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«Cuando no tienen ni un euro para comer, llevas años sin trabajar y superas una edad en la que difícilmente te va a contratar alguien te ves obligado a recorrer todos los servicios sociales de la ciudad para poder sobrevivir», reconocía ayer Miguel, un ... vallisoletano de 52 años, mientras charlaba a las puertas del comedor de La Milagrosa (Delicias) a la espera de que se abrieran sus puertas para olvidar durante un rato, al menos, «lo dura que es la calle».
Y lo sabían bien el centenar largo de comensales que guardaron cola junto a él para disfrutar de un plato caliente, el cariño y la solidaridad de los voluntarios de Asalvo, la asociación estudiantil que desde hace casi tres lustros atiende las necesidades básicas de las personas sin hogar que cada día, y en muchos casos cada noche, recorren las calles de la ciudad.
«Aquí nos conocemos todos, claro; pero sí es que estamos todos metidos en el mismo barco... por suerte o por desgracia», suspiraba este parado local antes de aclarar que la mayoría de los presentes anoche, una mezcla heterogénea de nacionalidades, aderezada con un nutrido grupo de españoles, casi todos más que cincuentones, coinciden prácticamente a diario en comedores, albergues, asociaciones... Polizones todos de un barco, el de la pobreza, que les gustaría abandonar. Pero no es fácil. «Intentamos juntarnos para alquilar pisos por habitaciones, pero con los 430 euros de la renta ciudadana y sin trabajo a la vista no es fácil sobrevivir», concluía ante el asentimiento cómplice de un grupo de compatriotas en la miseria.
Cenas como la de ayer, con un más que digno menú navideño y mucho cariño de los voluntarios, «te permiten evadirte un poco». Solo un poco. «Llevamos muchos años viviendo, y se agradece, pero ojalá no tuviéramos que pedirle ayuda a nadie», reconocían José Alfonso y Rosa, un veterano matrimonio originario de Ecuador, que llevan 18 años en España (nacionalidad incluida) y que con 66 y 57 años no ven una salida fácil con ellos en el paro y con sus dos hijos también. ¿Volver a su país? «Con esta edad, y sabiendo que allí la cosa está peor aún, volver después de tanto años sería morir», consideraba José Alfonso.
Una situación similar vive Sergei, otro comensal en la cena de Asalvo. Él es búlgaro, supera los cincuenta años y, al igual que su acompañante, Miroslav, lleva demasiado tiempo sin trabajar. «Mis hijos se han criado aquí, donde llevamos casi veinte años, y ni siquiera conocen aquello o el idioma», explicaba el hombre antes de aclarar que, pese a todo, prefiere continuar aquí por ellos. «Cuando vinimos había mucho trabajo, pero te haces mayor, te quedas en el paro y resulta casi imposible encontrar algo», añadió Sergei. Su amigo Miroslav coincidía en que «con nuestro edad es muy difícil conseguir un trabajo». Ellos, al menos, duermen a cubierto.
Todos, más de un centenar, disfrutaron anoche de la ya tradicional cena navideña de Asalvo, un grupo integrado por cerca también de un centenar de voluntarios, en su mayoría estudiantes de los institutos Condesa Eylo y Zorrilla, el Lourdes y la Escuela de Arte, que cada martes, viernes y domingo les asisten directamente a las puertas de la estación de autobuses para facilitarles no solo comida y compañía, que también, sino también ayudas directas como «tratamientos con el dentista, gafas, viajes (por necesidades legales y familiares) o recargas de móviles». Pequeñas cuestiones que intentan facilitar su día a día. «Vamos creciendo poco a poco y con la solidaridad de empresas y particulares pretendemos ir incrementando las ayudas», anticipa María Jesús Fournier, la presidenta de la entidad estudiantil sin ánimo de lucro.
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