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«Este era mi medio de vida y aquí he dejado media vida de trabajo, esfuerzo, cariño y dedicación, pero ahora no nos dejan trabajar, ... llevo mes y medio sola, cuando hace un año teníamos diez empleados, y con unas pérdidas inasumibles que no me han dejado otra salida que cerrar después de diecinueve años», resumía este domingo sin poder contener las lágrimas Esther Fernández, la propietaria, junto a Javier Lamas, de El Sueño del Neblí, la popular chocolatería que abrió sus puertas en 2002, heredera de la anterior franquicia de Valor (aunque desvinculada), situada en la calle Platerías. Esther está sirviendo hoy sus últimos chocolates con churros, en su mayoría para llevar, con un interior enorme cerrado, en el que habitualmente contaba con 33 mesas, y una pequeña terraza con «tan solo cinco que hacía imposible que pudiéramos siquiera cubrir los gastos», lamenta.
Los elevados costes del alquiler (cuatro mil euros al mes), los sueldos de sus empleados, los pagos a proveedores y los gastos corrientes de electricidad o agua convirtieron un negocio que «iba bien antes de la pandemia» en un atolladero de pérdidas. «Si mantenía la chocolatería abierta me quitan la casa, y así, sin ayudas tampoco de las administraciones, era imposible seguir», añadió la hostelera madrileña, que hace casi veinte años decidió desembarcar en Valladolid, ahora su ciudad, para iniciar un negocio que continuó la senda de la chocolatería original de Valor (1996-2002), pero con «toques propios», que ahora acaba de sucumbir a los envites de una crisis que está «golpeando demasiado duro a nuestro sector y que nos impide continuar adelante».
«Si hace un año me dicen que íbamos a estar así y que iba a tener que cerrar no me lo creo», lamenta Esther antes de recordar que El Sueño del Neblí era un negocio que «daba lo necesario para vivir y pagar los sueldos de nuestros empleados; gracias a una clientela habitual a la que tengo que agradecer su cariño y las muestras de solidaridad que me han transmitido estos últimos días». Pero, añade, «una chocolatería como la nuestra necesitaba movimiento y con las restricciones (y pérdidas) que hemos sufrido en el último año era insostenible que nos mantuviéramos a flote sin acabar en la cárcel por impagos».
«Nos da una pena tremenda, llevamos casi veinte años viniendo aquí cada domingo a por el chocolate, que es increíble, y la verdad es que se nos han saltado las lágrimas al despedirnos de Esther», reconocía Amada, una clienta habitual, que a primera hora de la mañana de este domingo recogió su último desayuno para llevar junto a su hija Jimena. «Me quedo con el cariño de todos nuestros clientes, pero hasta aquí hemos llegado después de un año luchando», concluyó la hostelera.
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