
Más allá de la preocupación por mi propio estado, me produjo una profunda admiración ver el funcionamiento de un equipo humano dándolo todo. Y cuando ... digo 'dándolo todo', no son palabras huecas. (...) Quedé admirado, desde el primer momento, al ver en todo el personal una implicación que saltaba esa escala con longitudes olímpicas. Desde los médicos hasta el personal de asistencia, la complicidad era total. Apenas se terminaba un trabajo cuando se añadía el ofrecimiento de ayuda a los compañeros y compañeras. El 'buen rollo' era contagioso y expandía un fondo alegre, emergiendo de crisis dolorosas».
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Tres semanas después de abandonar la Unidad Covid del Río Hortega, José Luis Orantes lucha contra las secuelas en sus pulmones. Es la 'guerrilla' cuerpo a cuerpo habitual de los enfermos que superan la 'batalla' hospitalaria.
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Una lucha en la que Orantes no deja de admirar a los aliados que le han ayudado a vencer. Antes de extenderse, el también presidente de la Asociación de Amigos del Instituto Zorrilla, resume su experiencia con un titular: «Sanidad emocionante».
«A lo largo de veinte días -continúa- he podido confirmar, minuto a minuto, esas primeras impresiones. Mi pobre memoria no da para retener los nombres de quienes, con infinita entrega, me han estado acompañando: Bea, Ana, Silvia, Natacha, Dorotea, Raquel (Piña), y tantas otras que quisiera guardar en mi memoria».
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Nombres de pila que identifican a las «luciérnagas de la noche que trataban de iluminar el cerebro desorientado del compañero de habitación. Autoexperiencia del cuerpo decadente, tratado con infinita dignidad, porque refleja la realidad intemporal de la persona».
En la dura brega y, ante la cercanía de la Semana Santa, aún le quedaban ganas para dejar volar la imaginación. El dolor de las escenas reales de un hospital de Valladolid, capital de la imaginería procesional castellana. «No he podido dejar de vincular imágenes hospitalarias con el arte sacro anunciador de la Pasión: Juan de Juni, Berruguete, Gregorio Fernández. El tratamiento del cuerpo flácido, exhausto, digno en su auténtica desnudez».
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La confirmación de su positivo (que también sufrió su mujer) coincidió con esos días 'valle', previos a una anuncia cuarta ola de contagios que asomaba en el horizonte. De hecho, ingresó en la planta de confinados a principios de marzo en lo que parecía un momento de cierto relax, que incluyó el desalojo de parte de la Unidad por exceso de camas.
Un relajamiento que tal vez se perciba en el ambiente social cuando bajan los contagios o los fallecidos. Pero nunca acaba de instalarse allí dentro. En el hospital, Orantes dice que solo encontró «seres extraordinarios que se sobreponen a los malos modos, a las palabras desairadas, fruto de la angustia y el miedo».
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En sus conversaciones con ellos admite que muchos «conservan secuelas». Personas con su entorno familiar amenazado por un trabajo extraordinariamente generoso. Y de todo este océano de crisis, «emerge la alegría como expresión sublime de una inteligencia emocional. 'No puede ser de otro modo, José Luis', me han repetido varias veces, 'si no, no podríamos estar aquí'», cuenta.
El respeto y la admiración por estos equipos humanos continuó desde su casa, donde los médicos le realizan un seguimiento telefónico. Aunque una recaída por problemas pulmonares le ha devuelto estos días al hospital. «Después me tocará presencial en mi centro de salud. A pesar de toda la saturación, es encomiable».
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Como encomiables son las ganas de este catedrático de Física, reenganchado a las programas de profesores honoríficos de la Junta, de seguir en la brecha en su querido Zorrilla. Los médicos advierten de que las secuelas del coronavirus pueden alcanzar al cerebro. Así que Orantes lo mantiene ocupado con su investigación de los (muchos) catedráticos que salieron de las mismas aulas en las que él estudió y después impartió su magisterio.
Desde José Muro, a Macías Picavea y pasando por el que ahora le tiene atrapado: Antonio Iturralde Montel, arquitecto que ideó el proyecto de reconstrucción de la torre de la Catedral que se vino abajo en 1841. Una reconstrucción que nunca se ejecutó.
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Un fracaso que José Luis Orantes no piensa permitirse. «Procuro no excederme mucho y voy a intentar ponerme un poco de disciplina de descanso», promete.
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