Una imagen indignó a todo el planeta el 2 septiembre de 2015. El cuerpo inerte en una playa de Aylan Kurdi, un niño sirio de origen kurdo de tres años, removió las conciencias de un primer mundo que, por un instante, dejó de mirarse ... el ombligo para echar un ojo al mar Egeo, donde miles de personas como Aylan se jugaban y se siguen jugando la vida para llegar a Grecia en busca de una vida mejor. Ha pasado mucho tiempo de aquel día y pocos recuerdan ya a Aylan, pero esa desmemoria no se debe a que casos como el suyo hayan dejado de suceder. «Se repiten día tras día en el Egeo», asevera Miguel de la Huerga, un joven del barrio vallisoletano de La Pilarica que ha pasado seis meses en el campamento de refugiados de Lesbos, donde ha formado parte del equipo de acción humanitaria de la ONG Fénix, y asegura que «ya no queda nada del espejismo» que se vivió con la muerte de Aylan.
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«Hace unos años hubo un aproximamiento para afrontar la crisis humanitaria y ahora se ha pasado a una fase en la que solo importa la seguridad migratoria», señala De la Huerga, que cree que el auge en Europa de políticas partidarias del cierre casi hermético de fronteras está detrás de ese cambio de mentalidad. «El mandato de Tsipras estuvo marcado por una aproximación a la crisis humanitaria bastante caótica, pero después entró Nueva Democracia, lo que sería aquí un partido a la derecha del PP. En el ámbito migratorio asumió todos los postulados de Amanecer Dorado, el partido neonazi, lo que ha hecho que se practiquen devoluciones en caliente. Las patrulleras griegas interceptan las barcas, revientan el motor y les dejan a la deriva para que no lleguen a las islas. Avisan a los patrulleros turcos, que en teoría tienen que ir a rescatarles, pero esa teoría no siempre se cumple», explica De la Huerga.
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Ver estas prácticas por televisión nada tiene que ver con compartir vivencias con sus protagonistas y eso es lo que ha estado haciendo este estudiante del Máster de Desarrollo y Cooperación Internacional de la Universidad del País Vasco durante medio año. «He visto de todo. Más del 90% de las personas con las que he trabajado son víctimas de violencia sexual, de torturas, de persecución religiosa o política... Cada una de ellas tiene una dura historia antes de llegar al campamento». Esto es lo que asegura De la Huerga, que ha aprovechado su experiencia en el campamento de refugiados para elaborar su trabajo de fin de máster. «Observé una serie de problemas que parecían simples de resolver, pero que estaban enquistados. Por ejemplo, cuando llegan los refugiados, tienen que cumplir una cuarentena de nueve días y en ese tiempo se les llama para concertar una cita con el abogado, pero no pueden acudir porque están en cuarentena. Después me di cuenta que esos fallos respondían a una clara intencionalidad para que la gente deje de llegar a Lesbos y en eso he basado mi trabajo de fin de máster», explica.
En su experiencia en Lesbos, este vallisoletano trabajó de asistente de protección, puesto en el que monitorizó las violaciones de derechos humanos en los casos que trató. Su labor ha permitido generar informes con los que avalar las reclamaciones en el proceso de asilo. Durante sus entrevistas con los refugiados ha escuchado atrocidades enormes que le han quitado el sueño. «Te lo llevas a casa. Piensas y hasta no puedes dormir con lo que te cuentan. Tuve cuatro casos de tortura seguidos y me di cuenta de que es fundamental poner distancia entre los casos y tu vida personal. Para ser útil tienes que cuidarte a ti mismo del enorme sufrimiento al que te expones», agrega.
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El trabajo de fin de máster de Miguel de la Huerga obtuvo un 10 sobre 10 y este joven de 25 años espera que esta calificación le ayude a continuar trabajando en el duro y apasionante mundo de la cooperación internacional. Este vallisoletano quiere seguir sumando experiencia en ese ámbito, que continúa peleando por los derechos humanos haya o no cámaras delante que fotografíen a niños que mueren ahogados ahora, siete años después de lo de Aylan, mientras el primer mundo centra su mirada en Rusia. «El mismo día que se activó la protección temporal a las personas ucranianas, que tienen todo el derecho del mundo a recibirla, yo estaba trabajando en Lesbos y aparecieron siete cadáveres en la playa de gente a la que se había dejado a la deriva, a la que se le había rechazado en la frontera. No hay que ser muy listo para imaginar que si dejas un barco con 40 personas flotando sin motor, lo que va a pasar es que se van a ahogar», concluye este vallisoletano para poner de manifiesto que el foco puede estar ahora en Europa del Este, pero los problemas no han desaparecido del mar Egeo.
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