![Castilla y León, el primer trofeo de Miguel Ángel Rodríguez](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202202/22/media/cortadas/Imagen%20NF00JBK1-k6e-U1601079640976e0B-1968x1216@El%20Norte.jpg)
![Castilla y León, el primer trofeo de Miguel Ángel Rodríguez](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202202/22/media/cortadas/Imagen%20NF00JBK1-k6e-U1601079640976e0B-1968x1216@El%20Norte.jpg)
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Pisar la calle. Escuchar el pálpito de la ciudadanía. Lanzar mensajes cortos, sencillos y efectistas. Desenvolverse con desparpajo y plantar cara a los dirigentes nacionales. Erigirse en competidor de compañeros de viaje y postularse como alternativa al Gobierno nacional ¿Les suena? Esta manera de proceder, que hoy en día, y más tras los últimos acontecimientos que desangran al PP, asociamos con la presidenta de la Comunidad de Madrid, ya los avanzó en cierto modo su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez Bajón, cuando ejercía como director de la Oficina de Información y portavoz del Gobierno de Castilla y León.
El dato tiene su aquel porque estamos hablando del bienio 1987-1989 y de un líder como José María Aznar, no especialmente dotado para la cercanía y el desenfado, a quien apenas 3.000 votos de diferencia sobre el socialista Laborda, y un acuerdo con el CDS, lo situaron al frente de la Junta en junio de 1987. Pocos podían presagiar que aquella pírrica victoria sería, a la postre, la lanzadera para la conquista, primero, del PP nacional y, siete años más tarde, en 1996, del Gobierno de España. Circunstancias para muchos inesperadas y que suelen achacarse, en gran medida, a la osadía de Miguel Ángel Rodríguez.
La hemeroteca del momento y algunos pasajes del libro 'Y Aznar llegó a presidente: retrato en tres dimensiones', escrito por el propio Rodríguez en 2010, dan cuenta de aquel primer laboratorio de recursos efectistas desarrollado durante la breve presidencia regional de José María Aznar. El mismo punto de partida de aquel bisoño diputado por Ávila remite a la actualidad, no en vano figuraba en la lista de derrotados en el Congreso Extraordinario de Alianza Popular que en febrero de 1987 eligió a Antonio Hernández Mancha para presidir el partido. Aznar, en efecto, iba en la lista alternativa, liderada por Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, ni más ni menos que como secretario general. Las relaciones entre Hernández Mancha y Aznar eran tan malas, señala Rodríguez, que aquel y su mano derecha, Arturo García Tizón, lo odiaban; y no escatimarían esfuerzos para zancadillear su presidencia regional.
Precisamente al «fuego amigo» de la dirigencia de AP se suele achacar la especie, difundida en 1987 y aprovechada por el PSOE a todos los niveles, de que Aznar había cambiado los grifos de un baño de la Junta por otros de oro, precisamente él, que tanto presumía de austeridad y tanto acusaba a los socialistas de despilfarrar. En realidad, se trataba de unos grifos «modelo oro 24 k», que de oro sólo tenían el color.
Pero aparte del cruce de cuchillos tan propio de la política partidista, la anécdota nos sirve para recordar aquel mensaje simple, pero efectista, del Aznar que disputó la presidencia de Castilla y León a un PSOE crecido no solo por haber ganado las primeras elecciones autonómicas, sino también, y sobre todo, por la fortaleza de un todopoderoso Felipe González al frente del Gobierno nacional. Si ya durante la campaña electoral el de AP explotó a fondo la dicotomía entre despilfarro y enchufismo socialistas por un lado y austeridad y eficacia 'popular' por otro, sus primeras actuaciones como gobernante, puntualmente difundidas por su portavoz y jefe de comunicación, remacharon aquel mensaje tan efectista: Aznar rebajaría el número de Consejerías desde las 9 de Demetrio Madrid y las 7 de Jose Constantino Nalda, sus antecesores, a solo 5. «Los consejeros cabían en dos coches», recuerda Rodríguez.
Más populistas fueron otras medidas que también calaron con fuerza en la ciudadanía: eliminar el uso de las tarjetas Visa-Oro de los altos cargos, reducir el número de directores generales, suprimir los gabinetes de los consejeros, renunciar al Renault 25 oficial de sus antecesores para conformarse con un discreto Citröen BX, idéntico al de sus escoltas, mientras sus consejeros seguían disfrutando de los «25» y Sánchez Reyes, presidente de las Cortes regionales, hacía lo propio con un Audi 100, y congelar los salarios de los altos cargos durante dos años. El mensaje lanzado por el entonces portavoz era que el ahorro logrado ascendía a 1.000 millones de pesetas, cantidad que el gobierno Aznar emplearía para el Plan de Empleo Juvenil.
La oposición no tardó en calificar dichas medidas de demagógicas y responder, años después, que la eliminación de la Visa-Oro no supuso un mayor control de los gastos, pues estos podían realizarse de otras maneras, que la congelación de los sueldos conllevó el que sus sucesores se vieran obligados a afrontar incrementos por encima de lo esperado para recuperar nivel salarial, y que la estructura de las consejerías también habría de incrementarse.
Pero no menos importante era mejorar la imagen de Aznar transmitiendo empatía, sencillez y cercanía. Era necesario, en efecto, pisar la calle. Rodríguez pone ejemplos concretos: el matrimonio Ana Botella-José María Aznar paseando tranquilamente por el Campo Grande, el presidente de la Junta comiendo un sándwich y una Coca-Cola ante la mirada atónita de los viandantes, asistiendo a misa los domingos en diferentes parroquias y haciendo cola para sacar entradas en el Teatro Calderón. Los resultados dieron fruto: en apenas dos años, Aznar pasó de ser un candidato desconocido y sin carisma a que lo conociese el 98% de la población de la comunidad, con altas valoraciones en sondeos nacionales.
Toda una lección de sabiduría, la de escuchar el pálpito de la calle, que, según Rodríguez, la propia Ana Botella habría aprendido mientras viajaba en autobús bastante preocupada porque CDS y PSOE habían obligado al Gobierno a devolver los presupuestos regionales para 1989. Cuando unas compañeras de viaje se interesaron por su cara de circunstancias, ella se lo explicó y la respuesta fue inmediata: lo de los presupuestos ni lo sabían ni les interesaba. El último paralelismo con la actualidad lo pondría el propio Aznar en febrero de 1988, durante una conferencia en el Club Siglo XXI en la que, para sorpresa de todos, se postuló indirectamente como alternativa al mismísimo Hernández Mancha. Una decisión que Miguel Ángel Rodríguez achaca en exclusiva a la osadía de su entonces jefe y de la que él, al menos en su libro, se desentiende. No faltará quien, conociendo su trayectoria, considere demasiado humilde esa versión.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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