los instrumentos señalaban pérdida de potencia y revoluciones, dejando una estela de humo negro en la parte posterior del fuselaje, descendiendo sin potencia y sin espacio para aterrizar. Trataron de llegar a la pista del Airpark, que estaba a tres millas, pues en pleno bosque era imposible aterrizar con éxito y en la orilla cercana tampoco, dadas las gélidas temperaturas del agua. El piloto militar de combate Javier del Cid pidió emergencia por radio y desvió otros aviones que estaban en circuito. «Próximos a aterrizar descendíamos muy rápido y dudaba que pudiésemos alcanzar la pista. Había mucho viento, 25 nudos, seguimos planeando y descendiendo rozamos con el tren de aterrizaje los tejados de unas casas de madera. Con una suerte infinita y algo de ayuda divina posamos las ruedas justo en el principio de la pista el aterrizaje», relata Juanjo emocionado y con lágrimas en los ojos por la emoción recordando los críticos momentos vividos.
Allí, en medio de la nada, había un mecánico jubilado de casi 90 años que muy habilidosamente resolvió el problema del motor. Al día siguiente, de Siljansnas-Kiruna a Kiruna, un pueblo minero al norte de Suecia, con parada a reportar en el aeropuerto de Lycksele y destino en Kiruna. Tras dos días allí planificando cómo alcanzar el Cabo Norte se encontraron con que en Kiruna no había combustible suficiente como para llegar a Cabo Norte de una sola etapa. Decidieron replantear la ruta y hacer escala en Alta Noruega donde, tras varias conversaciones telefónicas, consiguieron combustible en una franja horaria limitada y poder ejecutar el asalto final.
«El día que llegamos a Cabo Norte-Bodo, en Noruega, a pesar de que hicimos muchas horas de vuelo, fue inolvidable. Tras un vuelo con un bello paisaje de montañas y nieve llegamos por fin al Cabo Norte, sobrevolándolo y fotografiándolo en varias ocasiones. Después de felicitarnos todos por la radio con mucha alegría, regresamos a Alta nuevamente a repostar combustible y comer una hamburguesa, pues nos esperaba un largo vuelo de regreso superando la cordillera que separa Noruega de Suecia», describe este vallisoletano tan intrépido.
El objetivo estaba cumplido, el reto superado, y la siguiente aventura seguro que ya ronda por su cabeza, aunque para eso habrá que esperar a que regrese de instalar las placas fotovoltaicas en Gambia dentro de unas semanas. Seguro que está siendo otro apasionante reto, lleno de trabas que siempre encuentran solución allá donde se generen.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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