Amaya Gil y Rafael Martínez no solo perdieron la vista de un ojo sino sus respectivos trabajos al convertirse en personas con una discapacidad y, por ello, su poder adquisitivo. Ahora trabajan en centros especiales de empleo. Los dos están decepcionados con la « ... escasez de la indemnización». Amaya recibirá 40.000 y 10.000 más Rafael cuando reclamaban 200.000. A ambos les «duele» que «está sea la resolución. Contentos porque nos han dado la razón»; pero nos han «ninguneado. A mí me parece un insulto y este dinero no me arregla nada, ni siquiera me devuelve lo que he dejado de ganar al perder mi trabajo en el que estuve 17 años», añade Amaya.
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Rafael también se queja de que «no cubre el daño, todo lo que he perdido, física y emocionalmente. No soy el mismo, me he adaptado a vivir así porque no me queda más remedio; pero no me acostumbro. Lo único bueno es que haya pasado todo. Estoy deseando pasar página y seguir con mi vida y tener el juicio pendiente no me dejaba... Claro que igual ahora va Sacyl y lo recurre... y esto es eterno».
«Llevamos cinco años para algo que parecía tan sencillo. Estaba claro: te operan y sale mal pese a que la cirugía estaba bien hecha y coincide con un producto tóxico que provoca la destrucción del nervio óptico. Dónde está la dificultad».
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