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El Norte
Lunes, 14 de agosto 2017, 20:27
Tudelanos
Tudelanas
Queridos vecinos y amigos visitantes
Ya es 14 de agosto. Por fin es 14 de agosto.
Ha llegado el día que tanto estábamos esperando
Hoy, dentro de unos minutos, en nada ya, comienzan las fiestas, nuestras fiestas…
Están a punto de empezar las ... mejores fiestas de nuestra vida
Porque, como cantaron hace diez años los compañeros de la Orquesta de Pulso y Púa, desde este mismo balcón
Han llegado, están aquí, son las fiestas de Tudela, desde el 14 de agosto…
Hasta el día de la abuela.
Ha habido amigos y vecinos, compañeros de trabajo y conocidos que cuando se han enterado de que este año me tocaba dar el pregón, y lo agadezco de veras, se acercaban y preguntaban. ¿Tú? ¿Pero te vas a atrever? Bueno, pues aquí andamos. A ver cómo nos sale. Y luego decían: Mucha suerte. Es un orgullo.
Qué orgullo, decían.
Y seguro que lo es. Claro que lo es. Pero el verdadero orgullo no está en pronunciar el pregón. El verdadero orgullo es saberse criado entre la Virgen de la Guía y el boquerón, entre San Roque y el Plantío.
El verdadero orgullo es sentirse tudelano, hijo de tudelanos y nieto de tudelanos. En mi caso, hijo de Pepe y de Feli. Nieto de Alberto y de Ina, los de helados Chefi, y de Lauro y Jesusa, los de la tienda de alimentación.
El verdadero orgullo, y es algo que la mayoría de vosotros podéis decir, es saberse tudelano. Así que, por qué no, este pregón debería servir para que todos nos sintamos orgullosos de nuestro pueblo. Orgullosos de ser vecinos de Tudela de Duero.
Bueno, en realidad no sé si es un orgullo. Más bien se trata de suerte.
Sí, suerte.
Es una auténtica suerte haber nacido aquí, es todo fortuna vivir en Tudela de Duero.
Lo pienso cada vez que me acerco al pueblo. Me lo digo cada vez que vengo en coche desde Valladolid y dejo atrás tanto cemento y tanto semáforo, tantas prisas y ladrillo, tanto coche, tanto humo, tanta rotonda, tanto ajetreo de hormigón.
Y entonces, cuando paso Fuentes, cuando cojo la curva de la Társila y la torre de la iglesia se ve ahí al fondo, entonces el paisaje cambia y me olvido de los grises de la ciudad. El canal, con sus dos hileras de árboles como tirantes, como cremalleras, dan la bienvenida a un pueblo que explota en colores para olvidar que estamos en Castilla.
En Tudela, decimos adiós a esa Castilla de tierras horizontales y de campos sin fin. En Tudela nos despedimos de esa Castilla de cereales y palomares, de páramos y secarrales, de mirada infinita y orfandad de árboles, donde la única sombra es la del campanario de la iglesia. Adiós a esa Castilla que es escaparate de ocres y amarillos. A esa Castilla de polvo levantado por el tractor. A esa Castilla en la que los postes de la luz parecen apuntalados con la sola intención de que los cables pasen de largo. Hasta luego a esa Castilla que por desgracia por tantas partes se vacía y desangra… Porque esa Castilla, se disfraza y transforma cuando llega a Tudela de Duero.
No hay más que asomarse al mirador que nos regala la cuesta de la Parrilla. Basta con subir ahí arriba y mirar Tudela a nuestros pies, como si la contempláramos desde un balcón florido, desde las puertas del Paraíso. Entonces Castilla, al mirarse en Tudela, descubre que también son posibles los verdes. Que hay pinares que se extienden más allá de lo que la mirada alcanza. Que hay campos que parecen mares, con las esparragueras onduladas como si fuera olas. Que hay un río, que es nuestro y se llama Duero, que aprovecha su paso por estas tierras para estrechar un puñado de casas y besar unas riberas, como si Tudela fuera, entre tantos kilómetros, su pueblo preferido y no pudiera pasar de largo sin apretarlo fuerte con su abrazo.
Porque el meandro a estas alturas del río dicen que es una lágrima, un lazo, una herradura, cuando en realidad es el profundo gesto de amor de un río hacia un pueblo al que entrega su nombre. El agua que nos regala el Duero es la joya de nuestro paisaje. Este río que nos abraza y atraviesa ha dibujado el paraíso en el que vivimos. Con esa Mambla y esa Cuchilla que nos divisan, con ese canal que nos regala frescor en verano y cobijo en invierno, con ese pinar que nos relaja. Y un Batán que es tesoro. Con esas huertas que nos rodean y llenan nuestras despensas con los mejores espárragos y tomates, de cerezas y manzanas, de sabrosas frutas y hortalizas. De vinos que no necesitan denominación de origen para demostrar su calidad. Con tanto camino y sendero que nos regalan kilómetros de huellas para pensar y pasear.
