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No volverá a ser igual el 2 de mayo para miles de familias de Castilla y León. El año pasado, muchos pudieron celebrar el Día de la Madre desde la distancia. Pero más adelante, la covid irrumpió en sus vidas y se llevó la de sus madres. Desde el inicio de la pandemia, 970 mujeres han fallecido por culpa del virus en Valladolid. La gran mayoría –799– tenía más de 80 años. Ahora, familiares de dos de estas víctimas que en su día se asomaron a las páginas de El Norte para rendirlas homenaje cuentan cómo vivirán el Día de la Madre más especial. El primero sin el «pilar» de sus vidas, como coinciden.
Familia de Isidra Carbajosa, natural de Tiedra que falleció por covid
Si hay algo de lo que Cristina Garcimartín está convencida es de que si su madre no hubiera fallecido, hacía semanas que habrían reservado en algún restaurante de Bilbao para comer todos juntos y celebrar en familia el Día de la Madre. Porque si había algo que le gustaba especialmente a Isidra Carbajosa, natural de la localidad vallisoletana de Tiedra pero residente en Bilbao desde hacía medio siglo, era pasar tiempo con los suyos. Celebrar la vida. No importaba el motivo.
Pero este año vivirán un 2 de mayo «muy distinto». El primero del resto de su vida. 'Isidrita', como se la conocía en Tiedra, falleció el 23 de septiembre de 2020 tras contagiarse de la covid. A sus 75 años gozaba de buena salud. Le habían colocado dos 'stent' y tenía un «poquito» de diabetes e hipertensión. «Nada grave, lo propio de la edad», admite su hija, quien incide en que «ella no se sentía mal, siempre se había cuidado mucho aunque había sido fumadora hasta hace diez años». La última semana de agosto, mientras veraneaba en el pueblo vallisoletano, el virus comenzó a dar la cara, y finalmente tuvo que ser ingresada en el Hospital Río Hortega de Valladolid.
El día 2 era una fecha marcada en rojo. No había año en el que, de una forma u otra, no festejaran ese día. Unos años 'tocaba' flores. Otro, algún detalle que intuyeran que a 'Isidrita' le podía gustar. «Siempre la comprábamos algo, su regalo ese día era fijo, aunque ella nunca pedía nada. Unas veces eran unas flores, otra un regalo de cuarenta euros y otra de doscientos», dice Cristina, quien desvela que en 2020, confinados cada uno en su domicilio, tampoco faltaron a la cita: le enviaron un ramo de flores a casa y quedaron que, en cuanto se pudiera, harían una comilona. «A los dos o tres días de abrir nos fuimos a comer por ahí; nos faltó tiempo, pero la ocasión lo merecía». Era 'Isidrita' una mujer valiente, honesta y muy alegre, que rebosaba vitalidad. Nada ni nadie se le ponía en medio. De hecho, jamás tuvo miedo a la covid-19. Era precavida, pero decía que vida solo había una, y debía exprimirla al máximo.
Era, en definitiva, el alma mater de la familia. El «pilar». Quien siempre estaba pendiente de que hermanos, nietos y abuelos se reunieran y pasaran un rato juntos, aunque fueran diez minutos. «Era la unión. Al no estar ella, hacemos todos un poco más por estar juntos, conservar un poco ese legado y comportarnos como a ella le gustaría que hiciésemos», sostiene Cristina, al tiempo que desvela que todos los meses, cada día 23, acuden a misa en su honor. No importa dónde estén. 'Isidrita' lo hacía por sus familiares difuntos y ahora sus hijos y demás parientes continúan con ello. «No sé si es por ella o para ella, pero mi madre siempre lo ha hecho con mi padre, mis abuelos... Y nosotros queríamos seguir de alguna forma con eso», añade.
Han pasado más de siete meses desde que la covid acabó con la vida de esta mujer, pero aún no lo han «aceptado». Cuesta hacerse a la idea de que levantarán el teléfono y al otro lado no estará Isidra. Que no devolverá ese mensaje de WhatsApp. «Duele mucho su ausencia; echo de menos escuchar su voz, la echo de menos a ella como persona. Extraño el llamar a casa y saber que al otro lado no voy a escucharla», lamenta su hija. Hubiera sufrido viendo a 'su' Athletic de Bilbao perder las dos finales consecutivas de Copa del Rey. No se perdía ni un solo partido de los leones. Era su bálsamo incluso en los peores días, cuando el coronavirus le atosigaba. «Estaba mala y se vio la final de la Champions. Yo decía: 'Pero ama, descansa un poco', y ella me respondía que ver el fútbol era lo que podía animarla un poco», añadía Cristina Garcimartín en octubre, cuando prestó su voz para rendir homenaje a su madre como una de las vidas que se llevó la pandemia.
Familia de María Luisa Sánchez, vecina de Villabrágima que falleció por covid
No era la familia Cebrián Sánchez mucho de celebrar el Día de la Madre, aunque a María Luisa Sánchez Herrero, la matriarca, siempre le 'caía' algún frasco de colonia o una rosa roja, su flor «preferida». Pero este año, el primero sin ella, será un 2 de mayo «distinto». Estará María Luisa, natural de Villabrágima que falleció en noviembre a los 91 años víctima de la covid, más presente que nunca. «No voy a decir que el Día de la Madre fuera un día más porque siempre le llevábamos una rosa, que le gustaba mucho, o un frasco de colonia. No éramos mucho de celebrarlo, pero este año, al ser el primero que no está entre nosotros, parece que se echa más de menos y te acuerdas más», dice su hija Ana Cebrián.
No han sido unos meses «nada fáciles». Aunque su madre vivía desde enero del año pasado en la residencia Sancti Spíritus y Santa Ana de Medina de Rioseco, cuando el alzhéimer comenzó a dar la cara en su vida, estaba «todo el rato» acompañada. Si no era uno de sus seis hijos, era uno de sus catorce nietos los que se acercaban para que viera a alguno de sus siete biznietos (otro más en camino). «Siempre hemos estado muy unidos, era raro que en su casa no hubiera alguien; entraba uno y salía otro, era lo que había al ser una familia tan grande», sostiene Ana, a quien le cuesta contener las lágrimas mientras recuerda cuáles eran las grandes aficiones de su progenitora: las flores, los animales, los pájaros y los niños. Se le iluminaba el rostro cada vez que recibía la visita de alguno de los pequeños. «Ha sido una persona que no ha sabido disfrutar de las cosas que tenía por su carácter, le costaba mucho estar a gusto con las cosas», comenta sobre Maisa, como así la conocían en el municipio vallisoletano.
Precisamente allí regentó durante muchos años el popular bar Felisín, en el que hizo valer sus dotes para la cocina con especialidades en lomo adobado, chorizo frito y sabrosos guisos. En la segunda ola, en octubre, se contagió, aunque sin síntomas. Pero a los pocos días empezó a tener fiebre, que se aplacaba con antibióticos, pero que después volvía aparecer. Su estado se fue debilitando y empeorando, hasta que falleció el 29 de noviembre.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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