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«Hay incertidumbre, claro. Dudas sobre lo que pueda pasar. Está el temor a que en tu cole haya un contagio y también el miedo, porque todos tenemos una vida personal. Pero los profesores hemos venido con un montón de ganas. Nos apetecía ya pisar ... las aulas. No hay color entre la educación presencial y la 'on-line'», dice Clara Palencia, directora del colegio José Zorrilla, en el primer día del curso más incierto de su vida.
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Este martes fue para los profesores la primera jornada de su particular vuelta al cole, aunque los equipos directivos han pasado este verano en permanente contacto con sus centros para que todo esté «atado» y preparado de cara al regreso de los alumnos. El día 9 comienzan las clases en Infantil y Primaria. El 14, en Secundaria y Bachillerato. Y los profesores han empezado ya –con reuniones de claustro y departamentos– a preparar las primeras semanas del curso de las mascarillas, con la sensación de que los protocolos (consensuados el jueves pasado entre el Gobierno y las comunidades autónomas) tendrían que haber llegado antes.
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«Nos habría gustado que las medidas se hubieran comunicado con más antelación. Durante el verano nos hemos adaptado a las normas que nos transmitieron en julio y ahora, a una semana del inicio de las clases, hay algunas nuevas. Un poco más de tiempo habría sido beneficioso para todos», asegura Pilar Fernández, jefa de estudios del colegio Santa María la Real de Huelgas. También Raquel Alonso, directora del colegio público Miguel Hernández, hubiera deseado un colchón más amplio en la toma de decisiones. Sobre todo, porque aún hay flecos. «Nosotros tenemos 24 solicitudes para Infantil de tres años. Y el periodo de matrícula está abierto hasta el día 4. Como esa etapa de Infantil no es obligatoria, ya hay padres que nos han dicho que, por miedo, no les van a matricular, para no adquirir el compromiso de traerlos. A lo mejor no llegamos al límite, pero tampoco sabemos si contaremos con un profesor de desdoble si fuera necesario», indica.
En el instituto Parquesol tampoco saben aún con cuántos docentes de apoyo contarán. «Aquí tenemos problemas de espacio. Somos 630 alumnos y, al bajar la ratio, vamos a tener que desdoblar clases sin conocer cuántos grupos ni si habrá turnos, ya que no nos han confirmado los profesores de apoyo que vendrán», asegura Ana Isabel Iglesias, quien se estrena este curso como directora del instituto. «Casi todos los centros urbanos hemos tenido esas dificultades espacio, porque ya partíamos de unas ratios elevadas que son difíciles de reducir. Imagino que en los centros rurales, con menos alumnos, será más sencillo, pero aquí hemos tenido que reutilizar muchas aulas», asegura Rubén Domínguez, director del instituto Antonio Tovar.
La consejería de Educación ha anunciado la contratación de 800 profesores (600 en la pública, 200 para la concertada) con los que atender los nuevos grupos que se generen con el desdoble de aulas para cumplir con las ratios (22 alumnos hasta primero de Primaria, 25 desde ese curso a Bachillerato). Sin embargo, no ha precisado aún cuántas aulas nuevas se han generado ni en qué centros (será «un número muy reducido») habrá estudiantes de Bachillerato que tengan que ir a clase en turno de tarde por carecer el instituto de espacios para acoger a todos los nuevos grupos.
Esa organización definitiva de los cursos es una asignatura aún pendiente en algunos centros, que sí que han dejado ya cerrados los requisitos del protocolo que se exigirá para propiciar una vuelta segura a las aulas: separación de metro y medio entre pupitres, ventilación de las aulas, señalización de direcciones en los pasillos, cartelería informativa, botes de gel. Los colegios han colgado durante los últimos días en sus páginas web los criterios específicos (horarios de entrada, puertas de acceso...). Toda esa logística ya está cerrada. Pero la incertidumbre es mayor ante la gestión de un solo caso positivo por covid. Ni hablar ya de un brote.
«No podemos asegurar al cien por cien la salud de todos. Pero no solo en el colegio, lo mismo ocurre en todos los espacios públicos», asegura Raquel Alonso, del Miguel Hernández. «No es algo que nos tenga que preocupar solo en el instituto, también afecta a las empresas, a toda la sociedad», añade Rubén Domínguez. «Estamos trabajando dentro de la provisionalidad siempre pendientes de directrices de última hora.
Todavía no sabemos si este será un curso normal o si tendremos que reducir los contenidos curriculares. Habrá que ver también en qué medida nos limita el hecho de que Valladolid haya entrado en fase 1», apunta Héctor Pariente, jefe de estudios del colegio El Peral. «Es nuestro trabajo y es inevitable tener cierto miedo al contagio, porque hay muchos profesores que conviven con personas mayores, de riesgo. Pero la mayoría de los docentes encaran el curso de forma positiva. Trabajar y avanzar en la programación en estos primeros días genera un clima de confianza mutua», apunta Bruno Sánchez, director de La Salle.