Sí, hemos tenido suerte, mucha suerte de vivir en Tudela de Duero. Y habría que decirlo bien alto, gritarlo bien fuerte. ¡Viva Tudela de Duero!
Están a punto de dar las doce. En unos minutos habrá un cohete que suba ahí arriba para decirnos que se acabó la espera, que por fin son fiestas, que ha sido un año muy largo pero que ya estamos aquí, a puntito de empezar a celebrar a la Asunción de Nuestra Señora y San Roque.
La espera ha sido larga… pero voy a contar un secreto para que a partir de ahora no se nos haga tan pesada.
El truco está, y conviene no olvidarlo, en celebrar cada día como si fuera una fiesta patronal. Cada día de nuestra vida, una fiesta.
Así que...
Hay que intentar que todo despertador sea chupinazo
y que la ducha diaria se convierta en mojada junto al río.
Hay que hacer de cada baño, una fiesta de la espuma.
Que todos los días terminen con fuegos artificiales.
Que no haya resacas, al menos si no son buscadas.
Hay que intentar que todo amanecer sea chocolate con churros
y cada comida un concurso de paellas en el Bailadero.
Hay que hacer de cada paseo un desfile de peñas.
Intentar que las charangas nos amenicen la espera en los semáforos de la calle Mayor.
Hay que coger cada mañana el coche como si nos montáramos en el tren de la bruja.
Hay que conseguir que no haya peñas con penas...
Pero tampoco penas sin peña,
porque los malos tragos, aunque sean de limonada, pasan mejor en compañía.
Es verdad que los toriles están llenos de toros que son miedos, que son enfermedades, males y desgracias.
Es verdad que habrá un día en que esa puerta de los toriles se abra y nos toque correr delante de la fatalidad, con los cuernos a punto de rozarnos la piel. Es verdad que la vida nos dará revolcones, nos pegará varetazos, nos clavará los cuernos hasta el fondo y más allá.
Pero tenemos que seguir corriendo. Hay que intentar ser más rápido que los miedos, que las enfermedades, que los males y las desgracias. Hay que correr para escapar de ellas. O al menos lanzarles un quiebro. Hacerle a los males un corte, mejor aún si es de mangas.
Y si solos no podemos, entonces lo mejor es salir del encierro, capear la capea, echarse a un lado y buscar refugio y consuelo detrás de la talanquera, donde nos esperan los amigos, donde nos aguarda la familia. Tal vez el toro no pase de largo. Pero al menos no estaremos solos.
El truco está en que a cada atardecer suene la verbena.
En que no haya sangrías sangrientas.
En que siempre tengamos cerca cerveza fresca y alguien con quien beberla.
En que ninguna faja nos apriete tanto como para no respirar, ni nos preocupe nunca el peto manchado de vino.
El truco está en hacer de cada día una fiesta. Mientras podamos. Hasta el día final.
Llegará un momento en el que nos tocará quitarnos el traje de peña. En el que habrá que cambiar la camiseta de color por el vestido de luto.
Llegará un día en el que se acabará el baile y la orquesta dejará de tocar.
En el que no habrá más fogatos ni galanas.
Llegará una noche en la que miraremos al cielo y ya no habrá fuegos artificiales que exploten solo para nuestros ojos.
Llegará una madrugada fría en la que el confeti se convertirá en ceniza y no habrá nada que celebrar.
Ese día llegará. Seguro. A todos nos llega.
Así que, imagino que el único consuelo que nos quedará entonces, cuando la fiesta esté a punto de terminar, cuando la policía llegue y nos quiera cerrar el bar, cuando el carrusel de la vida apague sus luces, entonces el único consuelo será echar la vista atrás y decir bien alto, sin miedo y con orgullo: Que me quiten lo bailao.
Que nos quiten lo bailao
Así que bailemos.
Bailemos.
Hay que bailar.
Hay que bailar. Y cantar. Y saltar. Y beber. Y vivir.
Celebremos estas fiestas que comienzan ahora… pero, sobre todo, celebremos la fiesta de la vida.
Vivamos cada día como si fuera 14 de agosto, como si la verbena estuviera a puntito de tocar una rumba solo para nosotros, un pasodoble para bailar en pareja, una conga para hacer el bobo en compañía.
Hay que convertir cada día en un 15 de agosto. O 16. Es verdad que no siempre es San Roque, que no todo día es La Asunción. Así que tendremos que buscar nuestro santo particular. Habrá que encomendarse a la Santa Alegría, a Nuestra Señora del Jolgorio, a la Santísima Diversión.
Vivamos cada día como si fuera una fiesta perpetua, una eterna celebración. Ese es el truco.
Saber que todos los días son fiesta patronal.
Y si queréis, podemos empezar a practicarlo desde hoy, desde ahora mismo.
Que este cohete que está a punto de sonar, que esas botellas que estáis a punto de descorchar, que estas fiestas que ahora mismo vamos a estrenar… sean las primeras fiestas de la nueva fiesta de nuestra vida.
Así que gritemos bien fuerte
Vivan las fiestas de la Asunción
Viva San Roque
Viva Tudela de Duero
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