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MIRIAM CONDE
Valladolid
Sábado, 16 de noviembre 2019, 08:15
«Cuando das el paso de ser madre empiezas a imaginar el embarazo, un positivo en el test, unas revisiones perfectas, una sesión de fotografías antes y después de que nazca el bebé, la hora en la que toda la familia está esperando para conocer ... al nuevo miembro, pero a veces la realidad no es la que sueñas». Gonzalo nació de 25 semanas el 6 de enero de 2017 con tan solo 570 gramos de peso. Muchos fueron los sentimientos que experimentó Beatriz Mateos, mamá de un bebé prematuro. Culpa, miedo, tristeza, rabia, insignificancia, soberbia, odio, agradecimiento, responsabilidad y felicidad, «el estado más poderoso de todos». Los primeros días son «sin duda, los peores. Ves a tu hijo lleno de cables y tubos a través de los cristales de la incubadora y no sabes qué hacer», recuerda.
Algo muy parecido es lo que sintió Beatriz Martín, madre de Pablo, otro niño que nació también a las 25 semanas. Piensa que esos primeros instantes en los que vio a su hijo fueron «demasiado duros» al pensar que el bebé estaría «solo» y que no llegaría a practicar el Método Madre Canguro (MMC) –que consiste en tener contacto piel con piel con el neonato– como cualquier otra mamá. A los 27 días llegó el momento tan esperado. Beatriz pudo coger a su bebé en brazos y asegura que fue «una de las mejores noticias que recibió en esos días tan emocionalmente intensos». Pablo pesó 690 gramos y estuvo siete meses ingresado hasta regresar a casa. «Los médicos nos han asegurado que necesitará trasplante de riñón de aquí a corto o medio plazo», expone Beatriz. Pablo tiene ahora cuatro años y ni anda ni habla, pero sí entiende y progresa aunque «poco a poco y a su ritmo». «Es un niño muy sociable, cariñoso y feliz», señala su madre con ilusión.
«Lo primero que dije a mi hijo fue: espero que algún día me perdones», cuenta la madre de Gonzalo. «Con el paso del tiempo aprendí a ver que la culpa no es de una misma y que muchas cosas pasan sin motivo». Ella supo valorar de este modo «las palabras bonitas antes de dormir, la música con la que disfrutan juntos en la ducha y esa canción que ahora es su favorita».
Es un largo proceso que, «paso a paso, se va superando». «Al principio, te quedas enclaustrada en casa y restringes la vida social», comentó la madre de Alba, una niña prematura, en las primeras jornadas del niño prematuro llevadas a cabo ayer en la Facultad de Medicina de Valladolid. Beatriz, la madre de Gonzalo, y su marido recurrieron a un gabinete psicológico que les ayudó en esos «difíciles» primeros días en los que «todo es nuevo». «Porque el padre también tiene corazón y está igual de perdido que nosotras. Es por eso que, hay que preguntarle también a él cómo se encuentra», explica Beatriz. «Hay que perder el miedo» porque «la mente se pone en lo peor y no puedes controlar los nevios». Olvidaron lo que es el temor y dieron un giro de 180 grados: «Gonzalo tiene que vivir la vida, esa que tanto le ha costado», concluye.
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