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Su entrada en el Ayuntamiento fue interpretada como un auténtico hito en la historia del municipalismo vallisoletano, un antes y un después a subrayar en el devenir político contemporáneo de la ciudad. Y eso que su acción concreta fue prácticamente inexistente, por lo que enseguida fueron relegadas a un lugar marginal, casi exótico, en el día a día de la Corporación municipal. Era el 23 de noviembre de 1928, hace 90 años, cuando Eloísa de Felipe Alonso y Adelaida Díez Díez tomaban posesión de sus actas de concejal, convirtiéndose así en las primeras mujeres en la historia de Valladolid en ocupar dicha responsabilidad. Como recordó en este mismo periódico Jara Cuadrado, su entrada fue posible gracias al Estatuto Municipal de Calvo Sotelo, promulgado en marzo 1924, seis meses después del golpe de Estado que llevó al poder al general Primo de Rivera. En virtud del mismo, dos tercios de los concejales se elegirían por sufragio universal de los cabezas de familia mayores de 25 años; a las mujeres se las exigía, para poder ser elegidas, no estar casadas ni sujetas a patria potestad, autoridad marital o tutela. Otra parte de los concejales se elegía por representación corporativa, designados por agrupaciones.
Pero lo cierto es que la llegada al Consistorio de Eloísa y Adelaida no obedeció a un procedimiento democrático. Y es que no conviene olvidar que la concesión del voto a las mujeres por el Estatuto de 1924 no tuvo traducción práctica porque no se celebraron las elecciones municipales anunciadas para el año siguiente, por lo que su puerta de entrada fue, básicamente, la renovación de los ayuntamientos a partir del 1 de abril 1924. En Valladolid, empero, el acceso de Eloísa y Adelaida fue fruto de la grave crisis interna generada en el Consistorio en el otoño de 1928, cuando una serie de concejales acusó al jefe provincial de Unión Patriótica, Blas Sierra, de interferir en la acción municipal y coaccionarles. La dimisión de 16 de ellos provocó la remodelación directa de la Corporación por parte del gobernador civil, que fue quien las designó.
Como recuerda Jara Cuadrado, ambas encajaban en la visión conservadora que se tenía entonces sobre la mujer: dedicadas prioritariamente al cuidado de la casa y de los hijos, en caso de tener una ocupación profesional ésta se decantaba, casi abrumadoramente, por la enseñanza. Así, tanto Adelaida como Eloísa eran maestras en la Escuela Normal vallisoletana (la primera llegó a ser inspectora de Primera Enseñanza y la segunda dirigió la Escuela durante muchos años), y además compartían esa visión conservadora de la dictadura: Adelaida como militante de organizaciones confesionales muy identificadas con los afanes de Primo de Rivera, y Eloísa como miembro de la Unión Patriótica, único partido político permitido y cantera del personal político. Sin embargo, labor de ambas en el Consistorio hasta su cese, el 25 de febrero de 1930, fue prácticamente nula.
Tendrían que pasar 38 años para que Valladolid volviera a ver entrar a una mujer en la Corporación municipal; ocurrió en otro contexto dictatorial y de nuevo con la figura del gobernador civil como artífice principal. El Norte de Castilla recibió la noticia con tanto entusiasmo, que el redactor, Antonio Hernández Higuera, creyó que era la primera vez en la historia de la ciudad que una mujer accedía al puesto de regidora. Así lo destacaba el titular del 19 de noviembre de 1963, hace ahora 55 años, que daba cuenta de la elección de María Dolores Pérez Lapeña como nueva –y única– concejala del Ayuntamiento de Valladolid «por el tercio de entidades» junto a Rafael Tejedor Torcida y Juan Ignacio Pérez Pellón.
La dictadura de Franco reproducía en parte la filosofía organicista y corporativista de Primo de Rivera a través de esa «democracia orgánica» sustentada en la Ley de Bases de 1948, que establecía la elección de concejales por tres tercios: el familiar, con sufragio directo de los vecinos cabezas de familia; el sindical, de manera indirecta por parte de los compromisarios elegidos entre vocales de las juntas sindicales; y el tercio de corporaciones y entidades, elegido por cooptación de los concejales elegidos en los dos grupos anteriores. Aunque los representantes por ese último tercio eran propuestos por entidades y asociaciones inscritas en el Registro Especial del Gobierno Civil con derecho a proponer candidatos y compromisarios, su elección era prácticamente dirigida por el gobernador entre hombres y mujeres adscritos al Movimiento o «simpatizantes del Régimen», como señala el profesor Jesús María Palomares. El control político de las autoridades era, pues, absoluto. De hecho, Pérez Lapeña estaba adscrita al Movimiento.
Nacida en Logroño y licenciada en Derecho por la Universidad Central de Madrid, Dolores se había instalado en Valladolid en 1946 para trabajar en labores sociales y formativas en la Sección Femenina y en el Colegio Mayor femenino Santa María del Castillo, que dirigió hasta 1969. «Por primera vez las mujeres tienen que verse representadas en sus pensamientos e inquietudes ante su Ayuntamiento por otra mujer», sostenía en declaraciones a El Norte de Castilla, al tiempo que alababa «la prudencia e inteligencia» del Régimen por haber posibilitado un mayor protagonismo de la mujer en las esferas laboral y de representación municipal «a través de una evolución lentamente conseguida», apostando por una formación adecuada «que elimina por sí sola los peligros que para la sociedad pudiera representar».
Los objetivos que se proponía como concejala sintonizaban con el papel prioritario de ama de casa conferido a la mujer por el franquismo, pues entre los más importantes estaba el de trasladar al Consistorio «su inquietud [la de la mujer] diaria del mercado, su situación en algunos puntos lejana, su abastecimiento, los transportes…». Tampoco olvidaba la asistencia social y laboral y lo que pudiera aportar de cara a una mayor preparación laboral, así como facilitar el «desplazamiento desde los pueblos ante el crecimiento industrial de la ciudad».
La toma de posesión se verificó el 2 de febrero de 1964. Acorde igualmente con el rol femenino de aquel momento, formó parte de las Comisiones de Ceremonial; Gobierno, Instrucción Pública, Estadística y Beneficencia; y Festejos, además de ser delegada del refugio de indigentes. Como diputada provincial estuvo en la comisión especial de Ayuda Familiar y en la de Deportes y Turismo. Lo cierto es que hasta su cese, en febrero de 1971, la voz de Pérez Lapeña apenas se hizo notar en las sesiones del pleno, a las que asistió con total diligencia. Y tampoco su actividad como concejala sobresalió en esos siete años, más allá de la asistencia, junto al alcalde Martín Santos Romero, a la cena de Nochebuena de 1965 en el refugio de indigentes.
La segunda concejala del franquismo en Valladolid sería la conocida escritora y periodista María Teresa Íñigo de Toro, elegida en noviembre de 1966 por ese mismo tercio de entidades. Por su parte, Pérez Lapeña, que además fue consejera local y provincial del Movimiento, culminaría su carrera profesional como jefa de la Administración de Servicios de la Delegación Provincial de Educación y Ciencia de Valladolid, ciudad donde falleció el 20 de abril de 2007, a los 94 años.
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Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Arturo Posada | Valladolid
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