Bea Hernández, madre de un niño con altas capacidades
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Bea Hernández, madre de un niño con altas capacidades
«Cuando te pasa a ti no sabes nada y estás obligada a aprender sobre la marcha»«Al principio, antes de que te pase, tienes los mismos prejuicios que todo el mundo. Es entonces cuando te ves obligada a aprender sobre la marcha y a pasos forzados», explica Bea Hernández, una de las integrantes de la junta directiva de la Asociación ... de Castilla y León de Altas Capacidades. Además, es madre de un niño con este diagnóstico, quien también tiene una triple excepcionalidad, al estar identificado con TDH y TEA. «Son casos complicados porque a veces se confunden con las señales de altas capacidades. Como el hecho de ser inquietos, no ser capaces de estar callados o sentados en la silla, junto con la aparente falta de atención», añade.
Su camino, que no fue nada fácil, inició en Primaria. «Las primeras señales fueron que comenzó a leer pronto y que tenía intereses por cosas que no eran digamos normales para su edad. Por ejemplo, leía sobre astronomía y también sobre dinosaurios. Pero no se centraba en un libro de diez páginas, no. Sabía todo, cuánto pesaba cada uno, qué comían, en qué etapa vivieron. Iba más allá», relata. También comenzaron a valorar la posibilidad gracias a una de las actividades extraescolares que realizaba su hijo, centrada en robótica y donde el profesor les comentó que con seis años hacía operaciones que hacían los que ya tenían nueve. «Las señales estaban, pero el colegio no lo puso fácil. Su tutora nos decía que ella no lo veía tan claro y nos comenzaron a dar largas y claro, piensas que ellos tienen razón. Que son los profesionales», comenta.
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Sergio García
No fue hasta el tercer curso de Primaria cuando tomaron una decisión más definitiva. «Hubo un cambio de tutor y ya éramos más directos. Hicimos una evaluación privada donde nos dijeron que, efectivamente, mi hijo tenía altas capacidades y pedimos que también lo comprobaran en el colegio, pero no había manera. Nos llegaron a decir que claro, al haber pagado por la evaluación nos estaban diciendo lo que queríamos escuchar», asegura Hernández, quien también apunta que, a pesar de tener una evaluación privada afirmativa, el centro no está obligado a hacer una propia. Al final, tuvieron que poner una reclamación en inspección, aunque aquí se añadió la dificultad administrativa. «Como nunca lo has hecho tienes dudas sobre qué escribir o los propios plazos», explica.
En toda esta sucesión de hechos hay que tener en cuenta una cosa, su hijo seguía yendo al colegio. «Después de tantos cursos también tienes miedo de que le cojan manía en clase. Al final conseguí ver al orientador y nos dijo que desconocía la situación, a pesar de que los profesores nos habían dicho que lo habían comentado con él, y pudimos hacer la evaluación. El resultado fue el mismo que por la privada, pero al final decidimos cambiar de centro, porque el camino hasta conseguir la evaluación no fue nada fácil», relata. Entonces, llegó la pandemia y, en ese tiempo, el diagnóstico de TDH y TEA. «Comenzó en otro colegio y al principio fue difícil, porque es un niño que no atiende, se aburre y en clase hace preguntas de otros temas. Una situación incómoda con los profesores, pero con los compañeros él estaba muy bien», añade. Ahora, su hijo cursa segundo de Secundaria, y la situación ha mejorado. «Es triste que en cada curso tengas que estar rezando para tener suerte con los profesores. Si toca uno malo, que no le entiende, un curso se les hace eterno y luego deriva en consecuencias emocionales. Tienen derecho a una educación adecuada, pero también a una salud emocional acorde», asevera esta madre.
Esta madre, quien también es la secretaria de la asociación, llama alejarse de los estereotipos. «Se dice que no son sociales, pero la realidad es que les cuesta hacer grupo porque tienen intereses muy diferentes. Entonces es fácil que el resto no les haga caso y se vean aislados. No es que no quieran tener relación, es que no encuentran su grupo», explica. Sánchez también recalca la importancia de entender la actitud que tienen los niños en clase. «Tienen una necesidad de profundizar mucho en el tema que les interese en ese momento. En el aula, este afán hace que sean muy preguntones y pesados para el profesor», finaliza.
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