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«Por más que lo intento, todavía me cuesta recordar», resume José Antonio Hernández, de 57 años. La pérdida de memoria es una de las secuelas que la covid-19 ha dejado en su cuerpo. Tan complicado le resulta acordarse de determinadas cosas que no sabe precisar cuántos días estuvo ingresado en la UCI. Tampoco cuándo se despidió del Hospital Río Hortega de Valladolid. «Fue llegar al hospital y casi no me acuerdo de nada, perdí la noción de todo y no sé muy bien ni cuándo bajé ni cuándo me dieron el alta», precisa este vallisoletano ya jubilado, trabajador en la rotativa de El Norte de Castilla durante 27 años.
Al otro lado del teléfono, un familiar interrumpe la conversación para orientarle con las fechas. Hernández estuvo casi un mes hospitalizado, la mitad intubado en la Unidad de Cuidados Intensivos. «Ingresó el 4 de noviembre, y el 13 le metieron en la UVI y ya estuvo ahí hasta el 1 de diciembre, que es cuando le dieron el alta», concreta esta mujer. «No sabía si había estado en coma, si no... Todo lo que sé, que estuve intubado, boca abajo... Es por lo que me han contado médicos y familiares, pero yo no tengo ningún recuerdo sobre ello», añade el protagonista de esta historia.
De hecho, desvela que, cuando le desintubaron, pensaba que estaba en Santander de vacaciones. «Decía todo incoherencias. Yo creía que estaba en Santander, que la gente que había ahí estaba fumando... Eran todo cosas muy raras. Yo decía: 'Pero si estoy viendo la playa', y resulta que estaba en el hospital muy malito», señala.
Especiales coronavirus
Su recuperación continuó más allá de las paredes del Río Hortega, y estuvo tres semanas más en el Benito Menni. El coronavirus le «atacó fuerte». Cuando despertó del coma había perdido la movilidad en las dos piernas. No sabía siquiera si iba a poder andar de nuevo. «No podía andar absolutamente nada. El primer día me metí en una habitación, iba a ir al servicio porque creía que podía andar perfectamente y me caí», recuerda, al tiempo que agradece el «enorme» trabajo de los fisioterapeutas del Benito Menni.
Estos profesionales, cuenta, le han «devuelto la vida». «Me enseñaron a andar porque era incapaz de sostenerme de pie; había perdido mucha masa muscular en muy poco tiempo», incide. De hecho, perdió quince kilos en apenas dos semanas. Estuvo unos días, los primeros, en lo que tampoco podía hablar, pero pronto lo recuperó. «Al principio me resultaba imposible, pero yo creo que era porque estaba intubado y me afectó a las cuerdas vocales».
Reconoce que «nunca» tuvo miedo a contagiarse. Pisaba con cuidado allá por donde iba, pero sin obsesionarse. «Yo leía las noticias y lo veía muy lejano. No te imaginas que puede pasarte a ti. Además, como nadie a mi alrededor lo había tenido ni nada, pues tampoco pensaba que me podía pillar a mí, llevaba cuidado pero me lo tomaba un poco en fin», explica Hernández.
Pero, ¿cómo le 'cazó' la covid? Reconoce no tener «pruebas», pero cree que fue en un hospital de la capital vallisoletana, cuando ingresó, un mes antes (sobre el 8 de octubre) para que le extirparan quirúrgicamente un dedo del pie –es diabético–. «Fui al médico de familia a curarme, me mandó que fuera a Urgencias porque lo tenía engangrenado. Me dejaron ingresado para operarme y amputarme el dedo, y en la habitación estuve con un señor», apostilla, con quien compartió conversaciones y vivencias «un par de días». Luego –relata– este hombre dio positivo en la prueba de la covid. Le trasladaron de planta, pero José Antonio Hernández –que había arrojado un resultado negativo– permaneció en la misma habitación hasta que recibió el alta hospitalaria.
Fue ahí, estima, cuando comenzó su calvario. «Me dieron el alta y di negativo. A los dos días de estar en casa me llamó un rastreador del Ejército para decirme que había dado positivo, pero el caso es que yo me encontraba bien, no tenía síntomas ni nada», justifica. Sin embargo, la enfermera que acudía a su domicilio para «curarle» sí le notó «mala cara». «Me dijo que no me veía bien, que estaba raro, y decidió pedir una ambulancia para que me llevaran al Río Hortega».
Una vez allí, rememora, estaba «asustado porque estaba muy mareado». Pero no se imaginaba que su estado de salud se complicaría «de esta manera». «No tenía la noción de que estuviera tan grave; fue ingresar y vino todo seguido, no me dio tiempo ni a reaccionar. Hay que ir con pies de plomo, porque este virus te coge y no te suelta, es tremendo», prosigue Hernández.
Aún a día de hoy tiene «un poco de fatiga, pero se me va quitando, y he recuperado tres o cuatro kilos que me han venido muy bien, y también puedo andar bien».
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