Allí, al otro lado de la plaza, en la esquina con la calle Lencería, tuvo su negocio Catalina Canseco, una mujer fascinante que se hizo muy poderosa en la primera mitad del siglo XVII en Valladolid».
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Lo cuenta, a la sombra que regala el pórtico ... de la Casa Consistorial, María Luisa López Municio, guía de este paseo que, diseñado por Dialogasex y organizado por el Centro de Igualdad, sigue los pasos de mujeres que dejaron su huella en Valladolid.
La actividad podría haberse fijado en esos nombres que difícilmente pueden eclipsarse en los libros de Historia (Isabel la Católica, María de Molina, Santa Teresa de Jesús, Rosa Chacel). Sin embargo, esta ruta-taller –que se repetirá el próximo día 10– se fija en otras mujeres, tal vez menos conocidas, pero que tienen historias fascinantes «y que rompen con muchos estereotipos y etiquetas que durante siglos se ha querido colocar a las mujeres».
El paseo comienza en la Plaza Mayor, donde Catalina Canseco (nacida cerca de 1573) y su madre, Inés Castañón, atendían una joyería y tienda de tejidos que se hizo famosa tras el paso de la Corte por Valladolid (entre 1601 y 1606).
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El marido de Canseco se marchó a las Indias a hacer fortuna y dejó en Valladolid a su mujer, quien comenzó a hacer negocios con esa joyería y mercería de la Plaza Mayor. Por los documentos recabados en archivos (testamentos y juicios) sabemos que el comercio funcionó tan bien que Catalina compró más tiendas, apoyó con sus finanzas a varios conventos y prestó dinero a diversos miembros de la nobleza, a quienes además llevaba las cuentas.
Una placa (en la Plaza Mayor con la calle Lencería) recuerda a esta mujer emprendedora que este paseo evoca en su primera parada, donde se reivindica el papel jugado por las mujeres en los gremios y oficios de la Edad Moderna.
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«No se habla de ellas, pero claro que había mujeres trabajadoras o cirujanas», cuenta López Municio, quien también repasa las sombras de la vida de Canseco. Porque aquella avispada empresaria fue acusada de vender telas de Toledo como si fueran de Sevilla o de financiar de forma irregular un colegio de niñas huérfanas.
Esta parada en la Plaza Mayor sirve también para recordar a todas aquellas mujeres vallisoletanas que se marcharon a hacer las Américas.Fueron cerca de 500 entre los siglos XVI y XVII, según los asientos del barco recogidos en el Archivo de Indias. Pero claro, este es el dato oficial, el de las mujeres que compraron billete. Porque seguro que, junto a ellas, hubo muchas que viajaron de forma irregular en las bodegas. Entre ellas estaban las que iban a reunirse con sus maridos, monjas, prostitutas, matronas...
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«Y hay que recordar que el viaje no sería sencillo. El trayecto a México duraba tres meses y algunas de estas mujeres viajaban disfrazadas de hombres para evitar ser violadas. El miedo por la falta de seguridad ha existido siempre».
Pero además, aquí, en la Plaza Mayor, se evoca la figura de Leonor de Vivero. De Vivero pertenecía a ese foco que a mediados del sigloXVI defendía las ideas luteranas en Valladolid y que tan bien retrató MiguelDelibes en su novela 'El hereje'.
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Perseguidos por el rey Felipe II, una delación destapó a este grupo contrario a las ideas que defendía la Iglesia católica. Leonor, por su avanzada edad, no fue encarcelada y pasó encerrada en su casa todo el tiempo en el que duró el proceso de la Inquisición.Murió y sus huesos fueron quemados en el segundo auto de fe celebrado en Valladolid, el 21 de mayo de 1559.
La ruta continúa por la plaza de Martí y Monsó, donde López Municipio muestra una fotografía del antiguo cine Coca y del patio de comedias que, mucho antes, ocupó este lugar. Fue uno de los grandes corrales del país, un hogar que durante siglos fue cobijo para el teatro y la diversión. Y en ese contexto es imposible no referirse a Jerónima de Burgos, famosísima actriz vallisoletana nacida en 1580 y fallecida en Madrid, en las mieles del éxito, en 1641.
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El padre de Jerónima tenía una panadería en la plaza del Ochavo y no veía con buenos ojos que su hija se dedicara al mundo de la farándula. La actriz se casó con el dueño de la compañía, Pedro Valcarce, con quien viajó de escenario en escenario por ciudades de España y Portugal. A la muerte de su esposo, ella se hizo cargo de la compañía (fue su directora), para la que Lope de Vega escribió varios textos. De hecho, el mujeriego Fénix de los ingenios mantuvo una relación con Jerónima de Burgos, a quien dedicó una de sus obras más conocidas, 'La dama boba'.
