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«Los jóvenes en Palestina no queremos la guerra, no queremos hablar de ella», recalca Abdallatif Batta. Y lo asegura a miles de kilómetros de la que un día fue su casa. Lo afirma desde Valladolid, donde le ha tocado empezar de cero en todos ... los sentidos de lo que implica ese número. Tuvo que huir de Palestina con lo puesto. De la noche a la mañana para no seguir encerrado entre cuatro paredes. «Estuve cuatro días en una cárcel de Palestina y cuando tuve la oportunidad me fui. Me costó mi dinero, pero no podía seguir allí», agrega Batta desde la frutería que ha montado en la calle General Shelly de Las Delicias a sus 32 años.
Su marcha fue en noviembre de 2016. Antes de esa fecha, Batta trabajaba en una empresa israelí que fabrica piezas para armas en Nablus (provincia al norte de Cisjordania y cuya capital se encuentra a unos 40 kilómetros de Jerusalén). «Se me acusaba de que vendía esos elementos a personas externas. Me registraron la casa y, evidentemente, no encontraron nada. Incluso mi hermano estuvo dos meses en la cárcel y nos tuvimos que dejar un dineral para sacarlo de allí», relata aún contrariado Abdallatif antes de proseguir con su historia personal.
«Llevaba dos años en la empresa cuando me empezaron a inculpar de vender armas y después de eso hasta la policía me retiró muchos permisos. No podía salir de Palestina», añade. Tras varias llamadas, un amigo le consiguió un visado para poder viajar hasta Estambul y de ahí, puso rumbo hasta Valladolid donde le esperaba un primo que trabajaba como frutero. «Todo eso me costó 4.000 euros, era el precio de la libertad», apostilla Batta.
Y en la provincia vallisoletana le tocó empezar de cero. Pidió ayuda a la ONG Accem y esta le ofreció la posibilidad de recibir clases de castellano. «Durante meses no tenía ningún tipo de ayuda. No tenía ingresos, no tenía nada», manifiesta desde su local en Las Delicias mientras atiende a los clientes.
Con esa tesitura probó suerte en Alemania, pero la aventura solo le duró un mes y se volvió a Valladolid. «Al poco tiempo me llamaron desde Accem y tuve que poner rumbo a Leganés. Me ofrecían un hogar y clases de español, pero seguía sin trabajo en España», añade antes de formarse como frutero, su nueva profesión.
Un periplo madrileño que duró poco, porque en 2018 se instaló definitivamente en Valladolid. Quería echar raíces en la capital y para ello se tuvo que esforzar, renunciando, entre otras cosas, al descanso. «Empecé a ir al mercado sin conocer absolutamente nada de la profesión ni de los productos que ahora vendo. Nunca había sido frutero. Ni siquiera conocía los nombres en español. Era la única solución que tenía», rememora Abdallatif.
Tras unas semanas de aprendizaje, fue contratado en una frutería de La Rondilla, pero cerró y fue a parar a otro negocio dedicado también a las frutas y a las hortalizas. «Tenía que ganar tanto dinero que madrugaba todos los días para llegar al mercado a las 4:00 horas para seguir trabajando hasta las 0:00 horas en un restaurante turco. Estaba 18 horas al día trabajando. No tenía otra opción», agrega.
Hasta que hace casi dos años decidió emprender en solitario. Conocía el mundo de la fruta y ya no hay un nombre que se le escape. Echa cuentas para cuadrar precios y buscar una rentabilidad, pero su situación ya es distinta. Ha conseguido hacerse un nombre con su negocio. «Lo he logrado. Tengo el local propio, estoy encantando con la clientela y me he casado. Hasta ya tengo el carné de conducir. Me siento uno más en Valladolid. Tenemos un dicho en árabe que dice algo así que si uno pasa 40 días en un sitio ya es de ahí. Eso me ha pasado a mí. Ahora solo iría a Palestina a visitar a mis familiares y amigos. No podría hacer otra cosa», recalca.
De hecho, Abdallatif todavía tiene temas legales pendientes en Palestina. «Cada tres meses recibo notificaciones de un juzgado. Me tengo que conectar por videoconferencia desde Valladolid. Al final todo esto viene porque mi abuela era judía y mi abuelo palestino. Ojalá se encuentre una solución, pero nadie quiere hablar de la guerra», concluye mientras un cliente le pregunta por el precio de los pimientos. «Han subido mucho en los últimos días», apostilla.
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