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Que sucedan cosas. Concha González (Valladolid, 1948) le exige carácter escénico a sus composiciones pictóricas. «Un cuadro es como organizar una obra de teatro, lo preparas y vas colocando y quitando elementos de la realidad hasta conseguir tu visión más personal».
Entre la restauración y el dibujo. En su estudio de La Cistérniga pinta las obras con las que ha ganado premios en el Salón de Otoño de Valladolid, ciudad donde ha expuesto en varias salas, así como en Zamora y Oviedo. Actualmente muestra sus pinturas en la galería Zaca de La Granja de San Ildefonso. «En pintura desgraciadamente se compra más por la firma que por el contenido y el significado de la obra. Esto es lo que más sentimos los artistas que nos dedicamos a la pintura figurativa».
No olvida las imágenes ... que deja en la ciudad las crecidas del Pisuerga. Menos aún la del 6 de marzo de 2001. Aquel estruendo y la velocidad del caudal barriendo las orillas, con troncos y maleza dejando tuertos los ojos de los puentes, cientos de vecinos asomados a las barandillas ante un río desbocado. Más pintora de estudio que al natural, aquel día salió a ver cómo el agua devoraba la ribera. omó apuntes, también fotografías y después en su estudio llevó al lienzo en acrílico su visión del desbordamiento desde la orilla del puente Mayor, «con los edificios emergiendo al fondo y, en primer plano, las copas de los árboles sobresaliendo de la corriente de agua turbia por el arrastre de tierras; aquella riada me sedujo para pintarla», recuerda.
Diplomada en restauración y formada en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, abandonó la pintura de bodegones para inclinarse de lleno por el paisaje, en buena parte de sus composiciones en busca de aspectos atípicos de su entorno que atrapar desde su paleta.
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Con brochazos anchos y cortos consigue la artista lo que denomina romper el agua para dotar a la escena de sensacion de movimiento.
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En la composición domina el tono ocre y Concha González ha optado por quebrar la monotonía visual incorporando reflejos azulados en varias zonas. «De lo contrario, quedaría demasiado plano, sin ritmo», arguye.
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Los árboles son tan protagonistas como el río. Con ellos ha buscado la artista «romper la estética más allá del agua». La madera blanquecina de unos árboles contrasta con la negra de otros, al igual que sus diferentes volúmenes y la prolongación de sus sombras.
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Los edificios de la orilla se han pintado casi difuminados para dar protagonismo a la magnitud de la riada. «Alivian el cuadro y ofrecen perspectiva, por eso los hice apastelados, con poca definición».
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