También aquí, en Coca, se recuerda a Beatriz Bernal, que está considerada como la primera novelista conocida de España. En 1545 publicó 'Cristalián de España', una novela de caballerías en las que destaca Minerva. Aquí, el personaje femenino no es una damisela en apuros, sino que se convierte en una mujer aventurera.
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«Su objetivo no es ni que la salven ni conseguir el amor, sino vivir aventuras», explica López Municio, para recordar que, lamentablemente, apenas se conservan ejemplares de esta novela, reverenciada en su día por Góngora. «Su obra fue conocida en su época, pero el paso del tiempo la ha ocultado.Recordar sus libros no es recuperar su figura contra viento y marea, sino reconocer un genio que ya tuvo seguidores en su época».
La tercera parada es en Poniente, junto a la escultura dedicada a Rosa Chacel, una mujer de la Generación del 27 de la que también formó parte otra vallisoletana, la pintora Margarita Manso. De hecho, Margarita fue protagonista de una escena reivindicada en los últimos años como imagen de emancipación e igualdad feminista.
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Ella era, junto a Maruja Mallo, Federico García Lorca y Salvador Dalí, una de las cuatro personas que, de paseo por Sol, se quitó el sombrero como símbolo de libertad de las ideas. De ese gesto nace el nombre de 'las sinsombrero', con el que se agrupa a las mujeres que formaron parte de esa Generación del 27. También hay un recuerdo aquí, en Poniente, para Ángeles Santos, inmensa pintora que ha regalado algunas de las mejores obras surrealistas de la pintura española, como 'Un mundo'.
Cómodamente sentadas en las escaleras de San Benito, las participantes escuchan la historia de Inés Santa Cruz y Catalina Ledesma, dos mujeres que a principios del siglo XVII convivieron en el hoy desaparecido convento de Sancti Spiritus (estaba situado junto al Paseo de Zorrilla, en la calle que lleva su nombre) y que fueron juzgadas por la Inquisición, acusadas de mantener una relación sexual y sentimental. Lo ha investigado Federico Garza Carvajal en su libro 'Las cañitas'. Y López Municio recuerda su historia en este paseo, a partir de las actas de la Inquisición en los juicios y procesos a los que sometieron a Inés yCatalina en Salamanca y Valladolid.
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«Bujarronas», les llamaban los inquisidores, que escribieron: «Con sus manos la abría la natura a la dicha Catalina hasta que derramaba las simientes de su cuerpo en la natura de la otra, por lo cual las llamaban Las Cañitas y esto es público y notorio entre las personas que las conocen». Y lo de cañitas era porque era el objeto que, según los inquisidores, utilizaban ambas mujeres como consolador.
«Si de algo nos habla esto no es de lo que ocurrió entre ellas, sino de la mente de los inquisidores. No se concebía entonces que dos mujeres pudieran mantener una relación. Esas actas dan cuenta de las torturas que sufrieron para intentar que confesaran lo que ellos querían escuchar», cuenta la monitora de este paseo participativo que tiene su siguiente parada en la calle Platerías.
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Allí, al lado de la iglesia de la Vera Cruz, se revive la historia de Catalina García 'La cantorala', una mujer que víctima de maltrato en el año 1470 y que casi veinte años después, en 1489, consiguió que un tribunal condenara a sus agresores. María Isabel del Val, catedrática de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid, ha recuperado la historia de esta mujer que no quiso callar ante las vejaciones.
«Sabemos que no estaba casada, que era independiente y que dos hombres la atacaron en las afueras de Ciudad Rodrigo. Le cortaron la nariz, la lengua, los labios, la dejaron tirada en la calle, desangrándose. Ella marchó a Portugal para visitar a un cirujano, que le practicó la primera rinoplastia documentada de la historia».
Diecinueve año después, decide denunciar a sus agresores. La documentación está en Chancillería. Catalina ganó el juicio (hubo condena de expulsión temporal de Ciudad Rodrigo y el pago de una indemnización). El paseo recuerda después, en el Pasaje Gutiérrez, a las pioneras de la Universidad, y a la pedagoga Aurelia Gutiérrez-Cueto Blanchardjunto al colegio García Quintana, donde fue profesora hasta que la asesinaron en julio de 1936, al inicio de la Guerra Civil.
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