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Pablo Sanz trabaja en su taller. J. C. Castillo
Pablo Sanz, un arquitecto del sonido en el corazón de Valladolid

Pablo Sanz, un arquitecto del sonido en el corazón de Valladolid

Artesanía ·

Este maestro luthier encontró en su ilusión y su experiencia la veta perfecta para montar su taller en el Viejo Coso, donde elabora con mimo instrumentos de la familia del violín

Laura Negro

Valladolid

Lunes, 22 de febrero 2021, 08:29

En la plaza del Viejo Coso parece que se ha detenido el tiempo. Ajeno al bullicio de la calle y del tráfico, se acaba de inaugurar hace unos días todo un santuario del sonido. Es el pequeño y coqueto taller de luthería de un maestro en el oficio, Pablo Sanz. Este joven de 31 años, de origen palentino, está especializado en la construcción, reparación y restauración de instrumentos de cuerda frotada, como son violines, violas, violonchelos y contrabajos.

Unos enormes ventanales iluminan la estancia, donde todo huele a nuevo. También a madera y barniz. Destaca la pulcritud con la que todo está ordenado. Pulcritud de quien conserva un gran tesoro. Para Pablo, desde luego, su oficio lo es. Por eso lo respeta y defiende. Verlo trabajar con tanta paciencia la gubia, es rememorar la labor de los grandes maestros violeros de siglos pasados. El suyo es un arte lento. Este artesano del sonido invierte gran dedicación, mucha delicadeza y lo mejor de su técnica en cada uno de los instrumentos que salen de su taller.

Vídeo. Este maestro luthier encontró en su ilusión y su experiencia la veta perfecta para montar su taller en el Viejo Coso. J. C. Castillo

Nació en Palencia y se crió en Venta de Baños. Desde pequeño siempre tuvo facilidad para trabajar con las manos de forma minuciosa. La música también ha estado muy presente en su vida. Estudió en la Escuela de Artes y en el Conservatorio de Palencia, y tras varios trabajos, decidió apostar por aunar sus dos pasiones. Así, decidió formarse en el oficio de la luthería, que tiene su origen en la Edad Media. Él era consciente de que ello le iba a requerir largos años de formación y un aprendizaje constante. Merecía la pena el esfuerzo. Se trasladó a Bilbao e ingresó en la Escuela Vasca de Luthería, Bele, donde estuvo cuatro años aprendiendo sobre construcción, restauración, mantenimiento y ajustes de instrumentos. De allí, se marchó a Londres, donde tuvo la oportunidad de trabajar en el taller del constructor de violines y violas Philip Ihle, a través de una beca. «Trabajé como asistente de taller. Aquello fue una bomba de aprendizaje, porque pude entrar en contacto con instrumentos muy antiguos y de muchísimo valor», cuenta este luthier.

Recién llegado de Londres, su siguiente destino laboral fue el taller Jardón Rico, en Avilés, donde durante seis meses perfeccionó todo lo aprendido hasta el momento. Con la llegada de la pandemia, decidió regresar a su tierra para ponerse por su cuenta. «Valladolid siempre fue la ciudad candidata para asentarme. Cuando vi esta plaza y este local, ya no lo dudé», explica este artesano, que considera que su oficio está lejos de desaparecer. «Lo más bonito de ser luthier es poder trabajar con la madera. Es un gran placer, ya que es un material muy agradecido. Además, el trabajo realizado tiene su repercusión en el cliente y esa es una gran satisfacción», apostilla.

Cada viola, violín o violonchelo que sale de su taller, lleva su firma. La técnica es compleja y el proceso minucioso, ya que exige gran concentración y precisión con cada detalle. Para él es importante respetar las tradiciones de un oficio con siglos de historia. «Todo empieza con el diseño. El agradable sonido que todos conocemos del violín, de la viola o del violonchelo viene condicionado por su forma, sus proporciones y estructura concretas. Trabajo como se trabajaba hace 300 años, y todo parte de un molde interno sobre el cual se añade una estructura compuesta por unos aros, tacos y unos contra-aros de refuerzo», explica con calma el proceso.

El siguiente paso, tras trabajar la estructura, sería sacar el molde y pegar la tapa y el fondo. Lo talla todo a mano, con herramientas tradicionales de luthier, como son las gubias, cepillos, formones o las sierras. Va palpando la madera y guiado por la intuición y la experiencia logra el espesor concreto que desea para cada instrumento. «Cuando está la forma definida, se pone el fileteado de madera, se hace el corte en forma de 'f' en la tapa. De esta manera estaría lista para ensamblar la caja armónica», continúa este apasionado de la mecánica de la música.

A partir de ahí, empezaría el ajuste y montaje, con la configuración del instrumento. Las clavijas, alma, diapasón, cejillas y el puente se colocan en esta parte del proceso. El barnizado sería el colofón de la obra. «Se dice fácil, pero es un proceso que puede llevar dos meses de trabajo», explica Pablo, quien se ha planteado como objetivo, construir un cuarteto completo, con dos violines, una viola y un violonchelo. Para ello, necesitará un año de dedicación. «Mi oficio me permite unir mis dos pasiones, el trabajo con las manos y con estos materiales tan agradables y la música. Además, el vínculo con los músicos genera un intercambio de conocimientos e ideas muy enriquecedor», asegura.

Un artesano flexible

Los instrumentos de nueva creación los construye bajo pedido y el cliente siempre es parte activa del proceso de creación. «Tengo modelos propios y además, me adapto a cualquier modelo que él tenga en la cabeza o cualquier modificación que desee realizar. El instrumento se construye a medida del músico para que vayan evolucionando juntos», explica.

Son muchos los músicos que ya han mostrado interés por este recién estrenado taller. Especialmente por el servicio de reparación y restauración. Ana López, violista de Palencia, es una de ellos. Es amiga personal de Pablo y acudió a conocer su lugar de trabajo y a llevar a revisar uno de sus instrumentos.

«Mi viola necesita pasar una revisión como mínimo al año, para hacer pequeños ajustes, porque con la temperatura le afecta mucho. Me la construyó en 2009 un luthier de Avilés. Para mí es estupendo que Pablo haya abierto un taller en Valladolid y no tener que desplazarme al norte cada poco tiempo», dice la que ya se considera su clienta.

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