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Si un día de buena mañana recibes una llamada de la policía porque tu negocio ha sufrido un robo durante la noche te asustas, si ese aviso ya es recurrente, te desesperas. Es el caso de Natividad Liébana, propietaria de la pastelería que lleva su ... apellido, situada en la calle Pólvora y asaltada por los ladrones al menos una vez al año en los últimos tres. Además de recurrir a seguros, alarmas y demás métodos de seguridad, esta empresaria ha decidido disuadir a los ladrones con un mensaje de lo más directo.
Cada día, al cerrar el negocio, coloca la bandeja de la caja registradora vacía bien a la vista, en el escaparate, junto a un cartel en el que puede leerse: «Se recoge la caja todos los días». Tratar así de ahuyentar a los amigos de lo ajeno porque, explica, los robos se han convertido en una rutina para esta pastelería de barrio los últimos veranos. En los tres últimos años, ha recibido el aviso de la policía informándole de que han robado en su establecimiento «como mínimo una vez cada mes de julio». La propietaria de la pastelería Liébana señala que ha habido épocas en las que ha tenido que llamar al seguro «en más de una ocasión, algunas más seguidas de los esperado».
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En los primeros asaltos se han llegado a llevar productos, como los bombones o pasteles que quedaban en el interior del establecimiento por la noche, pero en el último robo los delincuentes se centraron únicamente en la caja registradora. «Buscaban el dinero, es lo único que faltaba».
En todos los robos, explica Natividad Liébana, el seguro ha corrido con la reparación de los daños y también ha respuesto el dinero que se habían llevado. «Depende de la póliza que tengas, te cubre más o menos. En nuestro caso tenemos un máximo de dinero asegurado y mientras el robo no supere esa cantidad, el seguro se hace cargo y nos los repone», señala.
La propietaria de la pastelería comenta que no sabe si es gracias a la alarma que instaló, que incluye una cámara que filmó al último ladrón, o si es debido a su idea de mostrar la caja vacía a la vista de todos, pero lo cierto es que desde entonces no ha vuelto a tener problemas. «Desde julio de año pasado, cuando empecé a hacerlo, no me han vuelto a robar». Por el momento, cruza los dedos. Todos los incidentes han ocurrido a altas horas de la madrugada, cuando no había nadie en el interior del local.
Unos robos, al menos los últimos, que han sido perpretados por delincuentes habituales. Así se lo comunicó la policía cuando detuvo al autor de uno de los hurtos varias semanas después. «Estaba fichado, era un conocido ya por la policía». Una situación que no le deja muy tranquila, porque «como son cosas pequeñas, pues les cogen, pero entran y salen continuamente».
En esta zona zona parece que lo dulce tiene tirón, pues no es la única pastelería que ha sufrido la visita de los cacos. «En establecimientos cercanos, a no más de cinco minutos andando, han robado también o, al menos, lo han intentado», señala.
En la misma zona del barrio, pero unas calles más abajo, se encuentra otro negocio con el que también se han cebado los ladrones. Un quiosco con más de veinte años de historia, situado enfrente de un colegio y a dos minutos de varias facultades de la Universidad de Valladolid, que hace aproximadamente una década decidió transformarse. Pasó de la venta tradicional de gominolas a la automatización total con varias máquinas de 'vending'.
Una iniciativa empresarial que pronto derivó en quebraderos de cabeza debido a las frecuentes acciones de vandalismo para reventar las máquinas y llevarse las bolsas de regalices y otro tipos de productos que llenaban sus máquinas. En ellas se podía comprar desde un bol de palomitas de maíz a un café caliente. Después del último asalto, a mediados del mes de mayo, las máquinas permanecen vacías y con la persiana bajada en un cese de actividad.
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