Estas jornadas de estreno, hasta la llegada de los estudiantes, servirán a los profesores para reorganizar la programación de sus asignaturas e incluir aquellas lecciones que no pudieron impartir el último trimestre del curso pasado por el confinamiento. O para repasar de forma presencial los conceptos que se vieron obligados a transmitir a distancia. En las instrucciones trasladadas por la Consejería de Educación se recuerda que esta es una de las prioridades en el inicio del curso, así como «fijar claramente aquellos aprendizajes imprescindibles para el desarrollo de las competencias clave del alumnado que tendrán carácter prioritario». También se les ha recomendado que, a la hora de diseñar actividades, contemplen la posibilidad de que puede que las tengan que organizar con algunos alumnos (o toda la clase, en el peor escenario) confinados en sus casas. «Vamos a hacer una evaluación inicial para ver qué contenidos del curso pasado hay que reforzar y cuales faltan por impartir. Queremos que todos los alumnos partan del mismo nivel y evitar posibles lagunas», asegura Sonia Herrero, jefa de estudios del colegio Cardenal Mendoza.
«Lo que está claro es que este curso vamos a tener que ser todavía más creativos», augura Edi de Pablos, profesora del colegio Amor de Dios, un centro caracterizado por sus programas de aprendizajes colaborativos, en las que eran muy comunes las iniciativas intergeneracionales que llevaban a cabo con residencias de ancianos. «Este curso no podrán ser presenciales, las tendremos que hacer a través de la tecnología, pero queremos mantener ese contacto. Habrá que adaptarse a las nuevas herramientas», asegura. Y lo harán desde el primer día, desde las jornadas de acogida, donde los juegos de convivencia que se organizaban para recibir a los nuevos alumnos se harán en grupos reducidos, sin mezclar aulas.
«La primera jornada será más complicada para los alumnos que llegan nuevos al centro. Normalmente se les hace una visita guiada por las instalaciones, para que las conozcan. Este año, esa inmersión será más difícil. Por eso les daremos todas las facilidades que podamos, para que se sientan cómodos desde el primer día», reconoce Ana Isabel Iglesias, del instituto Parquesol.
«Nuestro colegio siempre ha apostado por la innovación educativa y por el aprendizaje cooperativo. Ahora, nos veremos obligados a trabajar de forma individualizada y sin compartir materiales. Somos conscientes de que no podremos celebrar festivales y días especiales dedicados al medio ambiente o el día del libro como solíamos hacer, pero es cuestión de adaptar nuestra forma de trabajo y organizarnos para celebrarlo de otra manera», dice Herrero, del Cardenal Mendoza.
«Nuestra obligación es que los alumnos vean el cole como un lugar seguro. El trabajo emocional será muy importante, porque habrá que hablar con ellos sobre el miedo a lo desconocido, sobre las nuevas formas de relacionarnos. Nos tendremos que ahorrar muchos abrazos y explicar que hay otras formas de mostrar cariño», cuenta Clara Palencia del José Zorrilla. «Con los tutores, habrá que hablar sobre cómo se sienten e intentar dar a la situación un aire de normalidad. Explicar que es el momento que nos ha tocado vivir. No creo que haya mayores problemas por eso, los chicos son como esponjas y se adaptarán», intuye Pilar Fernández. «Pero tendremos que cambiar el chip en muchos comportamientos que veíamos habituales. Y, sobre todo, apelar también a la responsabilidad de las familias», cuenta Raquel Alonso, del Miguel Hernández, quien recuerda que «como no hay muchas certezas, entre todos tenemos que combatir la incertidumbre».
«Muchos vendrán al colegio muy ilusionados. Otros llegarán con miedos y por eso, los profesores estaremos ahí para dar una buena acogida. Las mascarillas impedirán que vean nuestras sonrisas, pero les estaremos sonriendo con los ojos», dice María Repiso, orientadora de Infantil y Primaria, del colegio Sagrado Corazón-La Anunciada, que ha elaborado un protocolo específico para «dar estabilidad y tranquilidad a la comunidad educativa». «Compartir todo aquello que llevamos dentro, ayuda mucho a superar estas situaciones», añade Bruno Sánchez, director de La Salle.
El gran temor no solo está en la gestión de un brote, y sus posibles consecuencias entre profesores y familias, sino también en el paso posterior, en cómo encarar un nuevo confinamiento. «Ya no nos puede pillar de sorpresa. Sabemos que hay familias con dificultades. En mi centro, de 84 alumnos, solo dos tenían ordenador. El resto tenía que seguir la clase con el móvil de sus padres. Y a lo mejor la madre tenía que salir a trabajar y hasta por la tarde no podían ellos hacer las tareas. La brecha digital existe, lo hemos visto», asegura Clara Palencia, del José Zorrilla, quien explica que profesores del centro, «a título particular» contactaron en primavera con editoriales para conseguir la donación de tabletas para sus alumnos más necesitados.
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