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Los ojos se le humedecieron de lágrimas a Alberto del Río el 7 de marzo, cuando, tras bajar a buscar a su padre, Eusebio, de 77 años, de jugar la partida en el Hogar de Jubilados de La Cistérniga, al levantarse se mareó y a punto estuvo de caer de no ser por su mano. Sudaba y tenía tos, y los compañeros de mus se extrañaban de cómo se encontraba ese día, «raro», sin seguir bien los naipes. Alberto le dijo a la camarera que llamara al 112, y la angustia se apoderó de él cuando vio a la ambulancia llevarse a su padre al Hospital Río Hortega. «Mi padre estaba solo en Béjar y me lo había traído en enero conmigo, después de que le diagnosticaran una pequeña demencia. Y aquí se puso malo», recuerda Alberto, que ha pasado 33 días muy pendiente del estado de salud de su padre, víctima de la covid-19.
La covid-19, en datos
Eusebio del Río Toribio, viudo desde hace 27 años (su esposa falleció de cáncer con 45 años) y natural de Béjar (Salamanca), vive con su hijo Alberto y la pareja de este, Lourdes, en La Cistérniga. Pero entre el 7 de marzo y el 9 de abril, Jueves Santo, ha estado en el hospital. «En el Río Hortega le hicieron unas placas y vieron que tenía un aneurisma de aorta, así que le derivaron al Clínico y le dejaron ingresado en la planta de Vascular. Le habían programado la operación para el día 19, pero un día antes dio positivo por la covid-19 y le aislaron en la planta de Neumología. Allí estuvo hasta el 9 de abril. Durante ese tiempo, vio morir a dos compañeros de habitación por el maldito virus.
«Estando ingresado en la planta de Vascular podía ir a verle, pero a partir del 18 de marzo, que dio positivo, ya no nos dejaron ir. Él estaba con oxígeno tres horas. La última semana ya daba negativo pero tenía algo de infección aún en el oxígeno de la sangre, y además no podía volver a casa hasta que me hicieran a mí los test», incide Alberto, que dio negativo igual que su pareja, aunque no su hermana Lourdes.
«Ella el día 9 de marzo tenía fiebre, estuvo una semana sin gusto ni olfato y no le hicieron la prueba al principio, aunque luego sí y está a la espera de otro test para ver si da ya negativo. El día 5 preparé un cocido y comimos mi padre, mi hermana Lourdes, su pareja, la mía, que también se llama Lourdes, dos sobrinos y yo. En esa comida se contagiaría», comenta Alberto, de 48 años, que tiene otra hermana, Ana, la mayor, que vive en Salamanca.
Cuando a Eusebio le pasaron a Neumología, «el día 23 nos dijo una médico que había pasado un fin de semana muy malo, que no había comido nada y que, de continuar así, tendría que ir a la UCI, porque las defensas las tenía muy bajas y también mucho ruido en los pulmones. Yo estaba en casa y con la mente en el hospital, porque nos informaban muy poco tiempo, tres minutos o así. Pensábamos todos que como le pasara algo a mi padre allí, él solo...», apostilla Alberto, a quien una sanitaria, Noelia, que puso en Twitter que hacía llegar mensajes a familiares ingresados, le echó una mano.
«Pude transmitirle a mi padre que 'la Chispi' le echaba mucho de menos. Tenemos una perra que se llama 'Happy' y él la relaciona con un perro que tenía él en Béjar y que se llamaba 'Chispa'. Se puso contento y nos dijo que echaba de menos ir al hogar, yo creo que él pensaba antes de recibir ese mensaje que sus hijos le habían dejado abandonado», apunta el hijo de Eusebio, que sigue ahora «con miedo porque tienen que operarle del aneurisma, que es una operación seria y tiene que estar después 48 horas con una máquina dándole mucha caña a los pulmones para ver si la aorta responde, pero por lo menos mi padre está acompañado, no solo como en el hospital».
Yes que, a su regreso, Eusebio vuelve a comer «como una lima», lee El Norte de Castilla todos los días y presume de afeitado, él que se rasura a diario y que cuando estaba en el hospital parecía un náufrago. «Cuando ha venido a casa, decía que parecía Robinson Crusoe. Hace sus chistes, cuenta que en el hospital lo pasó mal viendo solo a esos 'astronautas', que parecía que estaba en la Luna. Ahora está tranquilo, viendo vídeos conmigo en Youtube de la Vuelta a España, porque yo fui ciclista de joven y él me seguía mucho», asegura Alberto, muy satisfecho de poder tener otra vez con él a su padre.
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«En Béjar estaba solo, nosotros le decíamos que por qué no se animaba a conocer a una mujer, pero decía que no, que estaba bien. Iba una señora a hacerle la comida y a arreglarle un poco la casa, pero estaba algo descuidado en el aseo. Se ha hecho bien a La Cistérniga», asegura Alberto al hablar de su progenitor, que empezó a trabajar con 17 años en una imprenta en Béjar y allí se jubiló.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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