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Ha fallecido Lorenzo Duque a los 70 años. Acaso el más prolífico escultor de Valladolid. Tal vez, también, la persona que mayor número de amigos tuvo. No me equivoco si a ello sumo que a lo mejor fue una de las más generosas personas.
Ya sé que es fácil escribir esto de quien nos ha dejado, pero más fácil es sostener que lo dicho es la pura verdad: mis largas conversaciones telefónicas con él, nuestros mensajes por WhatsApp, sus confidencias sobre ciertos contratos lesivos para él que no me permitió contar porque no quería enemistad con nadie, también de aquellas esculturas de las que no sentía nada satisfecho… de sus sueños que no puedo realizar, como hacer un campanario en su querida iglesia de Santo Toribio de Mogrovejo, en Las Delicias, donde, no obstante, instaló un altar y un atril. Y una escultura que representa al añorado cura de aquella parroquia, Millán Santos, que da nombre a la plaza donde está instalada.
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Dejó un trabajo en el que cobraba seguro todos los meses para dedicarse a su pasión: sacar imágenes de una piedra, de 'su' caliza del Alcor (no en vano él nació en La Mudarra, pueblo de los Torozos), de la rama de un árbol, de un viejo tronco caído, del hierro, del bronce, del mármol, de la arcilla… en todo veía una figura, una oportunidad de dar rienda suelta a su imaginación. Tenía su taller –que bautizó como Canis Lupus– de Laguna de Duero repleto de materiales de los él ya estaba intuyendo la forma que les daría.
Le encantaba relatar cómo trabajaba cada pieza. Contaba de sí mismo que se recuerda de pequeño (ambos íbamos al mismo colegio) cogiendo una pastilla de jabón de su casa para modelar figuras. Me contó que todas sus obras tendían a dejar testimonio de un acontecimiento, de un personaje, de una hecho histórico. Nada estaba hecho al azar o por mera demostración estética, fueran piezas más figurativas o más abstractas.
Ha dejado su huella en innumerables municipios vallisoletanos: Cabezón de Pisuerga, Villanubla, Campaspero, Serrada, La Seca, La Santa Espina, Villalar de los Comuneros, Wamba –«no me siento nada satisfecho de la representación que hice del rey godo, pero no fue por mi culpa, déjalo, pasemos a otra cosa», me dijo-. En el vestíbulo del Teatro María Luisa Ponte de Medina de Rioseco deja un busto inspirado en la diosa Venus.
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También tiene esculturas en la Senda de Ursi –en el pueblo palentino de Villabellaco-, en el leonés Páramo del Sil, en el avulense municipio Santiago de Aravalle, en Burgos, etcétera.
Como no puede ser de otra manera, deja mucha obra en Laguna de Duero: homenaje al poeta Paco Pino, a los donantes de sangre, a los represaliados del franquismo, al barbero, practicante y partero lagunero Eleuterio Arribas, a Nelson Mandela, a la Comunidades Autónomas de España. Colocó en el entorno del Lago sus seres imposibles nacidos de los sueños.
Pero una jodida enfermedad se lo ha llevado y deja un enorme vacío, sobre todo para su esposa Begoña, su hija… y sus nietos. De carácter positivo y optimista, cada conversación que tuvimos empezaba o terminaba hablando de su «abuelismo»: «De verdad, Jesús, nada se puede comparar con el placer de ser abuelo, ¡y además de tres nietos!».
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