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Mónica Gómez, durante su convalecencia en el Hospital Clínico, junto a la enfermera Soraya Martín.

«Pensaba en el mar para no volverme loca»

Mónica Gómez, de 48 años, que estuvo 27 días ingresada en el Clínico y sigue siendo aún positivo, asegura que el coronavirus «es devastador»

Lunes, 4 de mayo 2020, 07:15

Duermo fatal, tengo como pesadillas. Una sensación muy mala, es como si lo reviviera cada noche», asegura Mónica Gómez Gutiérrez, de 48 años, que ha estado ingresada 27 días en el Hospital Clínico por la covid-19 y que ahora permanece aislada en una de las habitaciones de su domicilio en Montemayor de Pililla, pues sigue dando positivo, con un estado de salud maltrecho, «con mi vuelo chárter de la cama a una silla, de la silla al cuarto de baño, y de ahí otra vez la cama». «No puedo andar, estoy en la cama y cuando me levanto, voy con un andador. Estoy con doce horas de oxígeno al día, con ocho pastillas y cuatro inhaladores, y llena de temblores, igual que un yonqui», agrega Mónica, que ha perdido nueve kilos de masa muscular, no tiene movilidad y está sin anticuerpos. «Espero que la gente no se tome a cachondeo esto del coronavirus, porque es devastador», afirma Mónica, que cree que en España «hay mucho inconsciente».

Su historia es la de una mujer alegre y risueña, con una mente fuerte en un cuerpo delicado, muy castigado por la exposición que tuvo durante años a productos relacionados con su negocio, una peluquería en el municipio. «Fui peluquera durante 23 años, hasta que me jubilé en 2012. Me cogía muchas bronquitis coincidiendo con la época de más permanentes, y tintes, así que me hice pruebas específicas de peluquería y vieron que lo que me lo provocaba era el tioglicolato de amonio, también conocido como sal de ondulación permanente, que tiene uso en la permanente del cabello. Tiene pequeñas partículas metálicas que me ulceraban los bronquios. Los últimos seis años de trabajo necesité oxígeno e ingresos», hace hincapié Mónica, que el pasado 15 de marzo fue el último día que salió de casa, a un restaurante con su marido, su hijo de 14 años y su padre, de 83.

«Hacía una semana que había perdido el gusto y el olfato, sabía que iba a coger el coronavirus sí o sí, porque tengo un problema pulmonar serio, un asma de alto control, y vengo necesitando unos tres ingresos al año, se me cierran los bronquios y tengo que andar con aerosoles y corticoides», apunta Mónica, que ya en la noche del 16 de marzo «notaba como si tuviera alfileres en la garganta, aunque no tenía ni fiebre ni tosía». «Por la mañana llamé a mi médico de cabecera y me dijo que podía ser un problema de primavera, tomé antibióticos y corticoides y tenía la sensación de que se me abrían los pulmones por dentro. Tuve que llamar al teléfono de la covid-19 y me dijeron que era un posible positivo, pero que me quedara en casa», agrega Mónica, esta mujer de 48 años a quien le esperaban unos días siguientes muy duros y difíciles.

Aguanté en casa hasta el día 22 de marzo, que me fui al Hospital Clínico. «Ahí sí que corría mucha prisa ya, a las cuatro horas sabía ya que era positivo y que mi marido y mi hijo tenían que estar aislados tres semanas. Ellos han pasado lo del virus por delante, porque la prueba les ha dado negativo, y a mi padre se la acaban de hacer, pero ha estado aislado desde el 15 de marzo», detalla Mónica, que en el complejo sanitario pasó por momentos muy delicados.

«La gente contagiada tiene que pensar que de esto se sale, pero tienes que tener la cabeza bien amueblada», asegura

«Me ingresaron en la décima planta del Hospital Clínico, donde me conocen desde hace tres años por los ingresos que he tenido. Me tocó en la habitación con dos señoras con la covid-19, una de 85 años y la otra, de 65. Yo no tenía oxígeno, empecé con el tratamiento del coronavirus y a las doce de la noche me caí redonda en el baño. Cuando me desperté, tenía una mascarilla con ruleta, estaba boca abajo en la cama y me estaban dando Ventolín y masajeando la espalda. Gracias a mi médico, el doctor Enrique Macías Fernández, no fui a la UCI, él dijo que no me entubaran, que tenía que salir por mí misma», asegura Mónica, que fue trasladada a una habitación aislada y monitorizada en la que pasó seis días sin poder moverse y sin comer.

«Mis análisis eran peores cada vez, el virus estaba más extendido y la neumonía seguía avanzando. Tenía 39,5 de fiebre, saturación de 89 y dormía boca abajo con el cabecero de la cama levantado. Trataba de darme la vuelta alguna vez y pitaba, así que me tuvieron que sujetar», recuerda Mónica, que experimentó gran mejoría cuando le dieron un antibiótico nuevo para la sepsis generalizada.

«Salí de la gravedad el 1 de abril, así que me devolvieron a la habitación, pero yo tenía miedo de que me volviera a pasar. Hasta el 17 de abril estuve ingresada porque tenía restos de neumonía», apostilla la vecina de Montemayor de Pililla, que el pasado martes se volvió a hacer la prueba del coronavirus y espera el resultado para saber por fin si es negativo.

«Soy una persona positiva y la gente lo que tiene que pensar es que de esto se sale, pero tienes que tener la cabeza amueblada porque la enfermedad es muy dura y el tratamiento, devastador. Yo me ponía música clásica en la habitación y cerraba los ojos para no ver todo el tiempo la pared de enfrente, con ese color malva que no llevaré puesto nunca ni en unos calcetines. Buscaba una zona de confort y pensaba en el mar, que me encanta. Era como que no estaba allí, si no me habría vuelto loca. Pero tengo que dar las gracias a las enfermeras, a los médicos y a todo el personal sanitario, que conmigo han sido un cielo y me han dado un trato muy humano», enfatiza Mónica Gómez Gutiérrez, que tiene un motivo de peso para mirar hacia adelante.

«Tengo un hijo de 14 años que desea darme un abrazo, pero sigo siendo una apestosa y no puedo. Pasar esta enfermedad no es un estigma», concluye Mónica Gómez.

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